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Ripios en la gestión Opinión

Ripios en la gestión

Gabriel Gaspar
Por : Gabriel Gaspar Cientista político, exembajador de Chile en Cuba y ex subsecretario de Defensa
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Una hipótesis es que, una vez más, La Moneda se equivoca en apreciar la situación. Desde marzo en adelante, la coyuntura cambió. El estallido social fue reemplazado por la pandemia, las calles se vaciaron y el país enfrentó la crisis, pero eso no puede interpretarse como una resolución de la incomodidad social y, menos, se puede interpretar como un aumento de la aprobación al oficialismo. En Palacio se exhibe con triunfalismo un crecimiento en las encuestas, pero la verdad es que, en el mejor de los casos, eso solo puede interpretarse como la recuperación parcial de la votación que llevó a Sebastián Piñera a la Presidencia. Todas las encuestas siguen demostrando que el país rechaza mayoritariamente la gestión del Gobierno y, dentro de ella, la de la pandemia.


La lucha contra la pandemia se ha transformado desde inicios de marzo en el epicentro de la coyuntura. El bien común a defender es la protección de la población y ahí no vale Gobierno ni oposición, porque el objetivo es común. La inmensa mayoría de los chilenos han respondido con cohesión social para lograr esta meta.

Pero tener claridad en la meta no es suficiente. También se requiere de una administración eficiente, sobre todo trasparente y no contradictoria.

En estos meses hemos logrado importantes victorias, como lo es un relativamente bajo número de fallecidos. Bien por el personal de salud que atendió debidamente a la mayoría de los contagiados, bien por las medidas preventivas. Emergen las consecuencias económicas de la cuarentena y la principal autoridad económica muestra pro actividad y diálogo, con el Banco Central, con el Congreso, con las organizaciones sociales para diseñar múltiples mecanismos paliativos. Bien por el ministro de Hacienda.

Estamos entrando a lo que las propias autoridades han definido como el punto álgido de la pandemia, a fines de abril e inicios de mayo. Y justo en este crucial momento han surgido varios ripios en la gestión del Gobierno.

Empecemos por lo más notorio: la sobreactuación del ministro Mañalich, que no requiere mucha argumentación. Lo complicado es que instala contradicciones al interior del gabinete e, incluso, critica en público decisiones del Gobierno, avaladas por su superior, el Presidente. Sería altamente conveniente que el ministro de Salud asumiese las tareas de su cartera, que les dejara las relaciones con los diplomáticos a la Cancillería y que no contradijera en público a sus colegas. Por cierto, es mejor entenderse con las autoridades locales que andar recriminándolas, los alcaldes han jugado un rol muy activo en esta crisis y no merecen ser denostados.

El ministro confunde franqueza con ofensas y declara que no tiene ambiciones políticas –lo que a nadie le importa en estos días–. Lo que sí importa es que hoy, convertido en un virtual primer ministro, no siga agrediendo a medio mundo y, en vez de ello, asuma la postura de Estado que se necesita.

[cita tipo=»destaque»]Los chilenos queremos, necesitamos, salir de la crisis. Tenemos en nuestra memoria la convicción de que a las catástrofes hay que enfrentarlas lo más unidos posible. La disciplina y la cohesión social que hoy se han instalado hay que cuidarlas. Pongámonos en esa dirección. Fortalezcamos la cohesión social, no es el momento de la arrogancia ni del triunfalismo. El nuevo presidente de la Cámara de Diputados dijo que se necesitaba un Congreso de unidad nacional. ¿Y un Gobierno de unidad nacional no es necesario? Al menos, mientras construimos entre todos la mejor solución a la pandemia, no ahondemos las diferencias desde las alturas. Una sugerencia para las vocerías oficiales: agregar gotitas de humildad, empatía y transparencia en las comunicaciones.[/cita]

A los ripios aportados por Mañalich se suma el manejo confuso de la situación de La Araucanía, especialmente por la presencia de unidades de la Brigada de Operaciones Especiales del Ejército, una de las unidades de elite de las Fuerzas Armadas. En estado de excepción, las FF.AA. deben desplegarse a lo largo de todo el territorio, pero aquí cabe la pregunta de cuál es la misión que se le asigna a esta unidad de elite. Cuál es la apreciación en la que se funda esta decisión, que obviamente no es una decisión del Ejército por sí solo. Conocido por todos es el problema de La Araucanía, que lleva muchísimos años. ¿Por qué ahora enviar tropas de elite? ¿Están desbordadas la policía y las tropas regulares de la región? Si hubiera un grave problema que así lo amerite, sería conveniente que las autoridades de Defensa lo informen a la ciudadanía o, a lo menos, a la comisión de Defensa o de Inteligencia del Congreso.

Para sumar a la confusión, el Gobierno ha anunciado la designación de un coordinador de seguridad para la macrozona sur. Abarcaría a las regiones del Biobío, La Araucanía, Los Ríos y Los lagos. En cada una, además del intendente existe un jefe de catástrofe, un jefe militar. ¿El coordinador en qué lugar de la línea de mando queda? Si mañana surgiera un disturbio, ¿el coordinador podría disponer el empleo de las tropas especiales del Ejército? ¿Quién la lleva? Agreguemos que, en el caso de la Región de La Araucanía, además se designó hace más de un mes a una delegada presidencial y ahora, más encima, se nombra un coordinador suprarregional.

