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Crítica a libro “La ruta de los niños rojos” de Nibaldo Acero: el fulgor poético de Roberto Bolaño CULTURA|OPINIÓN

Crítica a libro “La ruta de los niños rojos” de Nibaldo Acero: el fulgor poético de Roberto Bolaño

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“Como en una película/ Después del gran terremoto/ Siempre hay un niño / Que no muere”, Roberto Bolaño.

La ruta del autor de 2666 y Los detectives salvajes trazada por Nibaldo Acero (Santiago, 1975) merodea desde la poesía, develando a un Bolaño multifacético, versátil, en permanente diálogo con su escritura, toda vez que en ella encontramos concatenaciones, intratextualidades, circuitos internos, que sobrepasan las categorías rígidas de prosa o poesía. Unicidad, po-ética del existir, el tránsito por Ciudad de México, Barcelona, Gerona, Blanes, todo el imaginario infrarrealista y posinfrarrelista.

Tal como asevera Rubén Medina, poeta infrarrealista y entrevistado por el autor, en el prólogo: “En este estudio Acero se pregunta por el lugar y significado de la poesía de Bolaño en el conjunto de su obra narrativa, por la dimensión de su poesía en sí misma y por sus transformaciones a lo largo de los años, por la tensión que permanentemente establecen poesía y prosa”.

Correspondiente a una de las dos investigaciones derivadas de su tesis doctoral, La ruta de los niños rojos (publicado por la editorial mexicana Matadero en 2017, y que lleva su nombre por un poema de Bolaño de 1977) es un texto académico, por cierto, riguroso, que se lee lentamente, ofreciendo una mirada transdisciplinaria (desde el cine, imaginarios propios, reflexiones a partir de los estudios poscoloniales y otras metodologías críticas), acorde a la rareza propia de un escritor fuera de serie como Roberto Bolaño.

Un autor de trinchera contra las mafias literarias y la institución de la crítica especializada. Un autor que es ante todo poeta aun de la sobreexposición hegemónica de su narrativa por la misma crítica, la academia y el mercado editorial.

Allí configura una ética, afirma Acero:

“(…) y a pesar de la exclusión por años de su poesía de una discusión crítica rigurosa, el autor chileno logró configurar un proyecto poético de tal envergadura que nos hace especular sobre el carácter ético de esta producción estética, sobre todo la de los noventa. Porque, ¿a qué seguir construyendo un manifiesto poético si la prosa ya lo había catapultado al centro mismo de la palestra cultural hispanoamericana? Cabría preguntarse una vez más, ¿cuál es el lugar de la poesía para Bolaño frente a su obra narrativa? ¿Cuál sería el valor de su poesía por sí misma y para sí mismo? (pág. 33).

La poesía como “motor de su narrativa”, que “es combustible que moviliza toda una maquinaria prosaica”. La poesía como conciencia moderna “que la convierte en herramienta de conocimiento, de transformación y de crítica, pero también de placer, de violencia contenida y fraternidad” (pág. 35).

Nibaldo Acero propone un análisis textual comprometido, que empatiza, que interpreta, que se vincula; una lectura “sináptica” al detectar vasos comunicantes entre poesías y narraciones (entre, por ejemplo, Reinventar el amor y 2666).

Podríamos hablar de una transtemporalidad de la obra bolañeana, como si todo el hacer escritural fuera parte de un todo, un proceso colaborativo, una “escritura de integración” que va del pasado al futuro, o del futuro al pasado, como se quiera, incluso saltos temporales, entendiendo “el pasado” como la primera producción del autor, y el “futuro” como todo el material publicado en forma póstuma.

La poética de Bolaño, a juicio de Acero, está impregnada de oxímoros, antítesis y ouróboros, dada esa fascinación por la belleza y el horror, la muerte, lo macabro, que incomoda al lector, que lo obliga a la comprensión mediante imágenes y descripciones contradictorias. En el fondo, las problemáticas de una modernidad situada en México como representación, como símbolo de Latinoamérica.

Esta poética, en términos genealógicos, reconoce tres etapas: Bolaño Infrarrealista (1975 a 1977-78), donde “el sujeto histórico pasa de ser un adolescente a un adulto consciente de los conflictos sociales de México, Latinoamérica y del orbe”; Bolaño Desterritorializado (años 80), “que deja entrever un existencialismo amargo, pero todavía, aunque menos, esperanzado”, “donde una modernidad se instala en su actitud y escritura y donde el poeta pareciera ganar y robustecer su conciencia moderna”; y Etapa de Muerte (últimos años), “que manifiesta la fase de una poesía cuyas axiomáticas perspectivas pasan por la educación de la Belleza para su hijo Lautaro”, donde “perfecciona el manifiesto pedagógico para jóvenes poetas, re-significados en la figura de su hijo”.

