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La naturaleza es primero Opinión

La naturaleza es primero

Juan Pablo Orrego Ecólogo
Por : Juan Pablo Orrego Ecólogo Ecólogo, Presidente de Ecosistemas. Coordinador Internacional del Consejo de Defensa de la Patagonia.
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Resulta que nuestro país no es nuestro y que es como una vitrina de todas las agresiones ambientales con las que la humanidad está afligiendo a la biosfera. Por supuesto, todas estas aflicciones crean problemas sociales, degradan la calidad de vida de los seres humanos y destruyen economías locales e incluso regionales. Las funciones ecológicas que sustentan el equilibrio de la biosfera y los servicios ambientales que entregan los ecosistemas a los seres humanos, son un contínuum. Estamos desbaratando este contínuum en detrimento de toda la vida que nos acompaña y de nosotros mismos, de la propia humanidad.


Chile es un país pequeño. Un frágil y estrecho escalón entre los altos Andes y las profundidades del océano Pacífico. Altamente sísmico y volcánico. Setenta y seis millones de superficie continental, con un ancho promedio de 150 km, y 4 mil km aproximadamente de longitud en línea recta. El desierto más seco del mundo al norte, que ocupa casi un tercio del territorio continental. El helado y lluvioso «fin del mundo» en el extremo austral. Debiéramos haber desarrollado este bello y bendito pero inestable y limitado territorio con el mayor cuidado, sin embargo, hemos hecho lo opuesto.

En efecto, lo primero que necesitamos reconocer es que la principal amenaza al medio ambiente y a nuestra calidad de vida, es el sistema económico o “modelo de desarrollo”.

Hemos estado atrapados en una, así llamada, «fase productiva primaria» desde la llegada de los europeos a estos territorios, que literalmente vinieron a saquearlos. Una fase que hemos finalmente calificado de destructiva, de “extractivismo” y “extractivismo neocolonial”.

Durante la dictadura, este sistema económico –denominado «neoliberal» en Latinoamérica– fue consagrado en nuestra legislación: Constitución de 1980; Código de Aguas de 1981; Ley General de Servicios Eléctricos de 1982 (Decreto con Fuerza de Ley N° 1 de Minería); Código Minero de 1983 y normas políticas que –sumadas a la falta de voluntad política o complicidad– han hecho casi imposible cambiar este entramado legal que creó las condiciones para la captura corporativa del nexo agua-energía-minería.

[cita tipo=»destaque»]Todos estos problemas socioambientales representan, sin embargo, desafíos motivantes y oportunidades. Particularmente, si se identifican y reconocen adecuadamente, se perciben y analizan sistémicamente con la perspectiva más amplia posible, una perspectiva biosférica/humanista, por así decirlo. ¡Pero asumiendo que la naturaleza está primero! Esto es así, histórica y pragmáticamente: es la naturaleza que trata de proveernos aire puro, agua limpia, alimentos sanos y saludables, además de regulación biosférica (el clima, los gases atmosféricos, el pH y salinidad de los mares y océanos, la salud de otros cuerpos de agua, tales como glaciares, humedales, lagos ríos y estuarios).[/cita]

En 2005, el Gobierno de Ricardo Lagos modificó la Constitución y en 2006 se reformó el Código de Aguas, pero ambos fueron cambios “correctivos” o “cosméticos”, absolutamente insuficientes. Se mantuvo operativo el «espíritu» de la Constitución de 1980 y leyes complementarias de Pinochet/M. Friedman/Universidad de Chicago/J. Guzmán/Universidad Católica de Chile.

Así, todos los sectores industriales primarios han devenido en «monopólicos», altamente concentrados en las manos de unos pocos grupos familiares. Al 2013, el 0,01% de la población capturaba 11,5% de los ingresos netos del país; el 20% más rico, el 55,8% del PIB; y el 20% más pobre, el 3,6% de este. Para 2017, el 1% más acaudalado concentraba el 26,5% del PIB; el 10%, un 66,5%; y el 50% de los hogares de menores ingresos accedía a un 2,1% de la riqueza neta del país. Proporcional al ingreso per cápita y PIB de Chile, estas cifras nos ubican junto a los países del mundo con la más aguda concentración de extrema riqueza en la punta de sus pirámides socioeconómicas.