Por cierto, los problemas sociales y políticos no pueden ser resueltos por la fuerza militar. Y si, como se escucha, se trataría solo de presencia disuasiva, la experiencia enseña que jamás hay que desplegar unidades que no se van a emplear, porque puede pasar que esas unidades, que estarían “solo para la foto”, pierdan su capacidad disuasiva. En el otro extremo, ya conocemos de la experiencia de los «Comando Jungla».

Este fin de mes ha sido generoso en mostrar ripios de gestión. Sumemos el conocimiento de la firma de un convenio entre la Agencia Nacional de Inteligencia (ANI) y el Servicio Nacional de Menores (Sename). Por cierto, la ANI tiene atribuciones para recabar información referida a temas de seguridad nacional, es una agencia que protege al Estado. No es un organismo policial ni de apoyo al Poder Judicial o a la Fiscalía, como erróneamente afirmaban antiguos directivos.

Esa falta de experiencia llevó a dicho servicio a una discreta gestión. Hoy está en manos profesionales, por eso sorprende que se busque, en un ámbito destinado a defender menores vulnerados en sus derechos o en proceso de reinserción social, información antiterrorista o de acción de servicios externos. Por supuesto, la firma de un convenio entre servicios de diferentes ministerios debe a lo menos ser conocida, si no directamente instruida, por las autoridades políticas (ministros) y visadas por sus respectivos departamentos jurídicos. A lo mejor por ahí está la explicación.

Pero a estos ripios en la gestión de la pandemia, se suma un error mayor. El exministro del Interior, Andrés Chadwick, cuestionó la necesidad del plebiscito constitucional. El actual titular de la cartera del Interior pone en la mesa la modificación del calendario electoral. Si el país necesita más que nunca cohesión, ¿por qué hacer estos anuncios? ¿En qué ayuda al combate de la pandemia?

Desde el 18 de octubre el país vivió una intensa movilización que se encauzó por la perspectiva del acuerdo transversal y mayoritario para convocar a un proceso constitucional. Se buscaba construir un cauce institucional a la crisis. ¿Cuál es la razón para que las autoridades de este Gobierno, de forma unilateral, pongan en cuestión estos acuerdos?

Una hipótesis es que, una vez más, La Moneda se equivoca en apreciar la situación. Desde marzo en adelante, la coyuntura cambió. El estallido social fue reemplazado por la pandemia, las calles se vaciaron y el país enfrentó la crisis, pero eso no puede interpretarse como una resolución de la incomodidad social. Peor aún, menos se puede interpretar como un aumento de la aprobación al oficialismo. En La Moneda se exhibe con triunfalismo un crecimiento en las encuestas, pero la verdad es que, en el mejor de los casos, eso solo puede interpretarse como la recuperación parcial de la votación que llevó a Sebastián Piñera a la Presidencia. Todas las encuestas siguen demostrando que el país rechaza mayoritariamente la gestión del Gobierno y, dentro de ella, la de la pandemia.

Intentar poner en la agenda el cuestionamiento a los acuerdos transversales alcanzados, solo puede atizar la polémica. Como parte del desorden comunicacional, destaquemos que estas propuestas se realizaron en el mismo día en que el Presidente convoca a la unidad nacional.

Agreguemos los anuncios precipitados y contradictorios que hemos conocido en los últimos días: llamar al retorno al trabajo a los empleados públicos y, eventualmente, a los de comercio. A La Moneda le falta calle, no se preguntan qué van a hacer las madres (y padres) trabajadoras, con quien dejarán a sus hijos en medio de la suspensión de clases. Una demostración más de la enorme arrogancia de anunciar que desde “el 3 de enero estaba todo planificado”.

Las semanas y meses que se vienen anuncian tiempos difíciles: tendremos más contagiados, también tendremos más desempleados. La cadena de suministros se va a afectar, la cadena de pagos también. Esto lo sufrirán en especial las familias populares y de clase media, las que carecen de reservas. La crisis de origen sanitario puede complicarse con sus consecuencias sociales y económicas. Mirar más allá de las encuestas, atender al sentir y padecer de las mayorías, especialmente las más vulnerables, es lo que se espera de las elites, especialmente del Gobierno, que es el que tiene la responsabilidad del manejo del país. Si los errores se repiten, si la arrogancia se mantiene y, más encima, se cuestionan los consensos construidos, vamos seguro a vivir días muy difíciles.

Los chilenos queremos, necesitamos, salir de la crisis. Tenemos en nuestra memoria la convicción de que a las catástrofes hay que enfrentarlas lo más unidos posible. La disciplina y la cohesión social que hoy se ha instalado hay que cuidarla. Pongámonos en esa dirección. Fortalezcamos la cohesión social, no es el momento de la arrogancia ni del triunfalismo. El nuevo presidente de la Cámara de Diputados dijo que se necesitaba un Congreso de unidad nacional. ¿Y un Gobierno de unidad nacional no es necesario? Al menos, mientras construimos entre todos la mejor solución a la pandemia, no ahondemos las diferencias desde las alturas. Una sugerencia para las vocerías oficiales: agregar gotitas de humildad, empatía y transparencia en las comunicaciones.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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