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Gobernar a medias para impedir el cambio Opinión

Gobernar a medias para impedir el cambio

Eduardo Vergara B.
Por : Eduardo Vergara B. Director Ejecutivo de Fundación Chile 21
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Si bien desde inicios de la administración de Sebastián Piñera hemos observado una incapacidad de llevar a cabo políticas de seguridad efectivas y la mano dura como retórica discursiva, fue tras el 18-O que quedó en evidencia la incapacidad para garantizar la paz social. Es más, lo que vimos fue la aplicación sistemática del control y la represión desproporcionada que decantó en espirales de violencia, la violación de Derechos Humanos y la destrucción del diálogo. Una serie de promesas efectistas, como Aula Segura, el control preventivo de identidad a menores, la inclusión de las FFAA en la lucha contra las drogas en el norte, las leyes antiportonazos y antibarricadas, son ejemplos claros de la falta de seriedad y profesionalismo con que se ha diseñado, desde un principio, el relato comunicacional como fin en sí mismo. La receta de La Moneda fracasó una y otra vez.


Los partidos oficialistas que conforman el Gobierno del Presidente Sebastián Piñera iniciaron el 2020 con una fuerte estrategia para instalar que en Chile no hay condiciones para que se lleve a cabo el proceso hacia una nueva Constitución. Frente a la incapacidad de ganar con las ideas, recurren a la estrategia del miedo para lograrlo sobre la base de emociones. Absolutamente esperable del sector que más ha sacado provecho de las reglas del juego que han permitido que unos pocos se beneficien a costa de la mayoría.

Esta política del terror se sustenta en que no existirían las condiciones de seguridad y orden público y que, en consecuencia, el acuerdo logrado el 15 de noviembre no se estaría cumpliendo. Esta maniobra deja en evidencia una serie de elementos y contradicciones, pero sobre todo la forma en que la derecha sigue usando la lógica del miedo para ganar elecciones y como tanque de oxígeno para gobernar.

Lo primero es que, si bien desde inicios del Gobierno hemos observado una incapacidad de llevar a cabo políticas de seguridad efectivas y la mano dura como retórica discursiva, fue tras el 18-O que quedó en evidencia la incapacidad para garantizar la paz social. Es más, lo que vimos fue la aplicación sistemática del control y la represión desproporcionada que decantó en espirales de violencia, la violación de Derechos Humanos y la destrucción del diálogo.

[cita tipo=»destaque»]Lo tercero, tiene que ver con la disposición a sacrificar a otras instituciones del Estado. El preámbulo del fracaso de la PSU estuvo decorado por la demostración más burda e irresponsable que hayamos visto en manos de un intendente. Días antes y durante un punto de prensa, Felipe Guevara traspasó toda la responsabilidad del copamiento y el despliegue policial a Carabineros. Con un evidente descontento –que refleja la molestia que la institución tiene hoy con el Gobierno– el uniformado presente en la conferencia de prensa dio un paso al costado sin responder preguntas. De esta forma, el Gobierno otra vez se lavaba las manos y, renunciando a su responsabilidad de gobernar, dejaba a nuestro principal cuerpo policial en la soledad absoluta.[/cita]

Una serie de promesas efectistas como Aula Segura, el control preventivo de identidad a menores, la inclusión de las FFAA en la lucha contra las drogas en el norte, las leyes antiportonazos y antibarricadas, son ejemplos claros de la falta de seriedad y profesionalismo con la que se ha diseñado, desde un principio, el relato comunicacional como fin en sí mismo. La receta de La Moneda fracasó una y otra vez.

Lo segundo es que, tras el acuerdo por la paz social y una nueva Constitución, se dio inicio a un periodo de desesperación política tal, que se improvisó un conjunto de acciones que reemplazaron el trabajo en seguridad por retóricas del miedo y ofertones de populismo de mano dura. El Ministerio del Interior logró lo impensado: con la salida de Andrés Chadwick y RodrigoUbilla, se quedó sin autoridades que supieran el mínimo sobre seguridad, confirmando que la prioridad sería más bien comunicacional, lavarse las manos y dejar que las cosas pasen. Optaron conscientemente por gobernar a medias como estrategia para impedir que se avance en una nueva Constitución.