Las etapas conforman los ejes articuladores de la investigación, cuyo título, más que un poema (otra vez, una inter e intratextualidad entre autor y obra, entre autor-obra y un lector-crítico-Acero), es una metáfora sobre el fracaso de la utopía, el Socialismo, la Revolución a través de la figura del niño superviviente, entremezclando la fragilidad, la ternura, la ingenuidad, la resistencia, la esperanza, el Tercer Mundo hecho texto “a través de la carne lacerada, de la carne viva casi muerta, cuyas cicatrices de colonización han tajeado nuestra lengua y órganos” (pág. 89).

También hallamos el exilio por añadidura, el viaje permanente, el viaje físico, literario, incluso fantasmagórico, siguiendo a Baudelaire, Mallarmé, Lihn, Parra, etc., “a modo de alternador que transforma la calle y el cuerpo en energía que mantiene vinculados y convulsionados al sujeto y su historia, sacudiendo la circulación de repertorios y formas entre su poesía y prematura prosa”, nos dice Acero.

“El movimiento transformador e incesante del poema-viaje-nomadía activa el proceso de producción y de autoficción, asociando además y trasvasando géneros, repertorios y elementos” (pág. 32).

“El vuelo de la prosa tiene su origen en el sueño (delirio) de la poesía. La narrativa mejor estructurada y que surte de mayor placer estético en la obra de Bolaño, la más alabada, deviene de una lírica que imanta sueños y pesadillas; de una infrarrealidad que a su vez ha sido permanente resistencia e integración de una tradición ya sea estridentista, horazeriana, simbolista o romántica, transformación que ha permitido su permanente renovación y su posterior complejo análisis” (pág. 164).

Allí donde algunos críticos catalogan de pobre e irregular la poesía de Bolaño, Acero, por el contrario, reconoce un programa literario, un programa que sigue ineludiblemente una trayectoria vital, de alegrías, furias, miedos y muchos fracasos. Autoficción, sí, pero autoficción “de radical energía y moral íntima”, “que ve en sí misma la posibilidad de realimentarse, proyectarse y mantenerse con vida”.

“(…) Pero he aprendido a leer esta poesía desde otro lugar, y sustentado por la metodología propuesta, pude dar cuenta de una lírica que por viva y persistentemente en rabioso viaje, no obtura aquellos versos que, si bien a veces no deslumbran al lector, detonan el profundo dolor de la pobreza, el fracaso y de la soledad, las alegrías mínimas, los pequeños placeres, suficientes para seguir en el campo de batalla” (pág. 254).

“Así como no me cabe duda que la de Bolaño fue una existencia y escritura valiente y temeraria (valga la diferencia), tampoco vacilo al momento de proponer que tal valentía no brota de la nada, que ciertamente hubo un proceso arduo de cotejo de derrotas y de sufrimiento, de autorreferencia, autoficción y de circuitos identitarios, donde el sujeto histórico incesantemente midió al sujeto habitante de sus textos, y viceversa, y donde la inseguridad y la desesperación hicieron patria, y donde el miedo desbordó las bardas éticas, ante la inestabilidad socioeconómica del día a día” (pág. 184).

Una apuesta temeraria es la de La ruta de los niños rojos, pero que se logra concretar bien en definitiva, que aporta una mirada otra, diferente, una mirada que no se agota en una investigación cerrada, distante, científica, sino que navega, no sin turbulencias, en los trayectos irregulares, en los devaneos, en la oscuridad de un autor a estas alturas elevado a la condición de mito.

Acero tienta un conocimiento intuitivo, histórico, que apela a la propia experiencia, donde habitan más interrogantes que respuestas. A la par con el lector, desechando un estatus de teórico engreído y megalómano, esta investigación ofrece un desborde epistemológico, una tentativa emancipatoria, a contrapelo de una institucionalidad, rehuida y denunciada por Bolaño durante su vida, que lo transformó en un escritor de salón, cómodo, santificado, confiscado, digerible, objeto de análisis deterministas y tradicionales.

Nibaldo Acero, La ruta de los niños rojos. La poética de Roberto Bolaño. Ed. Matadero, 2017. 285 páginas.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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