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Las impurezas de Claudio Naranjo Opinión

Las impurezas de Claudio Naranjo

Juan Guillermo Tejeda
Por : Juan Guillermo Tejeda Escritor, artista visual y Premio Nacional "Sello de excelencia en Diseño" (2013).
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Los humanos podemos ser estupendos, seductores, agradables, pero de repente nos enfermamos, nos empobrecemos, quedamos solos, se nos descompone el carácter, nos morimos. Nuestros seres queridos nos traicionan o nos abandonan y nosotros con ellos hacemos otro tanto: pese a eso los afectos siguen, los vínculos perduran. Imaginamos que tal o cual persona va a hacer o decir una cosa, pero dice o hace otra totalmente diferente. Estamos alucinados. Nadie es perfecto ni está en condiciones de serlo. No hay historias oficiales ni vidas lineales, por suerte.


Tras saberse del fallecimiento en Berkeley, California, del célebre psiquiatra junguiano, Claudio Naranjo, comenzó en nuestro país un vigoroso proceso de beatificación y canonización holísticas, un poco en la línea de lo que apunta, genialmente, el poeta Matías José Morales: y verás como quieren en Chile al amigo cuando ya es un cadáver.
Pero no fue solo por eso, sino –quizá también– por la relevancia y el sentido que la psicología junguiana y los saberes espirituales, más que los estrictamente mentales, han ido adquiriendo en los últimos tiempos en nuestro país. Una psicología menos castigadora que la freudiana, que no anda viendo enfermos individuales por todos lados sino, por ejemplo, constelaciones familiares y que, más que fijar la vista en pretendidos síntomas, prefiere entender al ser humano como un conjunto fluido de figuras arquetípicas presentes también en los mitos, en el arte, en el inconsciente colectivo de la humanidad.
Sin embargo, a los pocos días aparecieron algunos fiscales de redes sociales enseñando las impurezas de Naranjo, con lo que su beatificación perdió algo de impulso y comenzó de inmediato en algunos círculos, a lo Kevin Spacey, el borrado de toda imagen, rastro o elogio de su persona, un esbozo de linchamiento póstumo. Su mala conducta había quedado grabada en una entrevista que en los años ochenta le hiciera Delia Vergara para la revista Clan, publicación que fue un modo de hacer el duelo por la revista Paula, la cual al pinochetizarse se liberó de las periodistas que habían hecho de ella un mito, es decir, Isabel Allende, Amanda Puz, Malú Sierra y la propia Delia.
[cita tipo=»destaque»]Creo que, aproximadamente, la mitad de la gente de Chile ha sido o es aún de alguna manera pinochetista. Con todo, no quisiera que todo el mundo pensara como yo. Es importante y atractivo que los demás sean diferentes y es, propiamente, lo que se plantea en los tipos psicológicos de Jung o en el eneagrama, sobre los cuales, entiendo, trabajó mucho Naranjo (no soy para nada un experto en lo suyo) en cuanto a que la humanidad, para defenderse, necesita contar con personas que sientan, vivan y actúen de manera no homogénea, por eso hay extrovertidos o introvertidos, racionales, intuitivos o emocionales. Por eso necesitamos a los demás, porque tienen el lado del corazón o de la mente que a nosotros nos falta. Porque arrastran en su sombra cosas que uno vive o ve de manera luminosa y, eso mismo, nos ocurre a todos.[/cita]

Es una entrevista larga, a fondo, como le hiciera Delia Vergara a Naranjo en otras ocasiones. El psicólogo estableció su posición no violenta y pro desarrollo personal, basado en el amor como algo consustancial a su visión de la política. Además de Chile, entonces había vivido en los Estados Unidos y conocía la Rumania comunista, que la encontró horrorosa. Yo estuve en Hungría un tiempo y debo decir que me hace sentido la visión de Naranjo, respecto de lo que fueron los países comunistas: eran la cristalización gris, dictatorial, intolerante, ineficiente y cruel de unos ideales de justicia que no se reflejaban para nada en lo que se proponía como solución obligada para quienes vivían allí dentro.
