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¿Es el control de los flujos de capital en Chile un tabú? Opinión

¿Es el control de los flujos de capital en Chile un tabú?

François Meunier
Por : François Meunier Economista, Profesor de finanzas (ENSAE – Paris)
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¿Cuáles son las medidas concretas para controlar los flujos de capital? Son varias, desde la medida soft adoptada en Chile en 1991 hasta los estrictos controles que el banco central de Rusia utiliza ahora para apoyar al rublo. Hay que ir con cuidado. El BC puede pensar, tal vez con razón, que un anuncio de este tipo envíe un mensaje negativo a los inversores internacionales respecto a que Chile ha vuelto a ser básicamente… un país latinoamericano. ¿Se debe limitar la cantidad de dinero que los fondos de pensiones pueden invertir en el extranjero, para irrigar mejor la inversión local? ¿Se deben restablecer las medidas de 1991? ¿Se debe prohibir a los bancos, al menos, hacer publicidad de sus cuentas en dólares? ¿O incluso prohibir estas cuentas para particulares? Es saludable abrir un debate sobre este tema.


Imagino que no soy el único que recibe un montón de publicidad de los bancos para abrir una cuenta en dólares. Incluso hay un banco que lo ofrece de forma gratuita. ¡Gracias a ellos! Desde mi celular, puedo invertir mi poco dinero en dólares si creo que el peso va a caer, no para transacciones reales, sino solo con fines especulativos. Se me permite una especie de apuesta continua, según mi estado de ánimo, sobre hacia dónde va mi país. Es mejor que una cuenta de criptomonedas. ¿Pero por qué tal facilidad?, pregunté. Me contestaron: «En Chile, ponemos nuestros ahorros donde queramos. No hay que cuestionar la libre circulación del capital”. ¿Verdad? Después una salida de capitales de US$ 44 billones del sector privado no financiero en los últimos dos años, ¿es inadecuado plantearse la pregunta?

Una sorpresa es que las cosas han cambiado bastante desde el lado del FMI. Hace unos 20 años, la expresión ‘control de los flujos de capital’ era casi un garabato. Ante la crisis financiera de 2008, la retórica se atenuó: controles de capital, sí, pero como «medida de último recurso». Y tras la crisis del euro de 2011, el FMI empezó a hablar de él como uno de los instrumentos estándar –bajo ciertas condiciones, vamos a ver– de la política cambiaria de un país. Véase la reciente entrevista del economista Olivier Blanchard a Gita Gopinath, primera subdirectora gerenta del FMI.

Muchos economistas chilenos, especialmente los educados en los buenos lugares, siguen la doxa del FMI sobre temas de finanza internacional. Esta es una buena actitud. Pero lo hacen a veces con un rezago. Los pocos “papers” que circulan sobre el tema siguen siendo, por lo menos, escépticos en cuanto a la idea de controlar los flujos de capital.

En la mente de muchos, sigue siendo imperativo sostener el modo de desarrollo elegido por Chile y atraer la inversión directa del extranjero. Verdad, es difícil invitar a alguien al teatro y decirle que se va a encadenar la puerta detrás de él. También hay que reconocer que los (ligeros) controles de capital que se pusieron en marcha entre 1991 y 1998 no se consideraron muy eficaces, quizá por la sencilla razón de que no había acontecimientos reales que los justificaran, ya que Chile tenía entonces un superávit estructural de la balanza de pagos, gracias al cobre.

Pero veamos la situación actual de Chile a la luz de las condiciones que el FMI establece hoy para el uso adecuado de este instrumento. Afortunadamente, nuestro país sigue teniendo un nivel bastante bajo de deuda externa denominada en divisas (el 17% del PIB para el gobierno central). Por lo tanto, no existe el riesgo a corto plazo, como en Argentina, de una especulación destructiva. Aunque ha caído, el país sigue teniendo un rating bastante aceptable. El Banco Central (BC) sigue siendo financiado muy fácilmente por otros bancos centrales y por el FMI. También lo hace el Estado, aunque con tasas crecientes.

Por otro lado, la situación de la cuenta corriente tiende a deteriorarse (-6,6% del PIB en 2021) y ya no muestra los superávits del pasado. El elevadísimo precio del cobre ha favorecido las cosas desde hace dos años, pero este choque positivo se ve desgraciadamente contrarrestado por la subida de los precios de la energía y la crisis de Ucrania. Este doble choque es asimétrico: es la población la que padece del choque energético; son las finanzas públicas y las empresas mineras las que se benefician del cobre. Hay un fuerte resurgimiento de la inflación a nivel internacional que afecta a un país como Chile, que importa masivamente sus productos manufacturados. También, el mercado internacional del peso sigue siendo muy ilíquido y, por lo tanto, está sometido a choques repentinos en caso de entradas o salidas intempestivas de capital.

Por último, existe un peligroso mecanismo de amplificación que aún no se ha tenido debidamente en cuenta. Cuando el peso cae, a los fondos de pensiones (cerca hoy del 60% del PIB) les interesa invertir sus fondos en el extranjero. Los tres retiros en un contexto político incierto, por ejemplo, cambiaron la composición de los activos gestionados por los fondos: menos bonos del Estado (lo que hizo caer el fondo E y obligó al Gobierno a financiarse en el extranjero en lugar de con el ahorro interno) y más inversiones extranjeras, hasta el 55% de los fondos invertidos (la proporción ha disminuido desde entonces). Así, el peso cae aún más, y el BC lucha por refinanciarse en el extranjero. Ahora hay una mayor sincronía frente al tipo de cambio entre los particulares y los fondos de pensiones: todos corren de un lado a otro del barco al mismo tiempo.

Al privarse del instrumento del control de capital, el BC se ve obligado a sobreactuar con su instrumento habitual, el tipo de interés. En efecto, es vital que contenga la caída del peso, ya que esta repercute en la inflación importada. Por ello, el Banco Central de Chile es casi, de todos los bancos centrales, el que más ha subido sus tasas. Y el fenómeno se amplifica para los chilenos endeudados por la indexación de sus deudas en UF. El BC puede ganar la batalla de la inflación, pero en desmedro de la actividad y el empleo.

Que la buena persona que hace alegremente traspasos entre sus cuentas en pesos y en dólares sepa que puede beneficiarse de la ganancia, pero que hay un costo colectivo para el país: menores ingresos del Gobierno, mayor inflación importada y mayor incertidumbre económica, lo que justifica, perversamente, su salida del peso.

¿Cuáles son las medidas concretas para controlar los flujos de capital? Son varias, desde la medida soft adoptada en Chile en 1991 hasta los estrictos controles que el banco central de Rusia utiliza ahora para apoyar al rublo. Hay que ir con cuidado. El BC puede pensar, tal vez con razón, que un anuncio de este tipo envíe un mensaje negativo a los inversores internacionales respecto a que Chile ha vuelto a ser básicamente… un país latinoamericano. ¿Se debe limitar la cantidad de dinero que los fondos de pensiones pueden invertir en el extranjero, para irrigar mejor la inversión local? ¿Se deben restablecer las medidas de 1991? ¿Se debe prohibir a los bancos, al menos, hacer publicidad de sus cuentas en dólares? ¿O incluso prohibir estas cuentas para particulares? Es saludable abrir un debate sobre este tema.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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