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Adiós intendentes y bienvenidos gobernadores(as), pero ojo con Santiago Opinión

Adiós intendentes y bienvenidos gobernadores(as), pero ojo con Santiago

Egon Montecinos
Por : Egon Montecinos Director Centro de Estudios Regionales, Universidad Austral de Chile
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El centralismo simbólico que se ha visto reflejado en la atención que ha tenido la elección de gobernador(a) de la Región Metropolitana, sostenido con argumentos como “es que se juega la futura elección presidencial” o se “juega el futuro político de un sector”, son los mismos argumentos de «votos más o votos menos», que detuvieron las reformas a la descentralización política del Estado durante largos años y décadas en nuestro país. Ojalá que, por el bien de la descentralización, no vaya a ser cosa que, de formarse una «Asociación de gobernadores y gobernadoras regionales de Chile”, la termine presidiendo el representante de la RM, argumentando “volumen de votos”. A poner ojo en lo que se viene para la descentralización en la Convención Constitucional y en la instalación de las nuevas autoridades regionales. La descentralización no puede ser contra Santiago o la Región Metropolitana, pero tampoco puede estar subordinada a sus propias luchas políticas o estar determinada por el volumen de votos de cada región.


El concepto intendente nos acompaña desde los orígenes de la república. Esta palabra, usada con mucha frecuencia en la tradición “borbona” de las monarquías, significa “burócrata leal al rey” y trae consigo una carga simbólica de vigilancia, control y falta de representación política territorial. En regiones no tenemos representación política que defienda los intereses territoriales ante el nivel central. Tenemos intermediarios, siendo los parlamentarios de Gobierno quienes tradicionalmente ejercen esta responsabilidad y ocupan este vacío de poder. 

Por eso esta elección es un verdadero hito político territorial, no tanto para la Región Metropolitana (RM), que se ha llevado gran parte de la novedad de esta elección a punta de descalificaciones cruzadas, sino para todas las demás regiones, que se han construido sobre la base de inequidad en la inversión pública, falta de equipamiento, infraestructura básica, y displicencia del centralismo político para con sus líderes y organizaciones regionales. 

Parece irrelevante, pero en regiones la conducción de su principal instrumento de planificación regional (Estrategia Regional de Desarrollo) está sujeta a voluntarismos y vaivenes de autoridades que pasan por el cargo de intendente regional. Muy pocos reparan en lo complejo que significa que en algunas regiones todos los años se cambie a la primera autoridad regional. De hecho, el promedio de duración de intendentes regionales, desde 1990 a la fecha, no pasa de los 18 meses en el cargo. Por ejemplo, en La Araucanía, donde los planes requieren de más estabilidad y compromiso de conducción política, lo cambian todos los años. 

Por fin las regiones tendrán representación política para darle cierto grado de estabilidad a proyectos, planes y programas que muchas veces se ven detenidos, demorados o simplemente obstaculizados, porque no son del gusto de parlamentarios o líderes nacionales que tienen control sobre lo que se hace o se deja de hacer en regiones.

Chao, intendentes, así es, desaparecen de nuestro lenguaje, pero su cuerpo y espíritu quedarán presentes con otro nombre en regiones, por lo menos por un par de años más. ¿Por qué? Porque los delegados presidenciales regionales siguen con un rol relevante en la gestión y coordinación de servicios públicos desconcentrados en regiones. Si bien es cierto la ley corta para perfeccionar las leyes de descentralización (aún no aprobada en el Congreso) podría aminorar su rol, su presencia es sinónimo de centralismo, control y vigilancia, como si en regiones no supiéramos administrar, gobernar o tomar decisiones. O como si en regiones todo el mundo estuviera esperando la descentralización para “robarse los recursos fiscales”. Quiero recordar que los mayores casos de corrupción con recursos fiscales no están en regiones, están en instituciones políticas y públicas metropolitanas, centralistas y verticales.

Aun cuando todo parece indicar que en la nueva Constitución la figura del gobernador regional se fortalecerá y la del delegado presidencial regional –de permanecer en la Carta Magna– quedaría reducida a funciones protocolares y de seguridad interior o extranjería, el centralismo también tiene un “espíritu” que no se ve pero se reproduce de manera cotidiana. 

Ese espíritu centralista se pudo ver reflejado en la elección de gobernadores(as) regionales. La región que menos necesita a esta nueva autoridad regional se terminó devorando al proceso completo. Este centralismo mediático y cultural el profesor Sergio Boisier ya lo planteaba a comienzos del año 2000 con preguntas como si era el Estado el que se debía descentralizar o también la sociedad civil, o la cultura, los medios de comunicación, la educación, entre otros aspectos. 

Perdónenme, pero este centralismo simbólico que se ha visto reflejado en la atención que ha tenido la elección de gobernador(a) de la Región Metropolitana, sostenido con argumentos como “es que se juega la futura elección presidencial” o se “juega el futuro político de un sector”, son los mismos argumentos de «votos más o votos menos», que detuvieron las reformas a la descentralización política del Estado durante largos años y décadas en nuestro país. Ojalá que, por el bien de la descentralización, no vaya a ser cosa que, de formarse una «Asociación de gobernadores(as) regionales de Chile”, la termine presidiendo el representante de la RM, argumentando “volumen de votos”.   

A poner ojo en lo que se viene para la descentralización en la Convención Constitucional y en la instalación de las nuevas autoridades regionales. La descentralización no puede ser contra Santiago o la Región Metropolitana, pero tampoco puede estar subordinada a sus propias luchas políticas o estar determinada por el volumen de votos de cada región. La descentralización la constituyen reglas del juego, símbolos, cultura política que empujan a una sociedad a vivir mejor, sin importar cuánto suman tus votos, dónde naces, te crías, creces y te desarrollas. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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