En consecuencia, nuestra economía en el siglo XXI todavía está basada en tres pilares primarios: la megaminería es históricamente el primer pilar. De hecho, la minería fue traída a la región central del país a inicios del siglo XIV por los incas, que buscaban oro y cobre para endurecerlo. A los impactos de los rajos abiertos, túneles y excavaciones de la minería, tenemos que sumar los severos impactos de las plantas termoeléctricas a carbón –29 en operación (91% de las emisiones totales del CO2 que genera el parque eléctrico nacional)–, que abastecen de electricidad –no exclusivamente– las operaciones mineras y las de 742 tranques de relaves (activos, inactivos y abandonados) diseminados en la zona norte y central de Chile. Años atrás, G. Stutzin –fundador de CODEFF, la primera organización ambiental nacional– concluyó que “Chile desarrolló una mentalidad minera hacia sus recursos naturales”. ¡Nos quedamos pegados en el paradigma autodestructivo del saqueo!

La pesca industrial intensiva es el segundo pilar e incluye la pesca de arrastre, entre otras «artes» depredadoras. Los peces marinos y moluscos son cada vez más escasos y los individuos cada vez más pequeños, capturados y extraídos en etapas tempranas de su desarrollo. Hoy, el pescado es más caro que la carne en Chile y el consumo, por tanto, disminuye. A lo anterior, se suman los estragos socioambientales de la salmonicultura industrial intensiva.

Las plantaciones de pinos y eucaliptus (3M ha aprox.) y de monocultivos agroindustriales para exportación (350 mil ha aprox.) son el tercer pilar y han provocado múltiples impactos ambientales negativos, como el empobrecimiento de regiones enteras. La agroindustria es responsable del consumo de aprox. 70% del agua de riego en Chile (derechos de aguas consuntivos).

Los sectores agua (potable, riego, hidroelectricidad) y electricidad (generación, transmisión, distribución) son 100% privados, a pesar de su importancia estratégica vital.

Hoy vivimos una crisis hídrica grave en la zona norte y centro-sur. Disminución de lluvias, de la escorrentía de los ríos, de la superficie de numerosos glaciares. Numerosa población abastecida con camiones aljibes. El cambio climático se suma a la histórica deforestación y degradación ecosistémica.

Hemos perdido aproximadamente el 80% de la cobertura forestal nacional –léase de bosque nativo– desde la llegada de los europeos. Se calcula que, solo en los últimos años, 200 mil hectáreas han sido consumidas por el fuego. La mayor parte de los ecosistemas terrestres y de agua dulce a lo largo y ancho de Chile, están en distintos grados de graves problemas de conservación.

Todo lo anterior ha significado una alta pérdida de biodiversidad: cerca del 56% de los mamíferos, 58% de los reptiles, 79% de los anfibios, están en categorías de conservación, «en peligro» y «críticas».

Los ríos desde Arica a la Región de Los Lagos están, literalmente, agonizando, de nacimiento a desembocadura. Las cifras estimadas respecto a cuántas especies de peces de agua dulce continentales tienen problemas de conservación oscilan entre 85 a 100 por ciento. ¡Sí! Algunos expertos estiman que todos los peces de agua dulce continentales están en peligro y desapareciendo. Las causas son múltiples: embalses para hidroelectricidad y riego, extracciones para el agua potable, extracciones masivas para la agroindustria, extracción descontrolada de áridos en los cauces, invasión de salmones y didymo y grave contaminación química.

