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París era una fiesta: mayo del 68 y Santiago el 2019 Opinión

París era una fiesta: mayo del 68 y Santiago el 2019

Hernán Sandoval
Por : Hernán Sandoval Médico Cirujano y Decano Facultad de Ciencias de la Salud Universidad de Las Américas-UDLA
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Si los partidos políticos no son capaces de asumir la representatividad de las personas y hacerse cargo de esa responsabilidad, continuarán siendo sociedades de socorro mutuo, solamente preocupados del devenir de sus miembros, tal como los percibe la ciudadanía. Eso facilitará una salida superficial y contingente a la crisis, sin resolver problemas de fondo que traban el desarrollo de la sociedad chilena y mantienen la enorme inequidad.


Becado en un hospital de París, viví mayo de 1968 como testigo y partícipe comprometido y sorprendido.

Los hechos son conocidos. Los estudiantes inician una protesta por sus derechos en los campus, que es reprimida con fuerza. Luego protestan contra la represión y se encadena una seguidilla de manifestaciones que van incluyendo cada vez mayor número de estudiantes.

La noche del 10 de mayo, en los alrededores de la Sorbona, sede de la Universidad de París, se desarrolla una gran manifestación estudiantil que es fuertemente reprimida por la policía. Los estudiantes responden levantando barricadas con los adoquines que sacan de las calles del barrio histórico. La policía responde inundando de gases lacrimógenos las calles bloqueadas y lanzando una carga masiva durante la madrugada.

En medio de la batalla campal, el dirigente estudiantil Daniel Cohn Bendit lanza un llamado a los obreros y sindicatos para que rechacen la represión policial y apoyen a los estudiantes. La mañana del 11 de mayo, el secretario general de la Confederación de Trabajadores (CGT), dirigida por el Partido Comunista de Francia (PCF), declara que los obreros organizados no recogen el llamado de un extremista.

La base sindical reacciona de otra forma y al mediodía la confederación metalúrgica llama a la huelga general contra la represión y por las reivindicaciones de los trabajadores. Durante el día numerosas ramas de actividad se pronuncian por la huelga general, de tal modo que todas las centrales sindicales (CGT, CFDT, FO) llaman el 13 de mayo a la huelga general y se suman a la marcha que se organiza ese día, acatando el llamado de los estudiantes que encuentra eco en la base obrera.

Más de un millón de personas ocupan las calles de París y pasan cantando himnos revolucionarios frente a La Sorbona. Los dirigentes estudiantiles hacían gala de su independencia frente a los partidos políticos tradicionales y rechazaban formular un programa para no limitar la expresión espontánea del pueblo.

Los partidos de la oposición a De Gaulle, el comunista, de rígido corte estalinista, temiendo ser desbordado, reacciona manteniendo el statu quo y no apoya al movimiento estudiantil. El socialista, en sus varias expresiones y cruzado por fracciones en disputa, no logra ponerse de acuerdo y tener una posición común.

No hay un entendimiento y una expresión política para enfrentar la crisis desatada, todo queda en mano de una dirigencia estudiantil, inexperta y sin un programa y un petitorio claros. La oposición de derecha da todo su apoyo a De Gaulle y a recuperar el orden público. El cuadro es claro: una derecha unida férreamente tras el presidente y una izquierda dividida, sin capacidad de respuesta dejando el campo libre a la improvisación y espontaneísmo.

El resultado fue también claro, el gobierno abre negociaciones con la única fuerza que parece responsable, las centrales sindicales, y después de 10 días aparecen los acuerdos, aumento de casi un 40% del salario mínimo, creación de los comités de empresa, con participación sindical, y otras ventajas para los trabajadores y los sindicatos.

De Gaulle, hábil político, saca a los militares a la calle, el contingente de reclutas, sin armas, encargados de tareas de apoyo a la población, como cuidar las estaciones de gasolina y retirar la basura que se acumulaba en las calles de París y otras ciudades de Francia, mientras los militares profesionales ocupan posiciones más estratégicas, centrales atómicas eléctricas, estaciones de ferrocarril, autopistas, etc.

A fines de mayo, organiza una marcha de apoyo a su gobierno y recorre los Campos Elíseos, respaldado también por un millón de personas, donde llama a disolver la asamblea nacional y llama a elecciones generales de parlamentarios.

Cambia totalmente el terreno de enfrentamiento, lo lleva a la política formal y hace que los partidos busquen mantener sus posiciones electorales y los descalifica como fuerza negociadora de la crisis. Aparte de algunas modificaciones en el gobierno de las universidades públicas, el movimiento estudiantil consigue poco o nada. Sin considerar el enorme impacto cultural de la revuelta estudiantil, en las estructuras del sistema político económico no hay cambios. Una oportunidad perdida.

