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Porque prometimos jamás desertar al PS Opinión

Porque prometimos jamás desertar al PS

Estamos quienes entendemos la trascendencia histórica del socialismo chileno como una fuerza que construye épocas, y no que sigue tendencias coyunturales. Estamos quienes persistimos en la construcción de un proyecto político que, tal como lo ha logrado el PS frente a cada encrucijada, logre leer de manera acertada este nuevo Chile que ha emergido, y vuelva a ser protagonista del siglo XXI que de manera definitiva ha comenzado. No es una tarea fácil, pero el mínimo gesto de persistencia para con nuestros mártires es insistir en la construcción de un partido que, a pesar de su dirigencia de turno, logre crecer en coherencia y consecuencia con lo que el nuevo país exige.


El Partido Socialista de Chile ha iniciado un nuevo proceso electoral interno. La historia señala que los torneos electorales de la otrora “Casa de la izquierda” solían convocar a las diferentes corrientes de opinión del PS para enfrentar de manera fraterna sus diversas visiones respecto del rumbo del país y del mundo, concitando la atención de la opinión pública que veía en la conducción del Partido Socialista la responsabilidad de la articulación de la izquierda chilena de cara al futuro.

Nada de eso existe hoy. Hace ya más de una década que el PS dejó de ser la “Casa de la izquierda”, pues su incapacidad para encauzar un debate de diversas interpretaciones de la realidad desde la izquierda y el progresismo chileno terminó por desbordar la estructura partidaria, y transformarse en tierra fértil para el surgimiento de nuevas expresiones políticas que, en tiempo récord, llegaron a conducir el gobierno.

Tampoco hoy las elecciones son el encuentro de propuestas políticas e ideológicas al interior del socialismo chileno. Devenidas en meros caudillismos de parlamentarios y/o alcaldes, los hoy denominados “lotes” terminan por repartirse el padrón de militantes cual junta de accionistas que reparte los dividendos de su empresa. Nada más alejado de la genuina participación ciudadana y popular que ha venido tomando fuerza en los barrios y organizaciones sociales en el último tiempo.

Y, por cierto, el escaso ambiente electoral que se ve en el PS y la poca atención de la opinión pública es probablemente el síntoma más latente de que, de manera lenta y silenciosa, el instrumento político socialista ha devenido en un anacronismo y una irrelevancia de la que las estructuras políticas en Chile suelen no retornar. No es de extrañar, entonces, que el espíritu de la historia del socialismo hoy haya encontrado nuevas estructuras políticas para transformar el descontento social en propuestas de transformaciones sustentables y sostenibles en el tiempo, sobre los hombros de una nueva generación de hombres y mujeres que por mandato popular dirigen hoy los destinos de la patria.

Y es que, más allá de la esperanza que el proceso constituyente y el gobierno del Presidente Boric abren en hombres y mujeres que aspiramos a la construcción de un país más justo, y la alegría que significó para más de la mitad del país haber derrotado una propuesta ultraconservadora y neoliberal que significaba un retroceso incluso respecto de la insostenible crisis política heredada del último gobierno de derecha, no es menos cierto que en algún momento las y los socialistas debemos abstraernos de la siempre seductora participación de la gestión del Estado, para hacer un ejercicio tan urgente como postergado, y mirar con perspectiva histórica el estado actual del partido que ofreciera al país liderazgos de la talla de Salvador Allende y Michelle Bachelet.

La primera mirada, y más obvia en estos tiempos, es la puramente electoral, donde los resultados hablan por sí mismos. Bajo la conducción del actual presidente, Álvaro Elizalde, el partido muestra una sistemática baja en todas las votaciones de elección popular. En el ámbito municipal, entre las elecciones del 2016 y 2021, el PS redujo su votación desde un 10,7% a un 8,6% en concejales, y de un 8% a un 5% en alcaldes. A nivel de gobiernos regionales, redujo su votación en Cores desde un 8,96% a un 5,48%, mientras que en el ámbito parlamentario disminuyó su votación de un 9,76% a un 5,43% en diputadas y diputados, y de un 7,52% a un 6,74% en senadores.

