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Libro «Escatología»: pesimismo que redime CULTURA|OPINIÓN

Libro «Escatología»: pesimismo que redime

Víctor Minué Maggiolo
Por : Víctor Minué Maggiolo Periodista, Máster en Edición. Universitat Autónoma de Barcelona.
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El imaginario poético escatológico de Boroa, –expresado a través de cavilaciones, monólogos, rememoraciones y epitafios–, tiene dos ejes temáticos más o menos dialógicos: la temporalidad y la muerte. La temporalidad, vista como una agonía de un tiempo cronológico; el pasado caótico pero sumido en una atmósfera mítica y el presente engendrando una temporalidad vaciada de sentido, desplegada hacia un futuro abyecto, que nos devuelve la invariable progresión de fracasos de la historia universal.


Escatología, poemas para un holocausto nuclear (Ediciones Filacteria) es el primer libro del joven poeta de Valparaíso, Vladimir Boroa. Es llamativo, en primer lugar, el título elegido, Escatología, sin duda, peculiar y sugestivo. Uno pensaría que en sus páginas encontraremos “poesía escatológica” en su uso más conocido; ese de la expresión lírica –a través un lenguaje soez y procaz– sobre el arte lúbrico de excretar, por ejemplo, registrado mediante un humor liberador (como el caso de Quevedo, que terminó en la cárcel por sonetos de este estilo) o del poema escrito en una especie slang homoerotico críptico-poético entre Verlaine y Rimbaud, (un texto codificado, casi intraducible, escrito a dos manos). Pero este no es el caso, hay que leer a Boroa para descartarlo, el libro explora otros temas mundanos y cotidianos, más cercanos a su definición teológica –y etimológica– que habla sobre los destinos últimos del ser humano, solo que aquí el poeta desliga y subvierte el orden metafísico por una dialéctica materialista y biologicista, en donde el ser humano es el único propiciador de todas sus miserias: las leyes universales programadas bajo una hermenéutica de la destrucción, que nos llevarán a una irreversible y predecible extinción de la civilización humana.

[cita tipo=»destaque»]Se podría decir que la pulsión tanática atraviesa todo el libro, representada a veces en profecías autocumplidas, imágenes de ultratumba, malditescas. Pero, sobre todo, como una percepción de lo etéreo y sublime; la muerte como un símbolo romántico que representa el fin del sufrimiento, frente a las estrangulaciones que la sociedad nos depara.[/cita]

No son pocos los poetas chilenos, en todo caso, que han tirado de recursos escatológicos en algún lance de su trayectoria poética. Encontramos a Neruda con su Canto General; a Eduardo Anguita en su etapa poscreacionista, –una escatología espiritual y teísta–; a Pablo de Rokha paradigma de escatología desmesurada, de aspiración al infinito o la escatología malhumorada de ultratumba de Armando Uribe. Es interesante que Boroa dote de un sentido de unidad temática  a su poemario, sobre un modelo tan poco usado por las nuevas generaciones de poetas, pero tan presente, si se mira con un poco de detalle, en la tradición poética chilena del siglo XX.

Llamativo es también que el poeta haya elegido los sonetos clásicos en este libro, a contracorriente de la fragmentariedad predominante en esta época; volver a componer sonetos en tiempos del verso libre, es también, un valor de novedad que habría que celebrar.

El imaginario poético escatológico de Boroa, –expresado a través de cavilaciones, monólogos, rememoraciones y epitafios–, tiene dos ejes temáticos más o menos dialógicos: la temporalidad y la muerte. La temporalidad, vista como una agonía de un tiempo cronológico; el pasado caótico pero sumido en una atmósfera mítica y el presente engendrando una temporalidad vaciada de sentido, desplegada hacia un futuro abyecto, que nos devuelve la invariable progresión de fracasos de la historia universal. Por otro lado, la muerte, como fin último sin posibilidad de redención. Se podría decir que la pulsión tanática atraviesa todo el libro, representada a veces en profecías autocumplidas, imágenes de ultratumba, malditescas. Pero, sobre todo, como una percepción de lo etéreo y sublime; la muerte como un símbolo romántico que representa el fin del sufrimiento, frente a las estrangulaciones que la sociedad nos depara.

Como influencias se podrían rastrear las formas al Siglo de Oro español, Quevedo, Góngora, San Juan de la Cruz y compañía. La elección del soneto, está vinculada a la necesidad de volver al pasado para decir algo nuevo. El soneto, bien usado, como en este caso, es una composición poética tan elástica, versátil y poderosa para expresar cualquier cosa, como el verso blanco, o la prosa poética, o cualquier métrica anfibia posmoderna que se improvise en una página en blanco.

En definitiva, Escatología, poco tiene que ver con holcausto nucleares, tesis exterminadoras o visiones poético-apocalípticas. Baroa pretende recrear, con influjo baudeleriano, y un pesimismo que redime y humaniza a la manera de Schopenhauer, la tragedia moderna colectiva y sus posibilidades expansivas en el día a día, provocando ese antiguo sentimiento estético a través del lenguaje, nada más ni nada menos, que la emoción y la conmoción por la belleza. Y advirtiéndonos –como bien lo diría Lihn– que no hay tiempo que perder en este mundo embellecido por su fin tan próximo.

Escatología, Vladimir Boroa, Ediciones Filacteria.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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