París era una fiesta esos días y los recuerdo con nostalgia de haber participado de un momento histórico. Me integré al comité de acción de barrio donde residía, el vecino que cruzábamos todos los días se convierte en interlocutor y allí se plantea de todo, dónde conseguir pan al día siguiente hasta la reforma del régimen político. Sean realistas, pidan lo imposible y la imaginación al poder, salen de los muros de La Sorbona e inundan las calles con su imagen de esperanza y libertad.

La semana que hemos vivido me lleva a la evocación de esos momentos, vividos con gran intensidad, y también me llenan de temor de ver otra oportunidad de cambio en la vida social que sea más trascendente que un momento de esperanza y confraternidad, como los que ha deparado este movimiento con su manifestación de más de un millón de personas, en Santiago, y decenas de miles en regiones.

Por lo anterior me llena de inquietud ver que los partidos Socialista, Comunista y los que forman el Frente Amplio, se negaron a asistir a una convocatoria hecha por el Presidente de la República, fundamentalmente sobre la base de que no se convocaba a la misma a los representantes de la sociedad civil.

Los partidos son los representantes de la sociedad civil, y tienen la legitimidad institucional, al estar reconocidos por el Estado y ciudadanía al tener muchos de sus militantes en cargos de representación popular, como concejales, alcaldes, consejeros regionales, diputados y senadores, algunos incluso expresidentes.

La sociedad civil son organizaciones que representan intereses específicos, sectoriales o temáticos, como los gremios profesionales, sindicatos, y asociaciones civiles como No + AFP. Ninguna de ellas asume la complejidad de formular una propuesta de gobierno. En consecuencia, los partidos políticos están negando su propia legitimidad al apelar a un ente de existencia difusa como es la “sociedad civil”.

La renuncia a la representación política era esperable del Partido Socialista, con una directiva oportunista y con visiones de corto plazo, que prioriza intereses electorales y mantener el statu quo de su situación política. También del Partido Comunista, que no olvida sus nostalgias estalinistas y que tiene una posición ambigua frente al funcionamiento del sistema democrático republicano. Menos esperable de los partidos del Frente Amplio, porque plantean una forma diferente de hacer política y representan una esperanza de renovación. Todos, al llamar a la sociedad civil, renuncian a su representación y debilitan su desarrollo como opción real de gobierno.

La política debe tomar en consideración las opciones de gobierno y las propuestas ideológicas y de opinión que tienen los distintos sectores de la ciudadanía, y para ello son indispensables los partidos políticos. Se entiende que hoy los partidos lleguen a desconfiar de sí mismos por el amplio repudio ciudadano que provocan, pero ello no se resuelve negándose a sí mismos, sino planteando de cara al pueblo que están dispuestos a superar sus errores y sus conductas repudiables y convertirse en los promotores de:

-Disminuir las dietas parlamentarias a un monto que no supere los 10 sueldos mínimos mensuales u otra fórmula, como 5 sueldos promedio de los asalariados.

-Poner tope a las asignaciones parlamentarias y dar cuenta transparente y auditable de ellas.

-Limitar las reelecciones a un máximo de 3 seguidas o 5 descontinuadas, en el mismo o en cualquier otro distrito o circunscripción.

-Generar una verdadera democracia interna que no permita la captura de los partidos por camarillas de poder.

-Lograr un amplio acuerdo para superar el Estado subsidiario, en lo inmediato, y una nueva Constitución en el mediano plazo, como mecanismos que garanticen la equidad y disminuyan la enorme desigualdad social.

Si los partidos políticos no son capaces de asumir la representatividad de las personas y hacerse cargo de esa responsabilidad, continuarán siendo sociedades de socorro mutuo, solamente preocupados del devenir de sus miembros, tal como los percibe la ciudadanía. Eso facilitará una salida superficial y contingente a la crisis, sin resolver problemas de fondo que traban el desarrollo de la sociedad chilena y mantienen la enorme inequidad.

Es destruir las opciones de la política y facilitarle el camino a toda clase de populismos autoritarios y particularmente a nuevas formas de fascismo. Por eso reclamo que los partidos políticos de oposición asuman su rol, sean realmente aquellos que representan a la ciudadanía y unidos planteen un frente común, cada uno sacrificando algo de sus expectativas, en pos de conseguir cambios reales en la sociedad chilena.

Quisiera que no se frustre mi esperanza y la de millones de chilenas y chilenos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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