Después de 4 años de gestión con este desempeño electoral, cualquier partido meridianamente democrático abriría un profundo proceso de análisis y reflexión respecto a las causas de esta debacle, y la forma de enfrentarla. Pero como se suele decir en jerga socialista, cuando eres dueño del “timbre”, cualquier explicación sirve para administrar la crisis. Así, se han excusado en el aumento del número de escaños en el Parlamento (lo que por cierto no aplica para el ámbito municipal y regional), o incluso se ha llegado a justificar la debacle diciendo que “a nuestros socios les fue peor”, aludiendo al adagio popular “mal de muchos, consuelo de tontos”. Explicaciones que, por cierto, no resisten ningún análisis cuando muchas y muchos hemos sido testigos directos de prácticas políticas que guardan directa relación con estos resultados.

Cualquier testimonio de exclusión de candidatas o candidatos no afines a la autoproclamada “mayoría” que se pueda relatar en estas líneas, quedará corto al lado del gran espectáculo que la conducción partidaria ofreció al país durante las últimas elecciones presidenciales. Recordados son los episodios de noveles partidos vetando la participación del PS en primarias y dejando a su candidata presidencial plantada con la documentación para inscribirse en mano. O las intervenciones “en off” de parlamentarios solicitando por la espalda que una candidata presidencial, ungida por movilización espontánea de las bases partidarias, bajara su candidatura. “No se humilla al partido de Salvador Allende”, vociferaba el presidente ante los medios una fría noche de mayo, mientras desde la calidez de su oficina negaba la sal y el agua necesarias para el despliegue de su propia candidata presidencial.

Cual avezado jugador de póker, “la mesa” apostaba bajo sombra desde Valparaíso todas sus fichas a una candidata de centro “mejor posicionada en las encuestas”, mientras todo el país giraba hacia la izquierda. Era la segunda vez que el PS se enfermaba de “encuestosis”. Cuatro años antes, en una inédita votación secreta el comité central del partido que dirigía el mismo presidente que actualmente finaliza su período, el PS  guardaba sus convicciones históricas y políticas en una urna, clausurando en votación secreta una elección primaria a cambio de salir a apoyar al candidato “mejor posicionado en las encuestas”, como era el senador Guillier. El resultado, es historia conocida: la irresponsabilidad política y el cortoplacismo abrieron paso al peor gobierno civil en la historia reciente de nuestro país. ¿Y el PS? Bien, gracias.

El problema de las encuestas es que solo reflejan un momento, no hacen historia. Y más allá de la burocracia partidaria, el 2021 la historia de Chile estaba cambiando. Un grupo de jóvenes dispuestos a todo por cambiar la política, y a los políticos, había llegado a segunda vuelta sin pedirle permiso a nadie. Miles de nosotros(as) lo entendimos y salimos, junto con la entonces diputada Maya Fernández Allende, a pedir el apoyo en primera vuelta para el candidato del socialismo, aunque no militaba en el PS. La noche del 22 de noviembre, la directiva del PS no tuvo más opción que meter todos sus gráficos y encuestas a la trituradora y salir rápidamente a ahogar cualquier atisbo de crítica interna, respaldando de manera inmediata y “sin condiciones” la opción de Gabriel Boric.

Es cierto que todas y todos estuvimos detrás del esfuerzo de evitar que José Antonio Kast ganara la segunda vuelta electoral, y lo logramos. Lo preocupante es que, a más de 3 meses del balotaje, ningún proceso de reflexión colectiva se ha abierto al interior del PS para entender por qué el partido eje de la izquierda chilena a lo largo del siglo XX hoy es un actor secundario del período histórico “postransición”. ¿Es que acaso el PS se quedó en el siglo XX? Las explicaciones solo se repiten. “Nuestros socios están peor”, “a pesar de todo, el PS sobrevive”, se repite como un mantra entre analistas y columnistas oficialistas, notificando a la militancia que la “supervivencia” es el nuevo estándar de eficacia del proyecto político del socialismo chileno.

En efecto, estos 4 años de conducción política que se cierran han condenado al PS a una lucha por su propia sobrevivencia, y a entregar el proyecto político del socialismo a nuevos instrumentos. Han generado una (posiblemente) irreversible bifurcación entre el socialismo chileno y el Partido Socialista de Chile, ¿o acaso alguien negaría que Gabriel Boric es socialista?

