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Día de la dignidad nacional Opinión

Día de la dignidad nacional

La nacionalización del cobre sirve para recordar que ha habido momentos históricos en que Chile no se ha resignado a esta visión conservadora, resignada y mediocre. Ha habido momentos en que nuestro país, con realismo, entendiendo la posición desde la que parte, se ha colocado la tarea de “ser como Nueva Zelanda” o más que eso incluso, de jugar en la primera división, aunque nos digan que no pertenecemos. El cobre chileno y Codelco son una demostración de que es posible. Hoy nuestro país aún tiene la oportunidad de jugar en la primera división en la industria solar, del litio y de la electro-movilidad, en un momento en que estos sectores son críticos para enfrentar la emergencia ambiental global que sigue allí, como amenaza, esperando al mundo a la salida de la pandemia.


Este sábado 11 de julio se cumplen 49 años de la nacionalización del cobre, uno de los legados más duraderos que dejó a Chile el Presidente Salvador Allende, y el gobierno de la Unidad Popular. Entramos así al año 50 de este proceso, cumpliendo ya nada menos que medio siglo de minería nacional estatal.

Esta es una de las paradojas de la estructura económica nacional: en un país que es visto universalmente como un caso paradigmático de privatización económica, social y cultural, funciona hasta el día de hoy Codelco, la única empresa 100% estatal de la primera división de la minería global. Todavía hoy, tomando un promedio de años buenos y malos, la empresa entrega al Estado de Chile tres veces más recursos fiscales por libra de cobre que la minería privada y, por ende, contribuye lo mismo o más que la minería privada, a pesar de producir solo un tercio del cobre de Chile. La relativa salud fiscal del Estado chileno, crucial en estos días y construida durante años de responsabilidad de los gobiernos democráticos, es inconcebible sin la existencia de Codelco y sus utilidades, especialmente durante el súper ciclo del cobre.

Para muchos chilenos no es visible, lamentablemente, lo que es evidente para quienes hemos tenido el privilegio de observar de cerca cómo es tratada nuestra empresa a nivel global. La verdad es que se le reconoce como una las más antiguas y confiables del sector; con un notorio rol de primus inter pares, que se nota en el trato que recibe durante el calendario de eventos y conferencias globales en torno al que gira el año minero. Se le reconoce como el lugar en que se han realizado algunas de las innovaciones cruciales de la minería del cobre (desde el convertidor teniente hasta la primera división minera en operar solamente con camiones drones a nivel mundial).

[cita tipo=»destaque»]Hasta el día de hoy, sin embargo, continúa esa narrativa de mediocridad nacional funcional a los discursos más conservadores y los intereses más mezquinos. Esa narrativa que trata de comunicar a los chilenos que no es posible aspirar a más de lo que somos y que, por ende, debemos resignarnos a obedecer a quienes nos gobiernan y gestionan, aunque sus resultados sean insuficientes e insatisfactorios. Lo hemos visto hoy, en el contexto de la pandemia, cuando se han levantado críticas constructivas a la gestión y el desempeño de las autoridades, cuando se les ha hecho notar enfoques alternativos aplicados en otros países con buenos resultados. La respuesta siempre es la misma y trae ecos de la época de la nacionalización del cobre: “Chile no es Nueva Zelanda”, nos dicen, “aquí no se puede”, nos dicen.[/cita]

Los problemas, insuficiencias y dificultades que enfrenta la compañía son, por cierto, universalmente conocidos, analizados y discutidos y, a pesar de ello, se reconocen las fortalezas, virtudes y potencial de ella. De hecho, sus desafíos técnicos, tecnológicos y mineros continúan siendo considerados como de los más interesantes y atractivos para la minería global, con el potencial de ser fuentes de innovación que empujarán la llegada de la minería del futuro: una que minimiza su uso de espacio, que captura todas sus emisiones, que reutiliza toda su agua, etc.

Los rivales no se explican por qué su dueño –el Estado– no ha querido usar el poderío y potencial de su compañía, para hacerla crecer y proyectarse hacia otros negocios como faenas en otros países, en otros minerales y en el negocio de la tecnología minera. Los competidores no entienden por qué su dueño –el Estado– no ha querido usar el prestigio e importancia de la compañía, para que esta lidere el proceso de creación de mercados de cobre verde a pesar de que tuvo la oportunidad y un momento de liderazgo en ello. No logran entender esta falta de ambición. Más aún, les confunde cómo las iniciativas que se han implementado en esa dirección dentro de la compañía han sido, más bien, sistemáticamente desmontadas. ¿Por qué?

La historia nos ofrece respuestas. En su momento, la sola posibilidad que trabajadores, ingenieros y profesionales chilenos fueran capaces de sostener la producción de faenas de la gran minería, era cuestionada por los sectores que se oponían a la nacionalización y, también, por quienes defendían los intereses del capital multinacional. Los chilenos no éramos capaces, según esa visión, de competir en la primera división minera e industrial global y nuestro Estado mucho menos: no teníamos los conocimientos ni la cultura de trabajo, éramos incapaces, entonces, de gestionar bien esa empresa sin la ayuda de las multinacionales.

Es por ello que hasta el día de hoy, en algunos círculos cercanos a la minería estatal, se conoce al 11 de julio como el «día de la dignidad nacional»… “dignidad”, ese concepto que ha reaparecido con tanta fuerza en el debate público, social y político nacional. Ese nombre sale del discurso que en esa fecha dio el Presidente Allende en Rancagua para celebrar este suceso y que comenzaba así: “Hoy es el día de la dignidad nacional y de la solidaridad. Es el día de la dignidad, porque Chile rompe con el pasado, se yergue con fe de futuro y empieza el camino definitivo de su independencia económica, que significa su plena independencia política”.

