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Vida y obra de Jorge «Kata» Núñez, el autor del desconocido mural de la Ramona Parra hallado en Holanda CULTURA

Vida y obra de Jorge «Kata» Núñez, el autor del desconocido mural de la Ramona Parra hallado en Holanda

Se integró a la brigada a fines de los años 60 y fue muy activo durante la Unidad Popular. Tras el golpe, junto a otros compañeros, siguió pintando consignas contra la dictadura militar, por lo cual fue detenido en 1974 y condenado como «prisionero de guerra». En 1977 salió al exilio a Holanda, del cual recién regresó en 2012. «Me encontré con un país que no conozco, todo muy cambiado, con gente con intereses distintos. Un Chile con la herida más abierta que nunca como hoy, muy lejos de la manoseada reconciliación», comenta en esta entrevista.


Jorge «Kata» Núñez (Valdivia, 1953) es una leyenda dentro de la Brigada Ramona Parra. Es uno de los integrantes históricos de la agrupación en Valdivia, donde nació, y su nombre salió a relucir luego que en octubre se descubriera un mural suyo en unas obras de demolición en Amsterdam. Allí el municipio decidió no solo no borrar el mural, sino conservarlo para las futuras generaciones y hacer, de paso, una exposición sobre la solidaridad de Holanda con Chile durante la dictadura.

Lo bautizaron «Cata» en la brigada, cuando recién ingresó, en alusión al papagayo pequeño del sur de Chile, porque Núñez usaba un guardapolvo verde y también un casco del mismo color. En Holanda la reemplazaron por la «K» porque les acomodaba más.

Él se integró a la brigada a fines de los años 60 y fue muy activo durante la Unidad Popular. Tras el golpe, junto a otros compañeros, siguió pintando consignas contra la dictadura militar, por lo cual fue detenido en 1974 y condenado como «prisionero de guerra». En 1977 salió al exilio a Holanda, del cual recién regresó en 2012.

Foto: Amaury Miller.

El mural holandés

«Este mural y muchos más de los que se han pintado aquí, felizmente han sido valorados, respetados para el entorno donde vive muchas veces gente de diversas comunidades del mundo», expresa a El Mostrador.

El mural que ha sido encontrado en Osdorp-Amsterdam lo pintaron en septiembre de 1981, en una manifestación cultural política repudiando la dictadura en Chile. La hicieron en dos días. Tiene 32 metros de largo por casi 3 metros de alto.

«A mí personalmente me impresionó al saber que este todavía existía, porque la mayoría, por efectos del tiempo y a veces por la calidad de los materiales, más los planes de desarrollo de la ciudad misma, han terminado por desaparecer. Por esas razones también hay que aceptar que los murales son obras temporales», admite.

Hoy las autoridades planean protegerlo con vidrio u otro material, mientras se construye al frente de este, con una distancia de dos metros y medio, una corrida de edificios comerciales y oficinas. Es decir, habrá un pasillo entre el mural y los locales comerciales.

«Una vez terminada la construcción se procederá a la restauración del mural, quedando así como una exposición a la memoria, una muestra de la solidaridad holandesa con los chilenos bajo un régimen militar del terror», celebra.

Eso contrasta con lo ocurrido recientemente en el centro cultural GAM, donde un mural de Alejandro «Mono» González, uno de los más conocidos de la BRP, fue borrado para ser reemplazado por una publicidad de una marca deportiva. También con las recientes declaraciones de la diputada Camila Flores, que dijo que la Ramona Parra era un grupo de asesinos.

«La obra del ‘Mono’ es potente y a ellos les duele, les recuerda que están equivocados, que su verborrea no tiene raíces culturales, menos artísticas», reflexiona. «Allí funciona con ellos el odio, la mediocridad que quiere invertir la historia. Nosotros sabemos cómo se usa una brocha, un pincel, como Víctor Jara la guitarra. Nuestro arte es real, social, cotidiano y comprometido con la verdad de los hechos, eso seguramente para estos personajes es el mayor de los crímenes», señala.

Jorge «Kata» Núñez.

Hijo de la clase obrera

Núñez nació en una familia de seis hermanos. Sus padres eran obreros. La familia Núñez, como tantas de la zona, fue duramente golpeada por el terremoto de 1960, en el cual perdieron su casa, lo que los obligó a convertirse en nómades, además de separar a sus integrantes. Él mismo, de adolescente, trabajó cuidando el fundo de una familia alemana. Por eso también fue a distintos colegios de Valdivia.

«Creo que mi inclinación artística comenzó cuando ya estaba en la básica y en los recreos algunos profesores me incentivaban, permitiéndome, junto a otros niños como yo, dibujar en el pizarrón, creando un ambiente artístico en la clase», cuenta al ser consultado sobre sus primeros pasos en el mundo del arte.

En 1969, ya con 16 años, se involucró en política en plena efervescencia por la cuarta campaña de Salvador Allende, en la cual ya estaban varios amigos suyos, con los cuales se juntaba en la sede local del Partido Comunista. Una de las actividades era salir de noche a pintar por el médico socialista y pronto fue invitado a militar formalmente.