En fin, es preciso considerar también que por su naturaleza misma los esotéricos o contraculturales nunca se han llevado muy bien con los marxistas. De tal manera que dijo él, entre otras cosas, que “este gobierno (se refiere al de Pinochet) se estableció, creo yo, por un deseo mayoritario… y que era necesario darle una oportunidad para que hiciera un trabajo de algunos años”. Luego podrá volverse a la democracia, añadió, advirtiendo, eso sí, que una posición justiciera vengativa por parte de la izquierda no será de mucha ayuda… A las víctimas de violaciones a los derechos humanos les recomienda sobre todo una sanación interior.
La verdad es que a mí, pese a su tono comprensivo con la dictadura, la entrevista no me escandaliza. Simplemente añade otro trozo de Claudio Naranjo a los que ya tengo, otro ángulo de su personalidad, que no le conozco tantos. Me ha tocado escuchar sobre Pinochet muchísimas cosas, no solo comprensivas sino, además, entusiastas o también, muchas veces silencios, miradas, esas cosas que son quizá las más difíciles de digerir. Cuando regresé a Chile cuatro años más tarde de esa entrevista, gran cantidad de actitudes o situaciones o comentarios de personas conocidas me chocaron y me escandalizaron profundamente, pero siempre me decía a mí mismo que había venido aquí a vivir más que a juzgar. No siempre lo lograba.
Creo que, aproximadamente, la mitad de la gente de Chile ha sido o es aún de alguna manera pinochetista. Con todo, no quisiera que todo el mundo pensara como yo. Es importante y atractivo que los demás sean diferentes y es, propiamente, lo que se plantea en los tipos psicológicos de Jung o en el eneagrama, sobre los cuales, entiendo, trabajó mucho Naranjo (no soy para nada un experto en lo suyo) en cuanto a que la humanidad, para defenderse, necesita contar con personas que sientan, vivan y actúen de manera no homogénea, por eso hay extrovertidos o introvertidos, racionales, intuitivos o emocionales. Por eso necesitamos a los demás, porque tienen el lado del corazón o de la mente que a nosotros nos falta. Porque arrastran en su sombra cosas que uno vive o ve de manera luminosa y, eso mismo, nos ocurre a todos.
Es más, aunque las apreciaciones de Naranjo sobre la dictadura sean injustas o inapropiadas, se trata de su punto de vista, de su sentimiento y no quisiera yo igualar aquello con lo que considero que es correcto.
No quiero vivir en un país de gente perfecta. Prefiero los imperfectos y a los que perciben, aunque sea de manera incompleta, la multiplicidad de las cosas más que a los que prefieren hacer de jueces todo el tiempo y en relación a todo, que están seguros que nada se les escapa. Creo que la vida se basa en la impureza, allí donde todo es puro suele no haber vida.
Claudio Naranjo fue discípulo de Tótila Albert y cultivó el trato con Lola Hoffmann. A través de la periodista Malú Sierra, que me telefoneó en los días posteriores al golpe en 1973, Lola Hoffmann me invitó a su casa. Eran unos tiempos en que andaban, andábamos, todos con el culo a dos manos, detenían o fusilaban a amigos o conocidos diariamente, las contenciones históricas que protegen a los ciudadanos de las atrocidades de los poderes superiores se habían desvanecido, nadie me invitaba a nada que no fuera a irme del país. Yo había trabajado en la revista Ramona de las Juventudes Comunistas y me sentía a mis 27 años un apestado.