En los meses posteriores a la nacionalización, equipos de trabajadores y profesionales patriotas asumieron la tarea de demostrar que Chile sí se la podía, haciéndose cargo de las faenas a nombre del Estado y del pueblo de Chile. Una de sus victorias, convenientemente olvidada, fue cómo lograron en el proceso batir récords de producción. Esto se logró en un contexto internacional adverso promovido por los Estados Unidos, enfrentando la negativa de venta de repuestos, embargos en los puertos europeos y otras acciones hostiles a la naciente industria estatal del cobre.

Hasta el día de hoy, sin embargo, continúa esa narrativa de mediocridad nacional funcional a los discursos más conservadores y los intereses más mezquinos. Esa narrativa que trata de comunicar a los chilenos que no es posible aspirar a más de lo que somos y que, por ende, debemos resignarnos a obedecer a quienes nos gobiernan y gestionan, aunque sus resultados sean insuficientes e insatisfactorios. Lo hemos visto hoy, en el contexto de la pandemia, cuando se han levantado críticas constructivas a la gestión y el desempeño de las autoridades, cuando se les ha hecho notar enfoques alternativos aplicados en otros países con buenos resultados. La respuesta siempre es la misma y trae ecos de la época de la nacionalización del cobre: “Chile no es Nueva Zelanda”, nos dicen, “aquí no se puede”, nos dicen.

La nacionalización del cobre sirve para recordar que ha habido momentos históricos en que Chile no se ha resignado a esta visión conservadora, resignada y mediocre. Ha habido momentos en que nuestro país, con realismo, entendiendo la posición desde la que parte, se ha colocado la tarea de “ser como Nueva Zelanda” o más que eso incluso, de jugar en la primera división, aunque nos digan que no pertenecemos. El cobre chileno y Codelco son una demostración de que es posible.

Hoy nuestro país aún tiene la oportunidad de jugar en la primera división en la industria solar, del litio y de la electro-movilidad, en un momento en que estos sectores son críticos para enfrentar la emergencia ambiental global que sigue allí, como amenaza, esperando al mundo a la salida de la pandemia. Estos sectores, junto a otras iniciativas urbanas e industriales, de infraestructura y de agua, de cambios en el modo de vivir, producir y habitar, podrían convertirse en el pilar de una estrategia de desarrollo para nuestro país a la salida de la pandemia: una estrategia de reactivación verde, sustentable y solidaria, en que el crecimiento económico vaya de la mano del bienestar de las personas y su dignidad. La misma minería tiene una oportunidad para reconvertirse, retomar la agenda de cobre verde y transitar hacia un modo de producción más sustentable y limpio, generando inversión y empleo en el proceso.

Pero claro, para eso hay una condición inicial… un “desde”… para eso tenemos que “creérnosla”, tenemos que rebelarnos frente a eso de que “Chile no es Nueva Zelanda”.

Para ciertas visiones político-ideológicas, así como para ciertas líneas editoriales, es inconcebible que sea posible gestionar en forma eficiente, ética y efectiva una empresa estatal. La evidencia muestra lo contrario. Sí es posible. Codelco está llena de problemas que hay que solucionar, llena de costumbres que es justo criticar y llena de prácticas que hay que corregir. Compañías así de antiguas y grandes son verdaderas culturas corporativas que, como toda cultura, son lentas de transformar. Queda mucho por hacer. A pesar de ello, en años recientes, las reformas a su gobierno corporativo han rendido frutos, haciendo cada vez más difícil las malas prácticas, cada vez más estrictos los estándares y cada vez más seguro que estas tendrán consecuencias para quien infrinja las normas, caiga quien caiga. No es casualidad que la empresa haya sido premiada internacionalmente por ello.

Para esas mismas visiones es inconcebible, también, que el Estado pueda proyectar una estrategia de desarrollo ambiciosa y transformadora. La evidencia muestra lo contrario: sí es posible. Los países que son admirados por sus procesos de desarrollo, una Irlanda o Corea, un Singapur o Finlandia, una Australia o Nueva Zelanda, todos muestran un rol estratégico del Estado. En ninguno de esos países el sector privado se siente amenazado por este rol, al revés, entienden que es el que hace compatible sus proyectos empresariales con los proyectos democráticos y ciudadanos que sustentan la cohesión social.

En Chile sigue habiendo escepticismo y sospecha empresarial frente al rol del Estado en la economía. Ese escepticismo es una limitante para nuestro país, no solo para salir de este difícil momento, sino para completar nuestro camino al desarrollo.

Es, también, una limitante para el desarrollo y proyección de Codelco.

A pesar de ello, sigue habiendo trabajadores, trabajadoras y profesionales que cada cierto tiempo logran encontrar los espacios políticos para hacer avanzar esta empresa, para corregir sus defectos, para proyectar sus virtudes, para hacerse cargo de sus errores y para aprovechar sus aciertos. A pesar de todo, siguen existiendo mineros y mineras que intentan aportar a este legado de dignidad nacional. Hoy, 11 de julio, «Día de la Dignidad Nacional», corresponde saludarles y agradecer su compromiso y trabajo.

Hoy es un día de fiesta para todos los que siguen creyendo… en Chile y su destino.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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