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Adolfo Couve: un príncipe en el exilio CULTURA|OPINIÓN

Adolfo Couve: un príncipe en el exilio

No sólo era un personaje con un programa estético y artístico combatido o resistido por los grupos predominantes, era además la “oveja negra” de una familia acomodada, de esas aisladas del país, en ese Chile 1. Adolfo, en cambio, desde niño supo observar e interpretar el lenguaje del Chile 2 y 3. Merodeaba, cual infante asustadizo, a esa señora del barrio alto de la cual hablaban mal, pues era una azafata divorciada. Podía crear la atmósfera de un farmacéutico de la primera mitad del siglo XX, culto, obsesionado en impulsar la carrera de un niño pobre, prodigio de la pintura y perdido en un reducto rural de la región de Valparaíso.


“Me voy de Chile, me voy a Cartagena” fue una de las expresiones más interesantes del escritor Adolfo Couve en los años noventa, década en la cual su obra empezó a ser valorada, reeditada y actualizada en sus fundamentos estéticos, con entregas como La Comedia del Arte.

Era el Chile de la transición hacia ninguna parte, un simple reacomodo de poderes para consolidar una eterna post dictadura, la Constitución de 1980, AFPs e Isapres, el crédito de consumo, un discurso chauvinista macroeconómico, la despolitización de la ciudadanía y los primeros esbozos sobre el lumpen-ciudadano, profetizado éste por el poeta Armando Uribe.

Couve es uno de los enormes escritores de Chile y de los menos leídos, por eso es una fiesta el reciente lanzamiento del libro «Un Príncipe en el Exilio. Las Ideas estéticas de Adolfo Couve», del connotado académico de la Universidad de Chile y poeta Rodrigo Zúñiga Contreras.

La obra presentada en el Centro Cultural de La Reina por la naciente editorial Circe Creaciones es un contundente trabajo, hilvanado desde la huella que Couve dejó, no sólo en las playas de Cartagena donde solía pasear en compañía de su perro Moro.

Ese hilo atesorado por Rodrigo Zúñiga permite ampliar el perfil del artista, quien salió de su zona de confort en la pintura hacia la ruda legión extranjera de la literatura, para desplegar ahí sus fundamentos estéticos.

Zúñiga invita a revisar las ideas del pintor y con pulso de docente, desea trabajar esta herencia fundamental para el país de hoy, donde todo se ha desfondado de nuevo, en una contingencia de lenguajes no conscientes de sí mismos, como asevera.

En el libro de Zúñiga se invita a conocer la coherencia y el rigor del “programa” estético con que Couve pintó su obra literaria, en cuanto pensador original. Las páginas develan cómo congeniaban en éste un escepticismo recalcitrante y su devoción ciega por la historia del arte. Zúñiga fue alumno en sala con el pintor – escritor y es atento lector de sus ensayos. «Un Príncipe en el Exilio» ofrece cuatro ámbitos del ideario estético del autor del Tren de cuerda: La Lección de Literatura, Un realismo Plástico, El cisma fotográfico y La lección de pintura en el tiempo postpictórico.

En el prólogo Zúñiga explica cómo toda la fascinante y extravagante personalidad de Couve y su doctrina se sustentaban en verdades muy evidentes, por cuanto había en él una honda meditación sobre la historia del arte, donde la crisis gestada del encuentro entre el devenir de la pintura, la irrupción de la fotografía y la función del realismo plástico, sólo podían ser abordados en una fusión de escritura y pintura.

La realidad no tiene apellido, quien no se la pueda con ella, ni se atreva mejor, pues no existe eso del “realismo mágico”, decía para sintetizar cómo él salía a enfrentar al mundo. Eterno niño burlesco, “me duele no haber llegado a poeta. Hasta nombre tengo de poeta. No habría tenido que buscar seudónimo como Neftalí Reyes y Lucila Godoy Alcayaga. Pero me faltó el talento”, aseveraba Couve.

El autor Rodrigo Zúñiga.

Su supuesta debilidad emocional la graficaba con metáforas entrañables. “Yo soy un bote con un hoyo al medio, no puedo decir me voy a Isla de Pascua, pues me hundo ahí mismo en la playa”, decía. Todo su legado artístico y académico es la de un noble apátrida. La pintura, su lengua materna, fue exiliada y marginada durante el siglo XX. De ahí tan acertada la propuesta de Zúñiga.

Couve ya era considerado anacrónico o ajeno en la segunda mitad de los años sesenta, por un Chile sobre ideologizado y ultra militante.

Después de la dictadura, el Chile jaguar le parecía tanto o más irrespirable, de ahí que como otros artistas escogió un alejamiento voluntario. Desde Cartagena pudo establecer un anti Macondo fundado en el realismo, desde el cual se trasladaba a Santiago para cumplir con el deber y placer de formar, deformar, animar y desanimar a generaciones de artistas en la Universidad de Chile.

No sólo era un personaje con un programa estético y artístico combatido o resistido por los grupos predominantes, era además la “oveja negra” de una familia acomodada, de esas aisladas del país, en ese Chile 1. Adolfo, en cambio, desde niño supo observar e interpretar el lenguaje del Chile 2 y 3. Merodeaba, cual infante asustadizo, a esa señora del barrio alto de la cual hablaban mal, pues era una azafata divorciada. Podía crear la atmósfera de un farmacéutico de la primera mitad del siglo XX, culto, obsesionado en impulsar la carrera de un niño pobre, prodigio de la pintura y perdido en un reducto rural de la región de Valparaíso.

Capaz de sintonizar con ese comerciante burgués de los años cincuenta, diversos tipos de niños, señoras paseando por un balneario en el ocaso, o dar credibilidad a los habitantes de un cité, su mayor logro literario, según su visión fue haber sido incluido en los textos de lectura escolar, debido a la pulcritud morfosintáctica de sus obras.

Un príncipe en el exilio, tanto en el libro de Rodrigo Zúñiga como en sus novelas breves, porque menos, es más. Obrero de la síntesis, pues sólo él con dos o tres trazos podía retratar a una profesora chilena en «La lección de pintura» y tal cual se vive en nuestro país.

“La maestra, en cambio, aliviada de no seguir representando su personaje por esa tarde, disminuyó el paso y estuvo tentada de acercarse a orillas del mar. Su origen humilde la había hecho siempre sobreactuar ante las personas acomodadas, que desgraciadamente sabía eran quienes volcaban sobre la cabeza de los pobres el cuerno de la fortuna”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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