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Vuelta a la presencialidad y violencia sexual: ¿qué está pasando? Opinión

Vuelta a la presencialidad y violencia sexual: ¿qué está pasando?

Rhonny Latorre Chávez
Por : Rhonny Latorre Chávez Sociólogo, diplomado en género y sexualidad y magíster (c) en Estudios Latinoamericanos. Investigador y encargado del área de Acción en Fundación Semilla.
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Desde el comienzo de la pandemia, muchos(as) anticiparon que la vuelta a clases sería conflictiva, debido a los problemas de salud mental y a la ausencia de una perspectiva seria, tanto socioemocional como de género, al interior de la educación. Sin embargo, los casos de abuso y acoso sexual, si bien se han visto agravados producto de esta pandemia, no son enteramente atribuibles a esta coyuntura, sino también a una cultura escolar que se ha mostrado muy reticente a introducir los cambios que la comunidad estudiantil y el movimiento feminista le han exigido.


El comienzo de la presencialidad en las escuelas ha traído consigo una nueva ola de conflictividad asociada a problemáticas de género. La movilización de las estudiantes del Liceo 1, Liceo 7, Liceo Tajamar y Carmela Carvajal, denunciando amenazas de violación por parte de estudiantes del Liceo Lastarria, actuó como punta de lanza para la aparición de diversas denuncias con el común denominador de la violencia de género. Casos de abuso y acoso sexual, perpetrados tanto por estudiantes como por profesores, han salido a la luz en muchos establecimientos educacionales que han visto con preocupación cómo su vuelta a la presencialidad ha venido con una mochila que se creía más ligera de lo que realmente es.

Desde el comienzo de la pandemia, muchos(as) anticiparon que la vuelta a clases sería conflictiva, debido a los problemas de salud mental y a la ausencia de una perspectiva seria, tanto socioemocional como de género, al interior de la educación. Sin embargo, los casos de abuso y acoso sexual, si bien se han visto agravados producto de esta pandemia, no son enteramente atribuibles a esta coyuntura, sino también a una cultura escolar que se ha mostrado muy reticente a introducir los cambios que la comunidad estudiantil y el movimiento feminista le han exigido.

El problema posee aristas complejas y su abordaje es igualmente delicado. Por ello, intentemos dividir los ámbitos de análisis:

En primer lugar, se encuentra la institucionalidad legal de la escuela, es decir, el conjunto de orientaciones, circulares, normativas y leyes que reglamentan los protocolos de acción que se deben tomar dentro de los establecimientos ante casos de acoso o abuso sexual, y que no logran dar un marco inequívoco de acción, ni tampoco reflejan un consenso conceptual respecto a lo que estamos entendiendo como violencia sexual.

Por ejemplo, en la Ley 20.536 sobre violencia escolar, no aparece una mención específica a las agresiones sexuales, y los protocolos frente a agresiones sexuales, si bien son obligatorios para los establecimientos, son lo suficientemente ambiguos para devenir en estériles. Hoy, la principal herramienta preventora en los establecimientos se encuentra en el Plan de Afectividad, Sexualidad y Género, sin embargo, los mecanismos para monitorear y/o fiscalizar su implementación son poco claros, y no tenemos un balance concreto de su implementación a lo largo de estos años de funcionamiento.

En segundo lugar se encuentra la escuela, como un espacio con sus propias dinámicas internas, y con escasas herramientas de resolución de conflictos, que sean tanto legitimadas por la comunidad estudiantil como efectivas. En el segundo Estudio Sobre Violencias de Género en Contextos Escolares  de Fundación Semilla (2021), pudimos constatar que el porcentaje de estudiantes que confía en los canales institucionales de resolución de conflictos es muy bajo (7,1%), y que más de la mitad (53,8%) de los estudiantes que recurren a estos canales, señalan que no se tomaron medidas al respecto. Paralelamente, como Fundación dedicada al trabajo con comunidades escolares, escuchamos de forma habitual los comentarios del tipo: “Para criticar hay que estar aquí adentro”.

Esto, constituye un paradigma que es necesario desmontar, debido a que, si bien nadie tiene tantos elementos para evaluar una situación como quienes trabajan al interior de una escuela, muchas veces esta cercanía termina impidiendo abordar los conflictos de forma parcial y acorde a un enfoque de derechos. Las desestimaciones en casos de acusaciones de acoso o abuso, la relativización en cuanto a la seriedad que estos hechos reportan, la descalificación de la víctima debido a su pensamiento y/o historia, y la defensa corporativa a profesores o trabajadores del establecimiento, constituyen prácticas habituales dentro de un sector de trabajadores de la educación que aún no se ve permeado por la demanda de una educación no sexista.

En tercer lugar, se encuentra la socialización de género que poseen los hombres y su vínculo con las relaciones sexoafectivas, en donde existe un componente de agresión, control y posesión, inscrito en los mandatos de género de la masculinidad y en donde la educación no está llegando. Los hombres, en su mayoría, se han relacionado con los planteamientos del feminismo de tres formas: o lo rechazan, porque se sienten amenazados y cuestionados, caracterizándolo como una ideología dañina; o se lo apropian, hablando a nombre de él, buscando un reconocimiento como hombres aliados-deconstruidos; o bien, desligándose de él, catalogándolo como una tarea principalmente de mujeres, y apoyando desde la comodidad de no cuestionarse a sí mismos ni a sus pares.

Cuando parecía que el horizonte político de la igualdad entre géneros se encontraba instalado como un consenso, la realidad nos señala que esto aún se encuentra en la cáscara exterior. Hemos priorizado la visibilización de hitos simbólicos significativos, pero superficiales, o formalismos que convierten la disidencia en diversidad de elección, frente a la tarea verdadera de desjerarquizar las relaciones humanas y democratizar el poder.

Desde nuestra vereda, en Fundación Semilla contamos con estrategias y metodologías participativas que acompañan a las comunidades educativas en el camino a ser lugares donde no exista violencia sexual, en donde ni la identidad de género ni la orientación sexual ni la expresión de género sean un obstáculo para educarse, y en donde la convivencia sea fruto de la participación de todos los sectores en igualdad de condiciones, sin superponer los roles a la humanidad. Sabemos que no existe solo un camino, sin embargo, todos debemos llegar al mismo lugar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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