«Desde entonces, comenzó mi carrera como brigadista. Primero como rellenador –cada brigadista tenía su color y su tarea era pintar el fondo del mural o las letras acordadas– y después, dado mi interés y constancia e inquietud y ejecución en las formas y letras, pasé a ser fileteador», es decir, el jefe. Este es el que diseña y ejecuta finalmente con la línea negra la consigna o la imagen.

«Mis compañeros y compañeras eran del barrio, del liceo, la universidad, etc. El que se atrevía participaba. Quiero decir con esto que, antes y después con la UP, esta actividad siempre fue ilegal», destaca.

Recuerdos de la UP

Como era ilegal pintar los muros en esos tiempos y más de noche, Núñez comenzó a trabajar como obrero en la industria metalúrgica IMMAR de Valdivia. Allí se construía desde un alicate hasta una barcaza y carros de carga para el ferrocarril.

De la época de brigadista recuerda que «siempre nos pasaba algo, o nos tomaban presos o encontrones con grupos de derecha que saboteaban nuestros rayados».

«Creo que lo más lindo que me pasó en esos años con la UP no solo fue pintar, sino también participar en los trabajos voluntarios, participar en actividades culturales con jóvenes de otras condiciones sociales, sin cuestionamiento de clase», cuenta.

«Éramos una familia que quería cambiar no solo el país, sino el mundo. Admiraba a compañeros muy preparados, inquietos, lectores, idealistas, también románticos. Así me fui desarrollando, despertando mis inquietudes artísticas para después del 70 crear murales sin texto».

El golpe

El golpe lo pilló trabajando en la industria «y esta vez nos dimos cuenta que la cosa iba en serio. Se llenó de milicos y nos mandaron para la casa, porque habría toque de queda, además por la reputación de izquierda que teníamos la orden era separarnos de nuestro lugar de trabajo».

Sin embargo, lejos de recluirse, con algunos compañeros de la brigada siguieron después del golpe pintando y pegando panfletos en contra de la dictadura y en apoyo a los familiares de los detenidos y desaparecidos, hasta que en septiembre del 74 fue detenido junto con otros compañeros.

En 1976 lo condenaron como prisionero de guerra, bajo el proceso 1001-74, a la condena de 20 años de cárcel. Más tarde esta fue ratificada por 15 años de extrañamiento. En mayo del 1977, en la cárcel anexo Capuchino, con ayuda de una moneda, su suerte lo envió a Holanda.

«Cuando llegué al aeropuerto Schiphol de Amsterdam pensé que comenzaría una nueva vida y luego del casi pánico de no entender nada, ni encontrar la salida, perdido, porque además estaba ilegal, me dieron un ‘Laissez-passer’, que es un documento temporal para viajar que duraba 13 horas, creo. No sabía dónde ir, en la cárcel estudiamos un poco de inglés, pero entonces no me acordé de nada y, cuando flaqueaban las esperanzas, siento que me llaman: ‘¿Cata?’. Era Patricia, una linda chilena que me esperaba a nombre de la Comisión de Refugiados de Holanda».

Solidaridad en el exilio

En Holanda su primera intención era de trabajar en la industria (como soldador o cortador a oxígeno), pero la solidaridad en este país lo requirió como brigadista y pronto formó una brigada con el nombre de Ramona Parra en alusión a la antigua BRP de Valdivia y todas las demás.

«En este país pintamos más de 60 murales, incluyendo paneles e interiores. La solidaridad holandesa era tal que algunas veces, en una semana, pintábamos dos murales, más paneles pintados en manifestaciones culturales de apoyo al pueblo chileno y en repudio a la dictadura de Pinochet», comenta.

Su interés personal en todo esto también pasaba por desarrollarse personalmente como artista, no solo para mejorar técnicamente la pintura mural como obra artística, sino también como artista plástico. En 1979 comenzó su preparación en la Academia Libre de La Haya, y luego fue a la escuela Gráfica de Utrecht, donde se especializó en serigrafía, reproducción fotográfica y encuadernación artística. Ademas participó en diferentes talleres de artes gráficas en Rotterdam.

«Con el tiempo formé diferentes brigadas muralistas con artistas chilenos y holandeses, con nuevos planteamientos artísticos, sin dejar de lado la característica tradicional de las BRP. Participé en la formación de talleres gráficos, haciendo talleres con niños, con adultos», recuerda.

Retorno a Chile

En Holanda también se casaría con Isabel, una valdiviana que lo acompañaría 22 años.

«En 2012 regresamos a Chile, yo en busca de lo perdido, de respuestas, amigos, lugares felices de mi adolescencia, sociedad amiga, solidaria», cuenta hoy.

«Me encontré con un país que no conozco, todo muy cambiado, con gente con intereses distintos. Un Chile con la herida más abierta que nunca como hoy, muy lejos de la manoseada reconciliación. Los milicos nunca han reconocido su cobarde participación –no solo individualmente sino como institución– en los hechos de torturas, desapariciones de personas, fusilamientos y todo lo que se ha conocido en el mundo entero».

«La UP fue un gran anhelo, pero no estábamos preparados para tal tarea. Yo he pintado muchos caballos en Holanda, simbolizando la fuerza de una masa viva y caprichosa, y con el tiempo he aprendido que subir al caballo es fácil, pero aguantarse arriba, es el problema», concluye.

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