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«Después de la niebla»: un libro sobre la fractura y el valor de la derrota CULTURA|OPINIÓN Crédito: R Walker C.

«Después de la niebla»: un libro sobre la fractura y el valor de la derrota

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Nicolás Bernales
Por : Nicolás Bernales Escritor y columnista literario. Ha publicado el libro de cuentos "La Velocidad del agua" (Ojo Literario 2017), por el cual se adjudicó el Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura en el área de creación. En 2023 publicó la novela "La geografia dell` esillio", Edizioni Ensemble. Roma.
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La novela fragmentaria de María Edwards Urrejola es algo que se lleva haciendo por bastante tiempo, y coincidentemente en sus temáticas, se repite la mirada de la niñez frente a los adultos, frente a una época. Una necesidad de rescatar esos primeros años de formación. Es una opción querer comprender nuestros pequeños asuntos privados en instantáneas fijas e intermitentes una vez que se disipa la niebla, en oposición a reinterpretar la existencia a través de un mundo basto y continuo.


La niña se levanta antes de que amanezca en el lago, hablan entre susurros para no despertar a los hermanos menores. Esta por cumplir nueve años y a punto de dejar la casa de los padres.

Con esta información nos desafía María Edwards en la primera página. ¿Y de que forma lo hace? Lo estampa en un fragmento de no más de ochenta palabras. En la contratapa hablan de una «mirada poética, a ratos pictórica» y en la escueta biografía señalan sus estudios de arte y especialización en ilustraciones botánica.

Ya desde comienzos del siglo xx se habla de la influencia de los avances tecnológicos en la literatura. La de la fotografía y el cine son ineludibles.

En esta ocasión siento con fuerza, más que una mirada pictórica, una mirada fotográfica, en su realismo, luminosidad y pulcritud. Pero no la de cualquier fotografía, que hoy en día se ha masificado haciéndola invisible en su exceso. Se me vino a la cabeza las ya extintas diapositivas. Proyectadas contra la pared del interior de una casa, de un hogar, una pared antigua que viste sus grietas con orgullo. Cada página es una de ellas, cada una de ellas nos va a entregar nueva información, si nos detenemos a observarla con paciencia. Y el ruido mecánico que produce el artefacto al pasar de una a otra, viene del lago, de los fuertes vientos y de la lluvia del sur.

Sin una linealidad clara, ni personajes psicológicamente esbozados, vamos descifrando la vida de la niña, que en una primera instancia se divide en dos territorios. La casa del lago junto a sus padres y hermanos menores y la pensión en Osorno, donde debe vivir junto a su hermana, para asistir a clases. Es ahí donde se dirige en la primera página.

Estos dos lugares son descritos detalladamente bajo la misma fórmula fragmentaria y en extensiones variadas, hay páginas que se resuelven en menos de veinte palabras. La mirada es descriptiva, generadora de imágenes, no introspectiva ni analítica. Y en esta se percibe una fractura, que de a poco nos conduce hacia el personaje principal, el catalizador de la vida que llevan, sobre el cual ronda cada uno de los fragmentos, el padre.

«Las manos de mi padre son suaves y rosadas.
Los vellos de sus brazos son dorados y huelen a colonia 451 y marihuana»
Pág. 49.

Para presentar al personaje, María Edwards se permite saltos en el tiempo y nos aleja por algunos fragmentos del lago y del sur. Habla de sus abuelos, de los fantasiosos negocios que ideaba el padre, como vender escobas chilenas y ají Diaguitas en una feria en Sausalito, California.

«Nunca supimos si fue júnior en un Banco en Washington o un exitoso ejecutivo en la Bolsa de Nueva York» Pág. 52

Cada uno de estos emprendimientos los va conduciendo hacia la precariedad y al mal pasar. Claramente él, es de aquellas personas que no están hechas para los negocios, es de esos seres encantadores que a golpes debe adecuarse: «al valor de la derrota, a la humanidad que de ella emerge» como dice Pasolini. Y cada una de estas derrotas los arrastra hacia la casa del lago, hacia las imágenes del sur que saltan de la página, de la mirada de la niña a nosotros. Y es ahí, en ese lugar donde también hay cabida para la belleza entre las preocupaciones y el dolor.

No quiero robarle más detalles al lector, hay que buscarlos en el libro. Solo un fragmento más que me pareció destacable:

«Es la primera vez que vemos llover así. Mi mamá llora.
Dice que echa de menos el cine» Pág. 66

La novela fragmentaria es algo que se lleva haciendo por bastante tiempo, y coincidentemente en sus temáticas, se repite la mirada de la niñez frente a los adultos, frente a una época. Una necesidad de rescatar esos primeros años de formación. Es una opción querer comprender nuestros pequeños asuntos privados en instantáneas fijas e intermitentes una vez que se disipa la niebla, en oposición a reinterpretar la existencia a través de un mundo basto y continuo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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