La evidencia para desnudar la estrategia de gobernar a medias es bastante evidente. Sin ir más lejos y a pesar de que existían advertencias de público conocimiento sobre el sabotaje a la PSU, desde Interior terminaron por posibilitar su fracaso, dejando caer el proceso de pruebas. No hubo una planificación previa, protocolos ni órdenes concretas a la policía. El Gobierno decidió contraerse y dejar en manos de las policías y apoderados el curso de un proceso que terminó siendo controlado por una minoría de escolares radicalizados. Si bien solo afectó al 9% de los establecimientos, las autoridades no dudaron en instalar que se trataba de una especie de ataque a todo el sistema en manos de un nuevo enemigo.

Lo tercero, tiene que ver con la disposición a sacrificar a otras instituciones del Estado. El preámbulo del fracaso de la PSU estuvo decorado por la demostración más burda e irresponsable que hayamos visto en manos de un intendente. Días antes y durante un punto de prensa, Felipe Guevara traspasó toda la responsabilidad del copamiento y el despliegue policial a Carabineros. Con un evidente descontento –que refleja la molestia que la institución tiene hoy con el Gobierno– el uniformado presente en la conferencia de prensa dio un paso al costado sin responder preguntas. De esta forma, el Gobierno otra vez se lavaba las manos y, renunciando a su responsabilidad de gobernar, dejaba a nuestro principal cuerpo policial en la soledad absoluta.

Esto último es central para entender la estrategia de Interior. A medida que pasan los días, vemos cómo siguen empujando a Carabineros a un precipicio del cual puede que nunca puedan volver. Están disponibles a sacrificar nuestra policía e instalar el miedo en la población con tal de sobrevivir políticamente. Basta analizar gran parte de los sucesos de orden público desde octubre y nos daremos cuenta de que aquí, prácticamente, Carabineros fue entregado. Es por esto que resulta altamente conveniente –en lo político– instalar que ellos se mandan solos, como forma de exculparse del fracaso en su gestión de seguridad.

Pero el Gobierno no está sacrificando solo a Carabineros, sino que además lo hace con la Fiscalía y el Poder Judicial. Esto es grave, ya que parte de la estrategia se basa en iniciar mediáticas querellas y acciones judiciales, tal y como se hizo con los incendios del metro y la denuncia de Ley de Seguridad del Estado contra los dirigentes de los estudiantes secundarios. En Interior saben que la mayoría de esos casos no van a prosperar, pero deciden hacerlo para que sean los fiscales y jueces quienes tengan que hacerse cargo y paguen los costos. Lo que viene ya lo conocemos: vocerías desde La Moneda para culpar a estas instituciones, hombros encogidos y risas sarcásticas.

El cuarto elemento tiene que ver con la estrategia política de permitir que la percepción de violencia y caos terminen por desestabilizar todo proceso democrático que viene por delante. Gobernar con el miedo es una vieja estrategia que les está dando resultados. Por un lado, son los miembros de partidos como la UDI y RN quienes salen a instalar estos mensajes, mientras el Gobierno que ellos mismos diseñaron y conducen, deja caer su responsabilidad de gobernar. Pareciera que hacer las cosas mal pasó de ser algo lamentable a una virtud.

Es en estos momentos cuando la oposición tiene además una responsabilidad histórica: no permitir que los sectores que están desesperados por impedir una nueva Constitución, terminen por ganar una batalla política a costa de sacrificar la seguridad del país y, de paso, matar a nuestras policías, la Fiscalía y el Poder Judicial. La oposición no puede permitir que la sigan culpando de la violencia, solo porque no la condena en el tono que al oficialismo le acomoda o, peor aún, que le adjudiquen la responsabilidad de la seguridad interior sin tener parte alguna en el Gobierno.

Debemos salir a las calles con ideas, esperanza y el optimismo de que tenemos al frente la posibilidad de hacer de este un mejor país, más justo e igualitario. Pero, por sobre todo y sin titubeos, desafiar de frente y con convicciones a quienes están dispuestos a todo, con tal de salvar un modelo que simplemente ya se agotó.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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