A pesar de todo lo expuesto, la reacción de autoridades y empresarios es todavía contraria. Constantemente tratan de promover más minería, incluyendo el proyecto Dominga, aledaño al archipiélago Humboldt e, incluso, en la Patagonia. No hay conversaciones oficiales respecto de transitar de la fase destructiva primaria a una fase terciaria basada en la educación, conocimientos, ciencia, tecnología y servicios; en promover el bienestar socioambiental de toda la población del país. Desde el eje gobiernos/empresariado no se promueve la agricultura orgánica para el consumo interno.

El Presidente actual, senadores, diputados y empresarios creen y declaran a menudo que “no podemos seguir desperdiciando el agua de los ríos en el mar”. Nula conciencia respecto del ciclo hidrológico y del rol vital de los sedimentos de los ríos para toda la vida marina, estuarina, costera y oceánica.

Basado en la racionalización de que el agua de los ríos se pierde en el mar, la respuesta de la autoridad/empresarios al intenso proceso de desertificación que está sufriendo la zona del norte y centro de nuestro país, es construir muchos más embalses de riego, profundizando el problema, al seguir degradando las cuencas y ecosistemas fluviales. También la promoción de otras megalomaníacas intervenciones de nuestros ríos con proyectos de geo-hidro-ingeniería, tales como la carretera hídrica (canal de 4 mil km de largo cortando a través del país, llevando aguas de todos los ríos desde el Biobío, en el sur, hasta la Región de Atacama en el norte) y el “río submarino”, acueducto submarino de 2 mil km de largo, también desde el Biobío hasta el norte grande, sacando agua de las desembocaduras de varios ríos mayores. Ambos proyectos apuntan explícitamente a abastecer la agroindustria de exportación.

Entonces, resulta que nuestro país no es nuestro y que es como una vitrina de todas las agresiones ambientales con las que la humanidad está afligiendo a la biosfera. Por supuesto, todas estas aflicciones crean problemas sociales, degradan la calidad de vida de los seres humanos y destruyen economías locales e incluso regionales. Las funciones ecológicas que sustentan el equilibrio de la biosfera y los servicios ambientales que entregan los ecosistemas a los seres humanos, son un contínuum. Estamos desbaratando este contínuum en detrimento de toda la vida que nos acompaña y de nosotros mismos, de la propia humanidad.

Constatamos que el problema de fondo de la humanidad es la educación formal, informal, en el hogar, colegios, universidades y otros. La falta de cultura ambiental, de conocimiento ecológico básico, de conciencia de las realidades o directrices biosféricas. Conocimiento fundamental ausente en la educación formal hoy. También falta mucha cultura social, por cierto; hay ministros que se enteran recientemente de la apabullante pobreza multidimensional e inequidad instalada en el país desde mediados del siglo XIX.

Todos estos problemas socioambientales representan, sin embargo, desafíos motivantes y oportunidades. Particularmente, si se identifican y reconocen adecuadamente, se perciben y analizan sistémicamente con la perspectiva más amplia posible, una perspectiva biosférica/humanista, por así decirlo. ¡Pero asumiendo que la naturaleza está primero! Esto es así, histórica y pragmáticamente: es la naturaleza que trata de proveernos aire puro, agua limpia, alimentos sanos y saludables, además de regulación biosférica (el clima, los gases atmosféricos, el pH y salinidad de los mares y océanos, la salud de otros cuerpos de agua, tales como glaciares, humedales, lagos ríos y estuarios).

Es imperioso poner esta premisa, sólida como un roble pellín, que la naturaleza está primero, como fundamento del desarrollo de las comunidades humanas. ¡Necesitamos urgentemente deconstruir juntos(as) y lúcidos(as) los desequilibrios que hemos instalado por doquier en la biosfera y sembrar y plantar y restaurar y regenerar para empezar a cultivar un mundo mejor! La naturaleza siempre está ahí esperando pacientemente. Y si no atinamos, la vida seguirá su majestuoso y misterioso curso sin nosotros y sin drama… Ella todavía está echándonos una mirada de soslayo, tan tierna como implacable, animándonos a cachar. Pero ya casi para atrás.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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