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A 20 años de la muerte del cardenal Silva Henríquez: la disputa con el dictador PAÍS

A 20 años de la muerte del cardenal Silva Henríquez: la disputa con el dictador

Este martes se cumplen dos décadas del fallecimiento del cardenal Raúl Silva Henríquez, quien durante los primeros años de la dictadura experimentó un duro intercambio epistolar con Pinochet. El general le pidió que, a fin de evitar «males mayores», decretara el cierre del Comité Pro Paz, medio a través del cual –acusaba el dictador– los «marxistas-leninistas alteraban la tranquilidad ciudadana». Silva Henríquez se rehusó y le respondió que cerrarlo «acarreará con toda probabilidad daños sensiblemente mayores a los que pretende evitar». Sin embargo, al poco tiempo igual lo cerró, pero le tenía una sorpresa mayor al régimen. En su lugar creó la Vicaría de la Solidaridad, la espada que la dictadura de civiles y militares llevó clavada en el pecho hasta el final.


Lo trató de Su Eminencia Reverendísima. La carta tiene fecha 11 de noviembre de 1975. Pinochet le manifestó al cardenal Raúl Silva Henríquez la “profunda preocupación” que le causa una campaña desatada para intentar generar “la equivocada impresión que existirían diferencias entre la Iglesia Católica Apostólica Romana y el Gobierno de Chile”.

Le dijo que “tras un sereno análisis, nos lleva a buscar las raíces en el Comité Pro Paz”. Y le advirtió que este “es un medio del cual se valen los marxistas-leninistas para crear problemas que alteran la tranquilidad ciudadana y la necesaria quietud”.

A continuación le advirtió en tono de amenaza: “Será pues un positivo paso para evitar males mayores, el disolver el mencionado Comité”.

El Comité de Cooperación para la Paz en Chile, creado el 9 de octubre de 1973 por el conjunto de las iglesias, 27 días después del Golpe de Estado, era entonces el único amparo frente a la represión. Cada día sus oficinas de calle Santa Mónica 2338, en el Barrio Brasil de Santiago, permanecían atestadas de personas que acudían buscando ayuda frente a la detención de un familiar, las torturas, ejecuciones extrajudiciales y desapariciones de prisioneros.

A la fecha de la carta de Pinochet al cardenal, la dictadura ya había asesinado al 70,8% del total de la cifra oficial de ejecutados políticos reconocidos por las Comisiones de Verdad: 1.485 sobre 2095, y se llegaba ya al 82,4% (909 personas) del total de 1.102 detenidos desaparecidos.

La Caravana de la Muerte tenía a su haber sobre 100 prisioneros ejecutados sin juicio alguno por el sur y el norte. Quince días después de la fecha de la carta, en Santiago y presidida por el entonces coronel Manuel Contreras Sepúlveda, se firmaba el Acta de Clausura de la Primera Reunión Interamericana de Inteligencia Nacional que dio origen al Plan Cóndor.

“El presente Organismo se denominará CÓNDOR, aprobado por unanimidad conforme a la moción presentada por la Delegación de Uruguay en homenaje al país Sede”, según se lee en el punto N°5, letra L, del Acta.

El cardenal respondió a Pinochet tres días después. Lo trató de “Excelencia”. Le dijo “con la misma franqueza” que cerrar el Comité “acarreará con toda probabilidad daños sensiblemente mayores a los que pretende evitar, dentro y sobre todo fuera de Chile (…). Si así resultare, no será nuestra la responsabilidad”.

El cardenal cerró el Comité, pero a Pinochet le jugó un as: le creó la Vicaría de la Solidaridad, odiada por él, la Junta Militar y todo el régimen castrense. Fue la espada que la dictadura de civiles y militares llevó clavada en el pecho hasta el final.

Infiltrados

Mientras tanto, ya a partir de octubre de 1973, la DINA, que ya nacía mucho antes del decreto N°521 del 14  de junio de 1974, una vez terminado el entrenamiento de 300 agentes en el Balneario Popular de Rocas de Santo Domingo, infiltraba a la iglesia del cardenal… y al Comité Pro Paz.

En un documento de título “Asunto Operación Ariztía”, se lee: “Se ha logrado penetrar en la Organización y se continúa trabajando en este objetivo”.

El obispo católico Fernando Ariztía era el representante del cardenal Raúl Silva en el Comité Pro Paz, y además presidía el Comité Especial de Ayuda a los Necesitados, un organismo igualmente ecuménico, creado también el 9 de octubre de 1973 por el cardenal para operar dentro del referido Comité.

“El cura Ariztía hace aproximadamente 30 días entregó E°50.000 para sacar a un extremista herido en la clandestinidad, y luego pidió al agente (PALACIOS), que hablara con el padre Rafael para sacar a personas perseguidas por el Gobierno en camiones hacia Argentina”.

El informe se refiere al agente Alberto Palacios González, que se hizo pasar por perseguido político y fue ganándose la confianza de Ariztía y el Comité.

En el informe Asunto Operación Ariztía, se lee:

“1.- CARMEN, (peluquera y patín) enlace de un grupo de extremistas, se acuesta con el coronel José Pérez Luco, sirve desde antes del 11 de septiembre 1973. Vive en una pensión en calle Dieciocho 195”.

