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Los conocimientos y el neoliberalismo CULTURA|OPINIÓN

Los conocimientos y el neoliberalismo

Aun cuando el neoliberalismo esté en el suelo, son las pulsiones de dominación y conservación las que insisten en conocer mejor las cosas y echarse al hombro la construcción del porvenir, porque, en último orden, somos herederos de una modernidad colonial que no sabe pensar de otra forma, que es incapaz de reconocer otros espacios, otras gentes, otras formas culturales, otros modos de pensar que sí existen, que sí han existido y que sí existirán. El problema, para el campo de los saberes, no está en la imposibilidad de quebrar esta modernidad colonial, sino, muy por el contrario, en comenzar a dar los pasos ciertos para pasar a otra cosa diferente.


En momentos en que el país discute y proyecta transformaciones profundas tras la revuelta popular de 2019, ha tomado fuerza un enunciado que no deja de ser falaz: “el neoliberalismo está en nuestro pensamiento, en nuestros cuerpos, no podemos pretender estar fuera de él”.

Este enunciado oculta dos cosas. En primer lugar, asegura saber cómo funciona el pensamiento, cuál es la estructura cognitiva de todo y toda chilena y, por lo tanto, ejercer sutilmente una sentencia policial: no se puede concebir nada fuera del neoliberalismo, éste es la esencia de la inmanencia. Desde ahí, cualquier dicho, cualquier idea que quiebre o proyecte algo diferente, es juzgada de irracional, de utópica, de irresponsable, desquiciada, inconsciente, marginal, etc.

Por lo mismo, en segundo lugar, se trata del mejor enunciado que el deseo neoliberal puede poner en funcionamiento hoy, pues el neoliberalismo se presenta a sí mismo como la conciencia de su propia transformación, como el único modo de salir de él mismo, como el saber supremo de todo lo que hay y debe haber. Y, en especial, de lo que no debe haber. Ese es su alcance ideológico, no solo imponerse como la economía dominante, sino como la forma misma del pensamiento, del conocimiento y del sentir.

Si bien el enunciado en cuestión aparece en diferentes instancias, en debates, redes sociales, columnas periodísticas, etc., tomando la forma de una opinión generalizada y recurrente, nos interesa particularmente cuando es utilizado en la discusión académica sobre el presente y el porvenir de la investigación y, en especial, sobre las humanidades, las artes y las ciencias sociales, cuyos saberes no se inscriben en el ámbito de las ciencias exactas y cuyos hábitos están bastante lejos de las dinámicas administrativas que creen hoy ser la esencia del pensamiento y el sentir. Pues justamente, más allá de hinchar currículos a través de artículos castrantes, trabajar en el ámbito de estos saberes implica apuntar a cambiar los modos de pensar, a abrir los saberes, democratizarlos, ampliar los sentidos, concebir la experiencia de maneras diferentes.

Por lo tanto, habría que comenzar por destituir ese enunciado y sustituirlo por el siguiente: “siempre se ha podido pensar de otras maneras, hay por tanto que constituir saberes totalmente diferentes y distantes al neoliberalismo si queremos mejorar las condiciones de existencia locales y globales”.

Es vulgarmente absurdo: el mismo poder que destruye dice ser el único poder de conocimiento. Esta falacia mora en la base “epistémica” del neoliberalismo: conocer es dominar, conocer es asegurar-se, conocer es introducir todo en la especulación de valores. Cuando se afirma que nuestra estructura interna y externa es neoliberal, se afirma que nuestro cerebro, nuestro cuerpo, nuestro inconsciente, nuestro deseo, etc., extraen e introducen todo lo que está alrededor nuestro en un engranaje de especulación imparable del cual nadie y nada puede salir, porque es absoluto. Lo relativo, en efecto, se vuelve lo absoluto.

Aun cuando el neoliberalismo esté en el suelo, son las pulsiones de dominación y conservación las que insisten en conocer mejor las cosas y echarse al hombro la construcción del porvenir, porque, en último orden, somos herederos de una modernidad colonial que no sabe pensar de otra forma, que es incapaz de reconocer otros espacios, otras gentes, otras formas culturales, otros modos de pensar que sí existen, que sí han existido y que sí existirán. El problema, para el campo de los saberes, no está en la imposibilidad de quebrar esta modernidad colonial, sino, muy por el contrario, en comenzar a dar los pasos ciertos para pasar a otra cosa diferente.

No es verdad que no existan dimensiones fuera del neoliberalismo, la represión constante y sistémica que vemos en Chile y otros países demuestra lo contrario, es un síntoma real de que aquella supuesta ecuación que nos dice que pensamos neoliberalmente no es cierta, pues de serlo, no necesitaría la violencia, se daría “naturalmente”.

El campo de los saberes no puede operar ni proyectar sin el compromiso con las transformaciones. Pensar de otros modos, considerar otras epistemes, otras economías, aprender a mirar lo que no se ve, a escuchar lo que no se escucha, explorar lo que no conoce, salir del campo de las seguridades (y los aseguramientos) para poder concebir algo diferente a la catástrofe cotidiana en la que nos sumerge este sistema de dominación.

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