Hoffmann me recibió en una casa antigua muy bonita en la Plaza Pedro de Valdivia, me enseñó unas mandalas muy bonitas, para mí esotéricas, que colgaban en las paredes de un largo pasillo y me dijo que su voluntad era apoyar un poco a quienes, como yo, estábamos en problemas, o sea, que me pusiera a pintar mandalas. Yo no tenía idea de nada de lo que ella hacía entonces, pero me conmovió su gesto, su modo de expresarse, que hablaba con acento centroeuropeo o algo así. Solo ella y mi tío Enrique me ofrecieron trabajo en esos días. Mi tío además me dijo: «No se vaya de Chile, Juanqui, después le va a costar mucho volver». En fin, igual me fui poco después y putas que me costó volver; creo que fue lo que más me ha costado en la vida.
Lola fue pareja o algo así, no sé los detalles, del escultor húngaro radicado en Chile, Tótila Albert, un artista que siempre me ha cautivado, un arte el suyo onda decó, entre elegante y furioso, geométrico a la vez que orgánico y nunca sé si feo o bonito. Hay un monumento suyo a Rodó en el Parque Balmaceda cerca de las Torres de Tajamar. Claudio Naranjo fue su albacea artístico e hizo fundir en bronce la pieza en yeso de forma virtualmente esférica que representa a dos cuerpos: un hombre y una mujer geometrizados en un éxtasis copulativo y cósmico. Esa pieza está ahora en el MAC, no sé si hay otra en el Centro Cultural Palacio de la Moneda.
Fui a ver hace unos meses al propio Naranjo al teatro Caupolicán, un caupolicanazo de jóvenes en busca de un gurú y él, aunque temblaba un poco en su sillón, logró conquistar ampliamente a la audiencia con su mirada hacia la existencia, con sus conceptos educativos, planetarios, etc. Se atrasó un poco en llegar, pero valió la pena. Creo que sintonizaba de modo natural con los millenials.
No sé si lo nombraría santo, tampoco contribuiría a su linchamiento. Lo estuve leyendo un poco y no es un autor con el cual tenga yo especial afinidad, aun cuando su mirada junguiana me interesa sobremanera, lo mismo sus ideas sobre educación, algunas de las cuales comparto plenamente.
El nuevo entusiasmo, ese afán con olor a resentimiento que se despierta apenas alguien es famoso, tiene un cargo o se muere –caer como cuervos sobre sus debilidades o zonas oscuras– no me resulta agradable. Nos estamos llenando de inquisidores retroactivos, de seres que no perdonan nada a los demás, partidarios de meterle foco a todo y que nos linchemos los unos a los otros. Allá ellos. Se llevan mucho, quizá sean modas imperiales anglosajonas, las tolerancias cero y lo inaceptable, las indignaciones, el blanco o negro más que los infinitos colores de la existencia.
No quiere decir eso que es preciso ocultar o negar nada, los hechos son los que son, cada cual con lo dicho y obrado en su momento, con su historia personal, con sus deudas o sus buenas obras. Hay valores, por cierto, normas de comportamiento adecuadas y acciones, más o menos, ajustadas a la ética. Lo que no me cuadra es este nuevo afán un poco exhibicionista de pureza y perfección, esa mentalidad de inspector poniendo multas, para qué.
Los humanos podemos ser estupendos, seductores, agradables, pero de repente nos enfermamos, nos empobrecemos, quedamos solos, se nos descompone el carácter, nos morimos. Nuestros seres queridos nos traicionan o nos abandonan y nosotros con ellos hacemos otro tanto: pese a eso los afectos siguen, los vínculos perduran. Imaginamos que tal o cual persona va a hacer o decir una cosa, pero dice o hace otra totalmente diferente. Estamos alucinados. Nadie es perfecto ni está en condiciones de serlo. No hay historias oficiales ni vidas lineales, por suerte.
Las personas, hasta el final de la vida, estamos siempre en construcción, haciéndonos y deshaciéndonos un poco aquí, un poco allá y salvo algunos casos extremos, no creo que alguien pueda quedar definido por uno de sus hechos o sus dichos. Salvo en la imaginación idealista o en la química, la pureza no existe: la vida es justamente lo contrario.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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