El dictador no solo ordenó cerrar el Comité. Los documentos dan cuenta también de la infiltración en la Iglesia, conteniendo decenas de nombres y direcciones de sacerdotes considerados “conflictivos”, y quiénes de ellos han sido ya “interrogados, detenidos y liberados, detenidos, salieron del país, expulsados y muertos”.

Para ello se sirvieron no solo de agentes, sino también de informantes como “La señora PEPA, alias La Vieja”, dueña de una Residencial.

El hombre político

Pero mucho antes del Golpe de Estado, el cardenal Silva Henríquez previó la tragedia que se aproximaba en Chile. Por eso intentó que el ex Presidente democratacristiano Eduardo Frei Montalva se reuniera con el Presidente Salvador Allende, para ver si eso podía distender la peligrosa situación política que existía en los últimos meses antes del Golpe. El mismo Allende se lo pidió:

“Cierta noche en que yo iba a cenar con el ex Presidente Eduardo Frei, Allende me llamó con urgencia y me pidió que fuera a verlo por unos minutos, aunque retrasara mi llegada a la cena. Ahí planteó directamente que su aspiración era conversar en privado Frei, porque decía que, frente a frente, ambos podían resolver todos los malentendidos y desacuerdos que estaban haciendo ingobernable al país”, relata el cardenal en sus Memorias.

El cardenal se lo dijo a Frei durante la cena.

“Don Raúl, si usted me lo pide como católico yo debo decir que sí, porque usted es mi pastor. Pero si me lo pide como político, debo decir que no”, le dijo Frei.

“Se lo pido como católico, contesté”.

En la casa de Frei, en calle Hindenburg en Providencia, a la cena habían sido invitados “otros amigos”, según el cardenal. Silva Henríquez notó de inmediato que Frei guardó silencio. Que dudaba profundamente. Entonces con la intención de convencerlo, de conmoverlo, cometió una imprudencia: “Por mi deseo exagerado de persuadir a Frei llegué a decir una barbaridad: dije, ‘si tuviera que analizar cuál gobierno ha sido más cristiano en su cercanía con los pobres, si el anterior (el del propio Frei Montalva) o el actual, me costaría elegir’. Entonces supe que había herido a Frei como nunca antes. Se produjo un silencio tremendo y la cena terminó a los pocos minutos”.

Frei le contestó a los días con una carta: le dijo que, dada la situación política del país y sobre todo las discrepancias entre Allende y los partidos de la Unidad Popular, era imposible cumplir con su petición “como católico”.

Las cartas estaban tiradas sobre la ancha y angosta faja de tierra.

No obstante, el cardenal Silva jugó su última, porque sabía que las horas estaban contadas para Chile. Y Allende la jugó con él.

En agosto de 1973, Allende lo llamó de nuevo. Le dijo que era urgentísimo. Que había que retomar la posibilidad de llegar a un entendimiento con la Democracia Cristiana. Y le pidió que hablara con Aylwin. El cardenal lo hizo. También llamó a Frei para contarle que organizaría el encuentro. Frei habló con Aylwin y le dio su aprobación para el encuentro. El cardenal los invitó a cenar a su casa.

Cuando Allende llamó a Silva Henríquez para pedirle que concertara una reunión privada con Aylwin, el cardenal rememora: “Allende me dijo que no podía seguir contando con la dirección de la Unidad Popular, y estaba decidido a tomar iniciativas personales para resolver la crisis”.

Aylwin llegó puntual a las nueve de la noche. Allende llamó al cardenal excusándose porque llegaría sobre las diez.

Después de los aperitivos, pasaron a la mesa. Allende hizo gala de su buen humor para tratar de distender el ambiente. Silva Henríquez recuerda que el aire se cortaba con navaja. Aylwin habló primero. Lo primero que le dijo a Allende fue que, así como estaba la situación dentro del Gobierno, era imposible llegar a ningún acuerdo. Le enrostró la división dentro del bloque gobernante. Que ya las direcciones de los partidos no le obedecían.

“Presidente, usted no puede estar bien con dios y con el diablo”, recuerda el cardenal que Aylwin dijo a Allende.

El Mandatario insistió en que había decidido actuar al margen de los partidos, tratando de convencer al presidente de la DC. Dentro de la UP, solo el partido Comunista lo respaldaba en sus planes de diálogo. Y fue el único partido que le fue leal hasta el final, junto a la fracción Gazmuri del Mapu, partido quebrado en marzo de 1973.

El cardenal confirmó sus temores: “Ya no había espacio para la paz”. Entonces, para que esa noche todo terminara al menos algo más distendido, ofreció su tradicional agüita de cebada.

Antes de levantarse de le mesa, Allende agradeció al cardenal la invitación, y también a Aylwin por aceptar compartir la mesa. Era fines de agosto de 1973. Los días se caían dramáticamente del calendario. Canchero aún en las tinieblas, Allende habló en la despedida:

“Esto es Chile. El Presidente de la República, masón y marxista, se reúne con el jefe de la oposición en la casa del cardenal. Esto no ocurre en ningún otro país, hombre”. La frase le quedó grabada a Silva Henríquez. Sería la última palabra que escucharía de Allende en persona.

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