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«Encrucijadas» de Jonathan Franzen: desmenuzar el devenir de una familia en su camino hacia una inevitable crisis CULTURA|OPINIÓN

«Encrucijadas» de Jonathan Franzen: desmenuzar el devenir de una familia en su camino hacia una inevitable crisis

Nicolás Bernales
Por : Nicolás Bernales Escritor y columnista literario. Ha publicado el libro de cuentos "La Velocidad del agua" (Ojo Literario 2017), por el cual se adjudicó el Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura en el área de creación. En 2023 publicó la novela "La geografia dell` esillio", Edizioni Ensemble. Roma.
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Franzen no es un escritor perfecto, a veces se alarga y toma desvíos innecesarios, a veces nos topamos con algunas frases que llaman la atención o algunas metáforas forzadas o poco convincentes. Pero es un gran novelista, al avanzar en la lectura comenzamos a reconocer su forma de tejer, su capacidad de entrelazar detalles e historias para formar un gran fresco familiar. Su capacidad para insertarnos en medio de los Hildebrandt, de sus problemas y los de su época, correspondiéndose con elegancia. Y ya no queremos abandonarlos, nos preocupamos por ellos, por su destino. Y emociona.


Con la publicación de las «Correcciones» en el año 2001, Jonathan Franzen se transformó en un novelista de figuración mundial. Ventas sobre el millón de ejemplares, su imagen en la portada de los principales medios, un sin fin de entrevistas y las consecuencias que implica la fama.

Esta, «Encrucijadas», su tercera novela, fue lanzada a pocos días de los atentados a las torres gemelas. El siglo XX empezaba a retirarse, y los cambios que traería este nuevo periodo, en manos de la tecnología, la comunicación y las masas, tomaban forma. La exposición de sus ideas frente al público norteamericano, lo llevó a ganarse la fama de petulante y mal genio.

Se hizo de un buen número de enemigos (haters) al no querer asistir al club del libro de Oprah Winfrey, y de pasada referirse al programa con cierto desdén, consciente de que su aparición ahí le habría significado miles de ventas. Pero a pesar de ganarse el mote de ser uno de las personas más odiadas de América (después de Osama bin Laden) por algunas semanas, el libro fue aclamado por la cítrica.

Su análisis de la forma de vida americana y los excesos del capitalismo a finales de los noventa, vistos a través de los avatares de los Lambert, una familia del medio oeste, no dejaron a nadie indiferente. Luego vino «Libertad» en 2010, con similares reacciones y resultados. Franzen volvía a escudriñar en el estilo de vida de su país, desmenuzándolo desde el interior de la familia, en una novela de largo aliento, invocando a Austen, Tolstoi y Faulkner. Con Pureza (2018) se produjo una ralentización, las ventas bajaron a pesar de los buenos comentarios. Lo que alegró a sus detractores, quienes habían encontrado el hábitat ideal para reproducirse: las redes sociales y Twitter. Se lo ha acusado de elitista, sexista y de tecnófobo. Por esos días, frente a los resultados de su última novela, libró una batalla perdida en contra de la sumisión tecnológica:

«Internet trata de destruir a la élite, de destruir a los expertos. «El pueblo sabe más”. Si se lleva ese eslogan a su consumación, se obtiene a Donald Trump. ¿Alguien ha considerado que dejar que otras personas definan cómo llenar tu día y con qué te llenan la cabeza -una corriente pasiva y posmoderna de pensamientos ajenos- es la razón de nuestra fragilidad?»

A pesar de que este tipo de declaraciones pueda originar molestia en algún alma aburrida e hipersensible. No parecen tan atropelladas o graves para causar las reacciones de las cuales fue victima y cuyas consecuencias podrían haber condicionado su libertad para opinar y crear.

Hoy en día Franzen ya tiene 60 años, abandonó Nueva York y la vida de ciudad. Actualmente reside en Santa Cruz, California, junto a su pareja. En las entrevistas se ve una persona tranquila, pausada y su apariencia es más bien un poco insípida. Sigue dedicado a la escritura de ficción, ensayos y al avistamiento de aves. Luego de la elección de Trump, consideró que las cosas habían llegado tan lejos que decidió encerrarse siete días a la semana para trabajar en las entrañas de una década distinta. Tal vez cansado de socavar el presente de su país, buscó refugio en el pasado. El resultado es una novela de más de seiscientas páginas, protagonizada por una nueva familia, los Hildebrandt. «Encrucijada» se desarrolla en vísperas de la Navidad de 1971 bajo la amenaza de una gran nevada.

A través de una meticulosa tercera persona y haciendo uso de la rotación de personajes en cada capitulo, va desmenuzando el devenir del grupo en su camino hacia una inevitable crisis.