En medio de la era de las ansiedades, de la inmediatez, de la lucha por las identidades y, en cierta forma, las individualidades en política, surge de inmediato la pregunta: ¿por qué seguir en el PS, entonces?, ¿no es más fácil seguir el camino que muchos y muchas han tomado, de buscar un proyecto de genuina construcción colectiva fuera de las fronteras del partido? Una respuesta positiva quizás nos ahorraría muchos problemas, y le facilitaría aún más el trabajo a una dirección que, cual latifundista, no tiene escrúpulos en achicar la estructura partidaria cuanto sea necesario con tal de eliminar la disidencia interna.

Pero no. Estamos quienes entendemos la trascendencia histórica del socialismo chileno como una fuerza que construye épocas, y no que sigue tendencias coyunturales. Estamos quienes persistimos en la construcción de un proyecto político que, tal como lo ha logrado el PS frente a cada encrucijada, logre leer de manera acertada este nuevo Chile que ha emergido, y vuelva a ser protagonista del siglo XXI que de manera definitiva ha comenzado. No es una tarea fácil, pero el mínimo gesto de persistencia para con nuestros mártires es insistir en la construcción de un partido que, a pesar de su dirigencia de turno, logre crecer en coherencia y consecuencia con lo que el nuevo país exige.

Tenemos tremendos desafíos por delante: superar la Constitución de la dictadura es un anhelo histórico del PS, que fuera posible solo por la movilización masiva de un pueblo que hoy tiene depositadas sus esperanzas en una Convención Constitucional, de cuya claridad y lucidez política dependerá presentar una propuesta que logre sintonizar con las esperanzas del país, calibrando en su justa medida las expectativas de cambio con las legítimas preocupaciones frente a la incertidumbre.

Tenemos la responsabilidad de honrar la palabra empeñada, como lo hiciera el mejor de los nuestros, Salvador Allende, hasta el último minuto de vida. Del éxito del Presidente Boric y su gobierno dependen no solamente las demandas de una sociedad que lleva décadas esperando la satisfacción de deudas acumuladas por parte del Estado y la política, sino que también evitar un nuevo retroceso democrático, garantizando realmente que la derecha nunca más vuelva a conducir los destinos de la patria.

Sin embargo, esto último no es posible con un PS en franca decadencia. El Partido Socialista carece hoy de una estructura y capacidad de interacción con una sociedad en vertiginosa dinámica. Su estructura territorial y temática no se ha modernizado frente a la forma en que las ciudadanas y los ciudadanos se comunican y organizan hoy. Su declarativa denominación de “partido feminista” no se ha traducido en una política nacional de formación de liderazgos femeninos y, peor aún, autoridades de elección popular socialistas enfrentan o han enfrentado graves acusaciones de violencia de género. Tampoco se ha dado el espacio que les corresponde a las diversidades, considerando que nuestro ideario por supuesto que las apoya en sus reivindicaciones.

Su estructura deliberativa no responde al inminente e irreversible proceso de descentralización que vive nuestro país, su centro de pensamiento es hoy irrelevante en el debate público nacional, y a pesar de su persistente liderazgo en las principales organizaciones de trabajadores y trabajadoras del país, como la CUT y la ANEF, desde el “partido de los trabajadores” no surgen propuestas que enfrenten las nuevas realidades de la relación entre capital y trabajo, como la precarización laboral que generan las apps, el teletrabajo, o el retroceso de más de 10 años en empleabilidad femenina que significó la pandemia del COVID-19, solo por nombrar algunas.

Peor aún, nadie discute esto hoy al interior del partido. Corremos un serio riesgo de que el vicio de la burocracia del Estado termine por dormir definitivamente al PS, y lo petrifique en un rol secundario de la política nacional. Sea por acción u omisión, existen responsabilidades políticas no asumidas por la dirección nacional saliente en estos temas, y estamos quienes entendemos la tremenda tarea que significará contrarrestar esta realidad y reconstruir el partido de Allende.

La tarea es tan ardua y desafiante como hermosa. Somos miles de mujeres que de norte a sur hemos tomado la decisión de ponernos a disposición de la militancia para recoger las propuestas que sean necesarias para revitalizar el PS, devolverlo a sus bases y reposicionarlo como el actor protagónico de la política nacional que nunca debió haber dejado de ser. No será fácil, pero justamente porque prometimos jamás desertar, ¡seguimos!

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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