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El joven Marías CULTURA|OPINIÓN Crédito: DW

El joven Marías

Nicolás Bernales
Por : Nicolás Bernales Escritor y columnista literario. Ha publicado el libro de cuentos "La Velocidad del agua" (Ojo Literario 2017), por el cual se adjudicó el Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura en el área de creación. En 2023 publicó la novela "La geografia dell` esillio", Edizioni Ensemble. Roma.
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Cuando un escritor muere se produce una revitalización de su obra. Este no va a ser el caso, sus libros, columnas y entrevistas, eran parte de la actividad cultural actual. La sorpresa y la pérdida son nuestra, es para los que esperábamos sus palabras cada domingo, para los que esperábamos el próximo título. Para los que creemos que murió demasiado joven Marías.


Javier Marías debutó a los diecinueve años con la novela «Los dominios del lobo», una historia de desintegración familiar ambientada en los Estados Unidos que se publicó en 1971. Para sorpresa y molestia de algunos de sus contemporáneos, en esta no había alusión a Franco, a la guerra civil o a España. A pesar de su corta edad logró crear una novela maciza, situándose de inmediato como referente de la literatura de su país y ganándose el apodo de: “joven Marías”.

Hijo del filósofo Julián Marías y la traductora Dolores Franco, fue escalando posiciones para convertirse en unos de los escritores españoles más importantes y celebrados de las últimas décadas. El joven fue dejando de serlo y luego de catorce novelas, colecciones de cuentos, ensayos, traducciones como la de Tristram Shandy de Sterne y una incansable escritura de columnas dominicales donde hablaba de política, fútbol, cine, por supuesto literatura y el acontecer de España, nos enteramos de su muerte a los setenta años.

Marías declaró en alguna ocasión que ese debut literario seguía siendo su mejor trabajo, cuando aún sentía un gran respeto por las reglas de la gramática. Pero no había que tomárselo en serio. No estaba hablando de ese libro en particular, sino de un camino que eligió seguir de ahí en adelante y que lo llevó a la escritura de sus mejores obras. Su experiencia vital lo hizo sumergirse en la cultura inglesa como profesor de Oxford. También podemos detectar la influencia del escritor austriaco Thomas Bernhard en su prosa.

Frases subordinadas, que se intercalan de distintas maneras, entre citas y reflexiones, deteniendo el tiempo por instantes para luego retomar el cauce en una cadencia hipnótica y envolvente que parece replicar en el papel el sonido de su máquina de escribir Olympia. Marías se mantuvo alejado de lo digital, no solo como costumbre o tradición, también con cierta suspicacia por los tiempos actuales. Este siglo bobo o tonto como lo llamaba. Esto lo llevó a dar una pelea cultural a través de sus columnas. Su forma de polemizar siempre fue bien pensada y culta, respetuosa sin dejar de ser impertinente e irónico.

Tiendo a pensar que no les daba mayor importancia a sus enemigos y sospecho que sabía que la batalla estaba perdida mientras no se recogiera esta nueva ola de intolerancia y buenismo. Durante el 2022 sus columnas se fueron transformando en relatos de ficción, eran sus personajes los que ahora hablaban por él.

No sé cuál habrá sido la penetración de Javier Marías en Chile, recuerdo con claridad que fueron las alabanzas de Roberto Bolaño la forma en que di con él. Este lo celebró como uno de los autores más aventajados en la frontera del nuevo territorio a explorar. ¿Cuál era ese nuevo territorio a explorar? Bolaño no lo explica, lo ejemplifica: «El de la aventura, el de Cervantes».

Marías aceptó orgulloso el premio iberoamericano José Donoso en 2008. Pese a su aversión por los viajes en avión, visitó el país, explicando el vínculo y el interés que hubo entre las personas de su generación que nacieron bajo el franquismo y el destino de nuestro país a partir del golpe de Estado y luego bajo la dictadura.

La obra de Marías es basta, literaria e intelectualmente hablando, no es fácil de resumir en una columna. Su interés por los libros es la del intelectual clásico, la del coleccionista y buscador de títulos escasos en antiguas librerías de viejo. Su interés por la traducción es metódico, declarando este ejercicio como la mejor forma para aprender a escribir. Su obra de ficción fluye por un hilo de improvisación controlada. Una tarea lenta y ardua, cargada de ambigüedad, deteniéndose en lo que se oculta y ocultamos. Donde el escritor averigua y desentraña conforme avanza en la escritura. Muy alejado de simplismos donde se evita la duda y se busca certeza y afirmación.

Tradición que viene de sus admirados Faulkner, Nabokov, James y Stevenson para nombrar algunos. La necesidad de sumergirse en claroscuros para crear algo nuevo. Se me viene a la mente la definición que hace Antoine Compagnon en su libro: «Los Antimodernos».
Tal vez Marías cabe en esa clasificación, la del escritor con un ojo en la tradición y otro en la novedad de la forma.

Los primeros párrafos de sus novelas siempre son atrevidos y envolventes. Lo obligan a uno a sumergirse en el reto que tenemos por delante.

«No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacia mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados.»

«Corazón tan blanco».

«La última vez que vi a Miguel Desvern o Deverne fue también la última vez que lo vio su mujer, Luisa, lo cual no dejó de ser extraño y quizá injusto, ya que ella era eso, su mujer, y yo era en cambio una desconocida y jamás había cruzado con él una palabra. Ni siquiera sabía su nombre, lo supe sólo cuando ya era tarde, cuando apareció su foto en el periódico, apuñalado y medio descamisado y a punto de convertirse en muerto, si es que no lo era ya para su propia conciencia ausente que nunca volvió a presentarse: lo último de lo que se debió de dar cuenta fue de que lo acuchillaban por confusión y sin causa, es decir, imbécilmente, y además una y otra vez, sin salvación, no una sola, con voluntad de suprimirlo del mundo y echarlo sin dilación de la tierra, allí y entonces. »

«Los Enamoramientos».

«Yo fui educado a la antigua, y nunca creí que me fueran a ordenar un día que matara a una mujer. A las mujeres no se las toca, no se les pega, no se les hace daño físico y el verbal se les evita al máximo, a esto último ellas no corresponden. Es más, se las protege y respeta y se les cede el paso, se las escuda y ayuda si llevan un niño en su vientre o en brazos o en un cochecito, les ofrece uno su asiento en el autobús y en el metro, incluso se las resguarda al andar por la calle alejándolas del tráfico o de lo que se arrojaba desde los balcones en otros tiempos, y si un barco zozobra y amenaza con irse a pique, los botes son para ellas y para sus vástagos pequeños (que les pertenecen más que a los hombre), al menos las primeras plazas. Cuando se va a fusilar en masa, a veces se les perdona la vida y se las aparta; se las deja sin marido, sin padres, sin hermanos y aún sin hijos adolescentes ni por supuesto adultos, pero a ellas se les permite seguir viviendo enloquecidas de dolor como a espectros sufrientes, que sin embargo cumplen años y envejecen, encadenados al recuerdo de la pérdida de su mundo. Se convierten en depositarias de la memoria por fuerza, son las únicas que quedan cuando parece que no queda nadie, y las únicas que cuentan lo habido.»

«Tomás Nevison».

Cuando un escritor muere se produce una revitalización de su obra. Este no va a ser el caso, sus libros, columnas y entrevistas, eran parte de la actividad cultural actual.

La sorpresa y la pérdida son nuestra, es para los que esperábamos sus palabras cada domingo, para los que esperábamos el próximo título. Para los que creemos que murió demasiado joven Marías.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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