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Dos accidentes gemelos de la vista convirtieron a Juan Villoro en novelista Puerto de Ideas 2017

Dos accidentes gemelos de la vista convirtieron a Juan Villoro en novelista

«La vida es fecunda en accidentes. Dos accidentes de la vista me llevaron a otra manera de acercarme a la ciencia», confesó Villoro durante la conferencia «Las estrellas de la mente», en la que exploró la fecunda y desafiante relación entre ciencia y literatura y con la que este viernes inauguró el festival Puerto de Ideas Antofagasta 2017.


Dos accidentes gemelos de la vista, ocurridos con nueve años de diferencia y pocos minutos antes de tomar un tren de Madrid a Barcelona, convirtieron al escritor y periodista mexicano Juan Villoro en novelista.

«La vida es fecunda en accidentes. Dos accidentes de la vista me llevaron a otra manera de acercarme a la ciencia», confesó Villoro durante la conferencia «Las estrellas de la mente», en la que exploró la fecunda y desafiante relación entre ciencia y literatura y con la que este viernes inauguró el festival Puerto de Ideas Antofagasta 2017.

«El disparo de argón», la primera novela de este autor, publicada en 1991, nació a raíz de que un accidente en un ojo le llevaría a visitar la prestigiosa clínica oftalmológica del doctor Barraquer, en Barcelona, donde entró en contacto con ciertos misterios de la visión.

El escritor ruso Vladimir Nabokov se refería al destino como un fantasma sincronizador. Y así es como «de pronto, momentos aislados entran en sincronía y se vuelven significantes», planteó Villoro al relatar las vivencias que le llevaron a convertirse en novelista.

«En 1979 tomé un tren de Madrid a Barcelona. En aquella época precaria la mayoría de la maletas no tenían ruedas. En la estación de Atocha, en Madrid, compré un aparato que en España llaman ‘pulpo’, que es una pequeña carriola con tensores», relató Villoro.

«Al colocar la maleta, un tensor latigó mi rostro, me dio en un ojo y subí tuerto al tren, con un derrame interior», contó el autor de «El testigo». Los pasajeros del tren le aconsejaron que al llegar a la ciudad condal, visitara la clínica Barraquer, «la mejor de Europa».

A pesar de tener la visión disminuida por el accidente, Villoro se quedó estupefacto al llegar al centro oftalmológico. «Lo primero que había allí era un jeroglífico egipcio: el ojo de Osiris. Me sorprendió este rasgo, un tanto esotérico», confesó.

Siguió caminando y llegó hasta una extraña cripta. Lo pisos eran ajedrezados, las columnas de mármol, negras, y había un vestíbulo adornado con los signos del Zodíaco.

«¿Estoy realmente en un hospital o en una cofradía de ocultismo?», se preguntó. Villoro averiguaría después que, además de ser el eminente inventor de métodos para extraer cataratas, el doctor (Joaquín) Barraquer se interesaba por la visión en una doble vertiente, óptica y trascendente.

Juan Villoro regresó en 1987 a Madrid, volvió a subirse al tren a Barcelona y nuevamente sufrió un accidente de la vista: una partícula de metal le entró en un ojo y le produjo un molesto lagrimeo. Naturalmente ya no preguntó qué hacer. De la estación de Sanz se fue directamente a la clínica Barraquer.

«Muchas de las cosas que nosotros percibimos en la vida se deben a accidentes que de pronto se convierten en una forma de destino cuando hay una capacidad de sincronía», aseguró el ganador del Premio Herralde en 2004.

Desde su primera visita a la clínica Barraquer, en la mente de Juan Villoro daba vueltas la idea de escribir un cuento que titularía «La vista de Suárez». Quería narrar la tragedia de un oftalmólogo que se está quedando ciego y echa mano de sus discípulos.

En ese relato, el ojo de Osiris sería sustituido por el espejo humeante de Tezcatlipoca, el dios azteca de la fatalidad. Y un disco de obsidiana y una pirámide con símbolos de la cultura prehispánica harían las veces de elementos decorativos en la imaginaria replica mexicana de la clínica Barraquer.

Pero el cuento acabó transformándose en su primera novela. Las traumáticas experiencias de los sucesivos accidentes oculares dieron pie «El disparo de argón», en referencia al gas noble que se utiliza en oftalmología para la cauterización de la retina.

Además de esta peripecia personal que compartió con el público que abarrotaba del teatro municipal de Antofagasta, Juan Villoro reveló cómo se produjo su acercamiento a la ciencia, «a la que le tenía pavor».

Y fue gracias a la traducción al español que hizo de «Aforismos», una obra de Georg Christoph Lichtenberg (1742-1799), el científico y escritor alemán que fue profesor física en la Universidad de Gotinga.

Uno de esos aforismos, el que dice que «un libro es como un espejo; si un mono se asoma a él no puede ver reflejado a un apóstol», constituye para el escritor mexicano toda una declaración de principios.

«Quien lee un libro lo modifica, la lectura nunca es un acto pasivo. Por el contrario, un libro cerrado no es una obra de arte, no es un tratado científico», argumentó Villoro, para quien «la lectura es una arriesgada oportunidad de conocernos en nuestro interior».

Además de esta conferencia inaugural, en el marco del festival de ciencia y cultura Puerto de Ideas se pone en escena este sábado una obra de Juan Villoro, «La desobediencia de Marte», que aborda la tensa relación entre los astrónomos Tycho Brahe y Johannes Keple

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