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Denis Johnson y los sueños de un sufrimiento pasado CULTURA|OPINIÓN

Denis Johnson y los sueños de un sufrimiento pasado

Sergio Sepúlveda A.
Por : Sergio Sepúlveda A. Sergio Sepúlveda A. Profesor Escritura Creativa PUCV
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El autor estadounidense fallecido en 2017 dejó un legado repleto de relatos y novelas que muestran las vidas de personas que sobreviven al mundo, las drogas y a sus circunstancias. En “Sueños de trenes” (2002), novela breve en espacio pero amplia en densidad, se narra la historia de Robert Grainier, un leñador y trabajador de ferrocarriles de comienzos de siglo pasado. La poética y las imágenes del libro nos trasladan a una época olvidada y nos hacen sentir que la profundidad de la existencia va más allá del tiempo histórico en que nos toca vivir.


La vida salvaje y los paisajes rurales se nos revelan como un espejo de otra época en “Sueños de trenes” (2002), novela del escritor estadounidense Denis Johnson, fallecido en 2017 y autor del magnífico conjunto de relatos “Hijo de Jesús” (1992) y de la novela «Árbol de Humo» (2007), ganadora del National Book Award. En “Sueños de trenes”, se narra la historia de Robert Grainier un leñador y jornalero de ferrocarriles que vivió a comienzos del siglo XX y que se enfrenta al mundo sin más esperanzas que sortear las dificultades inmediatas del trabajo y con sueños que nos parecerían, en la actualidad, conmovedores por su simpleza. 

El oeste estadounidense de principios de siglo pasado se nos muestra a través de sus paisajes vírgenes, sus ríos indomables repletos de peces y de una naturaleza que aún no ha sido domesticada por el ser humano. De hecho, es el mismo Grainier quien es parte de esos hombres anónimos que alguna vez lucharon contra lo salvaje, trazando una huella a través de rieles ferroviarios que unían ciudades alejadas o planicies sin árboles donde se desarrollaban nuevos pueblos y ciudades.

La trama es sencilla y profunda a la vez —con una precisión poética que jamás cae en el sentimentalismo, a pesar de la tristeza y soledad que subyace en la novela— y revela a un hombre común que tala árboles, construye vías de ferrocarril y que sueña con una cabaña en medio de una pradera donde descansar junto a su esposa y su hija. 

La rutina de Grainier transcurre de manera apacible junto a su familia y trabajo hasta que la tragedia golpea a su hogar. El fuego que purifica y destruye todo. La desgracia que jamás esperó. Algo se rompe dentro suyo y su existencia queda reducida a la de un animal herido sin trucos nuevos que deambula en una especie de limbo entre su pasado y su futuro inmediato.

Los dominios perdidos

A través del relato, Denis Johnson nos revela un mundo que ya no existe y que en esa distancia nos parece ajeno y conmovedor. No hay cuestionamientos sobre el dolor en Grainier, sino resignación ante la tragedia. No vemos dudas existencialistas, solo la voluntad instintiva de vivir, donde no hay cabida para el “yo” ni para el exacerbado narcisismo moderno. Vemos la soledad despojada de toda vanidad. En una de sus páginas se dice: «Viviendo en el Moyea, con tantas pequeñas tareas para distraerse, se olvidaba que era un hombre triste”. 

Con el tiempo Grainier aprende a sobrellevar su tristeza y la acepta como parte de un sueño olvidado que deja marcas invisibles. Su supervivencia es su autocastigo. Con el pasar de los años vemos su lento deterioro, como si fuese uno de esos grandes árboles que ceden al tiempo y se derrumban en un bosque solitario al final de la noche.

No es casualidad que los libros significativos nos lleven a cuestionarnos hasta lo más obvio. Ahí también radica parte de la belleza del arte. Y esa nostalgia a lo rural y a las vidas pasadas que nos plantea Denis Johnson en “Sueños de trenes”, y en el resto de sus libros, es parte de una cronología de los olvidados, de los renegados, de los que jamás tendrán un lugar en los libros de historia donde los ganadores se llevan las portadas, las descripciones rimbombantes y las supuestas glorias.

“Sueños de trenes” lo deja a uno con una sensación extraña, con una nostalgia hacia algo no vivido. La trama nos hiere y nos daña, nos resquebraja para que la luz y el calor pueda entrar entre las grietas. Denis Johnson, como en un tren que pasa por las ruinas de un poblado diminuto, nos muestra una época y la vida de un hombre que encierra la vida de miles de otros hombres que murieron en esas llanuras salvajes con sueños y fracasos que se esfuman cuando la carne cede. La existencia de Robert Grainier nos enseña que la vida, en su brevedad y profundidad, no solo tiene su valor en los momentos felices y plenos, sino también en el sacrificio y en la pérdida, en aquello que día a día nos hace humanos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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