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El día que Sichel «se pasó ocho pueblos» Opinión

El día que Sichel «se pasó ocho pueblos»

Germán Silva Cuadra
Por : Germán Silva Cuadra Psicólogo, académico y consultor
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El proyecto de un cuarto retiro aún es incierto, tanto porque muchos parlamentarios –de todos los sectores– han señalado que es mejor extender el IFE, así como porque una de sus principales impulsoras, Pamela Jiles, ya no tiene el respaldo ni el “halo” de iluminada como cuando se aprobaron los tres primeros. Creo que, frente a eso, Sichel se adelantó, proyectando una excesiva confianza en el poder de influencia sobre las cúpulas de una coalición que hasta hace un par de semanas criticó y, por qué no decirlo, demostró también algo de ansiedad. Y, claro, el otro factor que el otrora ministro de Piñera deberá considerar es que, reforzar tanto que todo su equipo cercano está compuesto por “ex DC”, puede despertar más resistencias que aliados en la centroderecha. 


La frase que da el título a esta columna no es mía. Su autor es Camilo Morán, diputado del oficialista partido Renovación Nacional, y constituye su respuesta frente al tono amenazante que unas horas antes había utilizado el candidato presidencial de su sector. Sebastián Sichel advirtió que estaría observando a quienes respaldaran un proyecto de cuarto retiro de los fondos previsionales, de manera que después no pidieran apoyo para sus campañas. Además, agregó que buscaría “ordenar” a los parlamentarios de derecha. 

Apenas habían pasado unos días desde que fuera elegido y el candidato hacía un giro en el tono y el relato. De fondo, pareció más bien un intento de dar una señal temprana y advertir que buscaba cumplir un rol que nadie –por supuesto, incluido el otro Sebastián– ha logrado desde hace dos años en el oficialismo: liderar a la coalición. Por las reacciones de un sector de Chile Vamos, el intento fue más bien fallido. Sichel y su entorno –con la fuerte influencia de Juan José Santa Cruz– cometieron un error de cálculo. No es ni será fácil que un independiente llegue a dar órdenes ni lineamientos a los parlamentarios, cuando ni sus propios partidos han podido conseguirlo. 

La segunda señal de Sichel fue que, una vez terminada la campaña, optó por abandonar lo “políticamente correcto” –las sonrisas y frases que responden a lo que la gente quiere escuchar– y apostar por el voto de derecha más ideológico. Más allá de las dudas que genera un cuarto retiro –cuando las cifras mejoran y el Gobierno pareciera intentar retomar la “normalidad” completa, pero sin explicitarlo–, lo cierto es que esta fórmula fue siempre rechazada por las cúpulas de RN y la UDI, pero apoyada por sus parlamentarios. ¿La razón? Simple, muchas personas, especialmente entre los sectores medios, entendieron que deberían batirse con sus propias manos en la pandemia y los retiros constituían la única esperanza para sobrevivir. Algo que las directivas de la derecha –especialmente de Evópoli, que jamás apoyó esta alternativa– nunca lograron entender. Los costos políticos están a la vista.

Con la jugada para alinear a la derecha, Sebastián Sichel pareció tener un cortocircuito con el sentido común, el que se apoderó de una inmensa cantidad de chilenos, cambiando la creencia dominante por décadas, esa de que platas depositadas en las AFP eran “propiedad” de las empresas y no de los cotizantes. Esa premisa fue compartida por varios diputados y senadores de Chile Vamos, tal vez sin ninguna convicción ideológica, pero sí con un pragmatismo a toda prueba.

Recordemos que hace un año estábamos discutiendo del caso –judicializado– de una profesora con una enfermedad terminal que buscaba retirar sus fondos y que Jacqueline van Rysselberghe amenazaba con expulsar de la UDI a los cinco diputados que estaban por aprobar el primer retiro. Mucha agua pasó por el río después.

Pero, más allá de este verdadero paso en falso y del riesgo que conlleva intentar convertirse en el líder de una coalición que soporta a un Gobierno con un nivel de apoyo en el suelo, Sichel pareciera que quiso apuntalar un voto, más que de derecha, del empresariado. Y en eso los dardos apuntan a Juan José Santa Cruz, el hombre detrás del personaje. El empresario ha estado ligado desde hace años a Sichel como su financista y consejero, siendo su sombra en todos los pasos políticos que ha dado el hoy candidato presidencial desde la DC hasta ahora.

Santa Cruz, el verdadero arquitecto de la figura política de Sichel, pertenece a un grupo de ex DC que mantiene una férrea alianza y cuyos miembros vienen trabajando juntos, metódicamente, con un objetivo claro: convertir a uno de los suyos –es decir, los desencantados de la falange– en Presidente. Para ello han puesto recursos económicos y seguido al elegido a poca distancia en distintas aventuras, incluido el controvertido paso por Ciudadanos. Y aunque Santa Cruz –que hace una estrecha dupla con Mariana Aylwin– pareciera evitar la visibilidad excesiva, lo cierto es que ha asumido responsabilidades formales para garantizar “el producto”, como cuando fue timonel de Ciudadanos. 

Por cierto, el proyecto de un cuarto retiro aún es incierto, tanto porque muchos parlamentarios –de todos los sectores– han señalado que es mejor extender el IFE, así como porque una de sus principales impulsoras, Pamela Jiles, ya no tiene el respaldo ni el “halo” de iluminada como cuando se aprobaron los tres primeros. Creo que, frente a eso, Sichel se adelantó, proyectando una excesiva confianza en el poder de influencia sobre las cúpulas de una coalición que hasta hace un par de semanas criticó y, por qué no decirlo, también demostró algo de ansiedad. Y, claro, el otro factor que el otrora ministro de Piñera deberá considerar es que, reforzar tanto que todo su equipo cercano está compuesto por “ex DC”, puede despertar más resistencias que aliados en la centroderecha. 

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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