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El ocaso de una coalición Opinión

El ocaso de una coalición

Claudio Fuentes S.
Por : Claudio Fuentes S. Profesor Escuela Ciencia Política, Universidad Diego Portales. Investigador asociado del Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR)
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La gran incógnita para Unidad Constituyente, para este matrimonio por conveniencia, es si podrán construir una nueva épica, una nueva mística que permita reconstruir lazos coalicionales que les permitan articularse como una fuerza competitiva. A nivel partidario –de la militancia, de los adherentes no militantes a estos partidos–, parece ser que prima el desánimo, la frustración frente a una coalición que perdió mística, ideas y compromiso social. La solución encontrada es que se aferrarán a una nueva tabla de salvación, que ahora se llama Yasna Provoste. Dependerá de su capacidad personal de convocar, de sus atributos y de su entorno el poder revivir un proyecto político que parece encontrarse, hace ya varios años, en su ocaso.     


Ciento cincuenta mil votantes no es una cifra para celebrar. Se puede culpar al clima, la cantidad limitada de locales, lo improvisado del evento o la ausencia de publicidad. Se puede argumentar, incluso, que las cifras de las primarias no son proyectables al evento presidencial y que, por lo tanto, nada está dicho aún. Todo aquello está perfectamente argumentado. Sin embargo, aquellos 150 mil votos nos hablan mucho del estado subjetivo de una coalición que ha visto, progresiva y lentamente, erosionar sus bases electorales. 

La explicación de aquella magra votación y, por lo tanto, la menor relevancia de esta coalición en la actual escena políticanos podría remontar a una secuencia de malas decisiones recientes. Pero ¿por qué se produjeron tales decisiones? ¿Por qué no inscribir candidaturas a primarias si resultaba lo más racional y lógico de hacer? ¿Qué explica esta autoinfligida conducta que ya hace bastante tiempo observamos?

La primera explicación dice relación con un ciclo de autoencapsulamiento de los partidos que conformaban la Concertación. Este proceso los hizo depender, cada vez con mayor necesidad, de la administración del Estado, cortando lazos vitales con organizaciones sociales y territoriales.

La supervivencia de la coalición pasó a depender de figuras simbólicas claves (Lagos, Bachelet), sin tampoco promover nuevos cuadros que irrumpieran en la escena nacional. El abandono de las organizaciones sociales provocó una ruptura entre una dinámica política encapsulada en los círculos del poder, y territorios que sufrían los efectos de un modelo socioeconómico marcado por la desigualdad. La política sin renovación de cuadros se envejece y precisamente aquello sucedió con los partidos que conformaban la Concertación.

Una segunda cuestión gravitante en la última décadafue la falta de consenso programático interno para renovar una propuesta para un Chile que estaba cambiando. Michelle Bachelet capturó aquella energía en el año 2013 e intentó plasmar un programa de cambios en temas claves, como educación, reforma tributaria y nueva Constitución. Pero este programa no concitó acuerdos sustantivos dentro de su propia coalición. Las tensiones se hicieron evidentes en relación con la cuestión constitucional (2014-2018), donde se manifestaban tendencias internas pro asamblea constituyente, que se confrontaban en contra de reformistas que no deseaban abrir este tema a la deliberación ciudadana. Su proyecto terminó en un cajón que nunca nadie quiso reabrir. 

Un tercer asunto se relacionaba con los vínculos entre algunos líderes partidistas con el sector privado, que afectaron seriamente la confiabilidad del conjunto de la coalición. La simbiosis de intereses políticos y económicos al participar de directorios, obtener financiamiento electoral y participar de decisiones que beneficiaban a los grandes oligopolios, provocaría un manifiesto problema de credibilidad social. Esta dimensión fue quizás la que más ha afectado la imagen de la coalición.

El eje PPD-PS-PR-DC, que fue vital para la recuperación de la democracia, sufrió los embates de una política encapsulada, carente de renovación, y vinculada directa o indirectamentea los grandes grupos económicos. Al desparecer de la escena política ciertos liderazgos carismáticos que otrora habían logrado articular a esta coalición, se mostraron a la deriva. Y nunca han salido de allí. El mejor antecedente de la fallida inscripción de candidaturas de mayo último lo encontramos en el año 2017, cuando tampoco se materializó una primaria.

Aquel año en el Partido Socialista se barajaban los nombres de Fernando Atria, José Miguel Insulza, Ricardo Lagos y Alejandro Guillier. La directiva decidió suspender un proceso de consulta ciudadana y, en una decisión del Comité Central, se optó por la candidatura del independiente Guillier. Luego la DC, por votación dividida de su partido, presentaría a Carolina Goic como candidata a la primera vuelta electoral. 

La amistad cívica entre los partidos de la ex Concertación fue erosionándose significativamente en los años venideros. La colaboración se ha dado en el Senado y en la Cámara, más como fruto de oponerse al Gobierno de turno que como producto de una decisión consciente de construir un proyecto común. Las tensiones que derivaron en la fallida inscripción de la primaria presidencial de mayo pasado son un reflejo evidente de los precarios vínculos que unen a estos partidos. Pese a que en las elecciones municipales estos cuatro partidos (DC, PPD, PR y PS) lograron obtener poco más de 2 millones de votos, en las primarias no movilizaron ni al 7% de ese caudal, ni tampoco pudieron sacar a la calle al total de su militancia. 

La gran incógnita para este matrimonio por conveniencia es si podrán construir una nueva épica, una nueva mística que permita reconstruir lazos coalicionales que les permitan articularse como una fuerza competitiva. A nivel partidario de la militancia, de los adherentes no militantes a estos partidos–, parece ser que prima el desánimo, la frustración frente a una coalición que perdió mística, ideas y compromiso social. La solución encontrada es que se aferrarán  a una nueva tabla de salvación, que ahora se llama Yasna Provoste. Dependerá de su capacidad personal de convocar, de sus atributos y de su entorno el poder revivir un proyecto político que parece encontrarse, hace ya varios años, en su ocaso.     

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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