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La irrupción del populismo Opinión

La irrupción del populismo

Pilar Peña D'Ardaillon
Por : Pilar Peña D'Ardaillon Cientista Política y Vicepresidenta Amarillos por Chile.
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El elemento central es la existencia de un líder personalista fuerte, que se mantiene en el poder mediante seguidores fieles. Encarna y representa al pueblo y para tenerlo de su lado pone en jaque a las instituciones del Estado, lo que genera polarización: sus adherentes son los buenos y los otros los malos. Esto se traduce en conflictos que siempre ponen en riesgo la democracia de un país. Un ambiente de polarización es tierra fértil para un populista, ya que se aprovecha de momentos de crisis para atraer masas. Los populistas se aferran a problemas que logren mantener su apoyo en el tiempo, es decir, problemas estructurales de una sociedad: la pobreza, la desigualdad, el desempleo.


En el último tiempo en nuestro país ha resonado la palabra populismo. Ya sonaba cuando el entonces candidato presidencial, Sebastián Piñera, hablaba de “Chilezuela”, retumbó fuertemente durante la discusión del primer retiro de las AFP y sigue sonando tras una que otra intervención de algún candidato a La Moneda.

El problema es que últimamente como sociedad nos ha inundado el simplismo, es decir, una severa crisis intelectual que lo que hace es reducir todos los problemas a un único factor y una única postura, sumado a que las redes sociales imponen verdades absolutas en 140 caracteres por Twitter o en una foto de Instagram. Muchos han determinado que quienes hablan de populismo, solo se han dedicado a invocarlo para descalificar todo aquello que no les gusta, pero lo cierto es que no es así y lo real es que en Chile y en el mundo el populismo está a la vuelta de la esquina.

Para hablar de populismo, lo primero que se debe entender es que este puede venir de la izquierda o de la derecha, por eso no es correcto encajonarlo en una ideología en particular. Lo que sí es común, es que siempre nace en un contexto de deterioro de la institucionalidad y del sistema de partidos, lo que establece escenarios posibles para autócratas.

[cita tipo=»destaque»]Finalmente, el libro Cómo mueren las democracias, de Steven Levitsky, establece cuatro criterios de comportamiento autoritario y señala que el solo cumplimiento de uno de estos es motivo de preocupación en un país, ya que habla de amenaza del populismo. Estos son: rechazo o débil aceptación de las reglas democráticas del juego,  negación de la legitimidad de los adversarios políticos, tolerancia o fomento de la violencia y predisposición a restringir las libertades civiles de la oposición, incluidos los medios de comunicación.[/cita]

El elemento central es la existencia de un líder personalista fuerte, que se mantiene en el poder mediante seguidores fieles. Encarna y representa al pueblo y para tenerlo de su lado pone en jaque a las instituciones del Estado, lo que genera polarización: sus adherentes son los buenos y los otros los malos. Esto se traduce en conflictos que siempre ponen en riesgo la democracia de un país. Un ambiente de polarización es tierra fértil para un populista, ya que se aprovecha de momentos de crisis para atraer masas. Los populistas se aferran a problemas que logren mantener su apoyo en el tiempo, es decir, problemas estructurales de una sociedad: la pobreza, la desigualdad, el desempleo.

En una definición, se entiende al populismo así: lo encarna un líder personalista y paternalista, aunque no necesariamente carismático, que realiza un proceso de movilización política de arriba hacia abajo, se salta las formas institucionalizadas de mediación, supeditándolas a vínculos más directos entre el líder y las masas. Representa una ideología amorfa, caracterizada por un discurso que exalta los sectores subalternos o es antielitista. Utiliza métodos redistributivos o clientelistas, con el fin de crear una base material para contar con el apoyo popular.

En una caracterización y tomando en cuenta la existencia de populismos de derecha y de izquierda, existe una definición que considera rasgos comunes. Lo primero es identificar la existencia de adhesión a una democracia autoritaria, electoral, antiliberal, que rechaza la dictadura y que plantea una visión apocalíptica de la política –la idea de la antipolítica y la acción de hablar en contra de las elites gobernantes– con la existencia de un líder tipo mesiánico (líder es la personificación del pueblo), que indica que los enemigos políticos son el antipueblo, traidores de la nación.

Quienes adhieren se presentan como defensores de la verdadera democracia, opositores a las formas reales antagonistas con el periodismo independiente, con un énfasis exagerado por la cultura popular. A su vez, contempla una visión débil del imperio de la ley, de la división de poderes y un nacionalismo radical. Y se produce una antipatía con el pluralismo y la tolerancia política.

Finalmente, el libro Cómo mueren las democracias, de Steven Levitsky, establece cuatro criterios de comportamiento autoritario y señala que el solo cumplimiento de uno de estos es motivo de preocupación en un país, ya que habla de amenaza del populismo. Estos son: rechazo o débil aceptación de las reglas democráticas del juego, negación de la legitimidad de los adversarios políticos, tolerancia o fomento de la violencia y predisposición a restringir las libertades civiles de la oposición, incluidos los medios de comunicación.

Dicho lo anterior, podemos apreciar que el populismo es un germen que puede corromper en la sociedad y devastarla. Ningún país está ajeno, por lo que debemos velar por quebrar la polarización y defender la democracia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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