Russ Hildebrandt, cabeza de la familia, pastor en una iglesia progresista, convencido de que su matrimonio naufraga sin salvación. Asume la tarea de visitar a los feligreses de comunidades pobres en compañía de una atractiva viuda, quien podría traer nuevas luces a sus días desdichados. Humillado hace algunos años al ser expulsado de Encrucijada, grupo de actividades juveniles de la parroquia, por una clara desconexión con las nuevas generaciones, en contraste con el nuevo pastor, quien se gana el corazón del grupo con un acercamiento más terrenal que teológico. Esta desconexión se extiende hacia los otros miembros de la familia.

Perry, el tercer y brillante hijo, un adolescente calculador, que se ha dedicado al consumo y a las ventas de drogas entre los jóvenes de la comunidad. Decide aquel día darse la oportunidad de ser alguien mejor.

Por su parte Becky, la segunda de los Hildebrandt, se despierta esa mañana luego de haber sido besada por primera vez. Es una mujer hermosa y popular, quien no tuvo mayores dificultades para conquistar al vocalista de una banda local. Esta naciente relación, que podría verse como un movimiento hacia la contracultura, puede esconder una implosión hacia el interior de la provinciana comunidad.

O así lo ve Clem, el primogénito, quien toma una drástica decisión, impulsado por una carga de conciencia moral frente a la dura realidad que vive su país. Luego de abandonar la universidad, decide volver al hogar con el fin de darla a conocer a todos.

Y ahora tomamos un respiro hondo y encontramos a Marion. «Asqueada consigo misma y con su sobrepeso, Marión huyó de la rectoría». Sin duda el personaje más atractivo de la novela. Formada por un contraste de luces y sombras, que, en su momento, cuando se eleva, puede iluminar a los demás. Marión huye de la rectoría hacia una sesión de psicoanálisis que mantiene en secreto. Huye de la sospecha, de la certeza del caos y la amenaza del derrumbe. A través de esta sesión nos enteramos de un pasado secreto y violento durante su juventud en Los Ángeles, ciudad que aborda con ingenuidad y abandona en pedazos. De esta forma, nos enteramos también del material del que esta hecha y las decisiones que es capaz de tomar.

Judson (¿Jonathan?) el pequeño, es víctima y observador, se agita en medio de las olas de la familia.

Franzen no es un escritor perfecto, a veces se alarga y toma desvíos innecesarios, a veces nos topamos con algunas frases que llaman la atención o algunas metáforas forzadas o poco convincentes. Pero es un gran novelista, al avanzar en la lectura comenzamos a reconocer su forma de tejer, su capacidad de entrelazar detalles e historias para formar un gran fresco familiar. Su capacidad para insertarnos en medio de los Hildebrandt, de sus problemas y los de su época, correspondiéndose con elegancia. Y ya no queremos abandonarlos, nos preocupamos por ellos, por su destino. Y emociona.

A pesar de la distancia inicial que podemos sentir frente a una comunidad religiosa en un suburbio de Chicago, va colocando las piezas de una forma que derriba cualquier barrera. La familia como una lucha de caracteres en la que se puede sobrevivir o no. La religión como inflexión del alma, como un movimiento interno, a la que puedes tener acceso o no. El orgullo, la fidelidad, la industria de la música, las drogas, el rencor, el perdón y la inestabilidad mental. Y al fondo la guerra de Vietnam, el pacifismo, las comunidades menonitas en Indiana, las reservas Navajo amenazadas por la explotación de la tierra, por la ambición.

El autor anunció que esta es la primera parte de una trilogía que en su idioma original lleva el subtítulo: «A key to all mythologies» («La clave de todas las mitologías»). De esta manera, juega con el título del libro que intenta escribir el personaje del reverendo Edward Casaubon al interior del tremendo Middlemarch de George Eliot (Mary Anne Evans). Quien intenta exponer las correlaciones que unen a todas las mitologías, “basándose en la idea de que los mitos son expresiones locales de instancias particulares de una Verdad general y universal”.

Tal vez Franzen en su ejercicio novelesco, el anterior y el de ahora, al igual que el personaje de George Eliot, sabe de antemano que la tarea es imposible, dar con esa verdad general y universal. Porque en realidad no sabemos cómo va a reaccionar una persona, no sabemos lo que piensa, esconde o desea. Es ahí donde entra la ficción, ese el material con el que trabaja el novelista. Intentar desentrañar esas zonas oscuras, esas penumbras. Y quizás eso es lo que muchos de sus compatriotas rechazan de plano. Detestan la duda, detestan las grietas en su conocimiento falaz e informático.

Pero al novelista le interesa eso, la experiencia y la indecisión humanas, sin importar la época, 1971, 2021 o el 1871 del Middlemarch de George Eliot. Esperemos que siga encerrándose siete días a la semana, totalmente desconectado, solo él y los Hildebrandt. Y siga adelante con la que hasta ahora es su mejor novela.

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