La película de Cuarón figura delante de la capital homónima en resultados. La frase parece un despropósito, pero lo dice Google si ensayas una búsqueda, hoy por la tarde: 24 de febrero del 2019. La contabilidad circunstancial en Internet es un síntoma de la campaña orquestada por Netflix y que tiene por objetivo la obtención del Oscar a la mejor película. Mal que mal, Roma es el largometraje más laureado desde que la membrecía hizo del visionado privado de series, documentales y películas, posibilidad cierta. La hipótesis, que por estas horas todavía no circula por internet pese a su carácter conspirativo, admite interpretaciones alternativas.
Roma es un fenómeno cultural contradictorio. Que por la película rivalicen cierta cinefilia, pero también parte de la cultura audiovisual, no es su única ambigüedad creativa. Disruptiva, el largometraje descentra la narración, despista la cronología y vuelve monocromático uno de los paisajes más coloridos del orbe. Lo que podríamos anticipar como un dislate, ha resultado balsámico para toda una generación de mexicanos supra ´50s. Así lo corrobora la reflexión de tantos sobrevivientes que vivieron esos años del plomo, pero que también fueron del concreto armado. Lejos del cualquier manierismo, la idea de filmar en blanco y negro es un recurso terapéutico.
Las controversias suscitadas por la película no tienen parangón y difícilmente responden a un algoritmo diseñado por Reed Hastings, matemático, emprendedor y accionista principal de la plataforma audiovisual de pago. Secuencias aleatorias explican mejor las polémicas disparadas por lo que la película dice, insinúa o deja de decir. La oportunidad política también ha jugado su papel incombustible. De hecho, la construcción de un muro fronterizo, la adopción de un subtítulo para un doblaje equivocado o una mujer que debuta como actriz, y en su primera presentación alcanza una nominación tenida por consagratoria, se desalinean de cualquier estrategia de marketing previsible. ¿Acaso tantos acontecimientos no son una excelente noticia para las voces más disruptivas?
Memoriosa y por lo tanto artificiosa, Roma es un ladrillo más en la saga del cine de autor. Que su vitalidad florezca bajo la reproductibilidad avanzada no le quita aura a una película sembrada de citas al cine mexicano, latinoamericano y mundial, pero también a la cultura de una ciudad que desde hace miles de años es multicultural y anfibia.
Vista con sus contradicciones como virtudes, no parece tan exagerado que por algunas horas, en Santiago de Chile, pero también en París, la Roma de Cuarón irrumpa con un fulgor irresistible. Felicitaciones.
Gonzalo Cáceres Quiero. Planificador e historiador urbano