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Boricnomics: la urgencia de un estatismo inteligente Opinión

Boricnomics: la urgencia de un estatismo inteligente

Emiliano Vargas López
Por : Emiliano Vargas López Ingeniero Comercial. Magíster en Economía. Investigador independiente en Economía.
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La Boricnomics recuerda a Shinzo Abe, quien fue asesinado recientemente, privando al mundo de uno de los políticos más hábiles de los últimos tiempos. La estrategia económica que impulsó el malogrado ex primer ministro japonés se caracterizó por la flexibilización monetaria, inversión público-privada y reformas estructurales, que lograron inicialmente un despegue de la estancada economía japonesa, aunque ella aún no ha logrado capitalizar todo su potencial. Es por ello que el Gobierno de Boric debe observar esta experiencia y capturar sus mejores resultados, como también su nombre. Para materializar la estrategia, la dupla fundamental de Gobierno debe unir al joven Presidente y al flemático ministro de Hacienda en la consumación de la  disciplina más controvertida de los tiempos modernos: la economía política. La razón es evidente, el ministro no es político y el Presidente no es economista, por lo que juntos podrán desarrollar lo que, a mi juicio, es el estatismo inteligente, conformado por una ecuánime ponderación de las fallas de mercado y Estado en la gestión nacional y que es el argumento central para iniciar un plan de largo aliento, que involucra varios gobiernos. La transición a un estatismo inteligente se basa en cuatro pilares, que es necesario visibilizar y difundir.


Al cumplir los primeros cuatro meses de Gobierno, resulta oportuno revisar el estado de  los cambios estructurales que se ofrecieron en campaña, y por los cuales llegó a la Presidencia Gabriel Boric. Este ejercicio no puede soslayar que, a pesar de haber prometido un Gobierno colectivo –a mi juicio–, hoy el desempeño se consolida por un sello característico propio del Presidente, que es multidimensional, pero se concretiza en el área económica, el cual se puede denominar Boricnomics. Elemento esencial para que ella siga un curso institucional y fluido, con el cual se  evite un caudillismo extemporáneo, es que el próximo 4 de septiembre los votantes decidan por la alternativa que nos permitirá  adaptarnos mejor al complejo futuro, en lo industrial, social, político, económico y ambiental.

Lo interesante de ello es que, cada vez que el país enfrenta cambios a la Constitución, la decisión se divide entre las fuerzas conservadoras proclives al statu quo y las fuerzas progresistas que apuestan por un futuro idealizado sobre el bienestar y la libertad. La urgencia de contar con nuevas herramientas y posibilidades de desarrollo, bajo una nueva Constitución, se aproximan a la persecución de un estatismo inteligente, el cual nos conduzca, el resto del siglo, a mejorar el bienestar de las personas, en equilibrio con el medioambiente y sin hipotecar la capacidad de crecer en forma multidimensional, incluido, por cierto, el bienestar de las futuras generaciones.

Al revisar la gestión gubernamental y sin minimizar los problemas de instalación e inexperiencia, el Gobierno de Boric ha dado pasos concretos en lo que prometió para resolver las sentidas demandas de la ciudadanía. Por ejemplo, una nueva reforma tributaria que redistribuya la riqueza y financie derechos sociales, un plan de seguridad que reduzca la delincuencia con urgencia y retorne la tranquilidad de millones de ciudadanas y ciudadanos que sufren día a día este flagelo, un plan de inmigración que regule el ingreso y permita una vida digna de nuevas generaciones de extranjeros que decidan cooperar con el crecimiento de Chile, un plan de emergencia habitacional, la priorización del tema socioambiental, sobre el énfasis productivo en zonas de sacrificio.

Estas medidas avanzan sin populismos ni frases grandilocuentes, y con un pragmatismo destacable de quienes  entienden que la política es dinámica, tanto como los innumerables problemas de la sociedad. Para esto, basta revisar la sucesión de decretos que establecen un Estado de Excepción Constitucional para disminuir la violencia que se asocia al complejo tema de las reivindicaciones territoriales mapuches, donde también se debe considerar el comportamiento cartelizado de algunos agentes de la industria forestal. En retrospectiva, parecería extraño ver o escuchar al Boric de hace unos años apoyando en la calle o en el Parlamento un decreto así. Algunos lo acusan de “volteretas”, creo que más se ajusta a lo que J.M. Keynes decía sobre la realidad: “Cuando los hechos cambian, yo cambio de opinión. ¿Usted no?”.

Así, en resumen, el Gobierno de Boric busca cumplir con las enormes expectativas generadas por el triunfo electoral y empieza a reducir los miedos de un gobierno caótico, aunque deberá lidiar con una complicada realidad nacional en las áreas sensibles (social, económica y ambiental) y que aún puede ser amenazada por los periódicos desastres naturales que azotan al Chile.

Para gobernar, Boric diseñó un primer gabinete, compuesto por una mezcla de políticos jóvenes y otros pocos con experiencia, el cual avanza en forma dispar en gestión y percepción ciudadana. Este gabinete tiene el desafío de materializar las promesas de campaña y responder a las demandas del estallido social, que tienen una respuesta de contención con las expectativas de nueva Constitución. Esto permitiría superar a la Constitución de la dictadura y que fue parcialmente ajustada en el Gobierno del Presidente Lagos, en un contexto político de una siempre esquiva mayoría reformista.

El gabinete es, en definitiva, el músculo para materializar con urgencia un estatismo inteligente, el cual se jugará en los próximos dos años su opción de trasformar el futuro. Así, la intención de caracterizar la estrategia política y económica del Gobierno de Gabriel Boric, en torno a la economía, podrá  alinear al progresismo en un solo objetivo claro y universalmente compartido. Este objetivo es finalmente hacer que Chile avance a un futuro de prosperidad justa, donde el pilar fundamental será el ministro de Hacienda.

La Boricnomics recuerda a Shinzo Abe, quien fue asesinado recientemente, privando al mundo de uno de los políticos más hábiles de los últimos tiempos. La estrategia económica que impulsó el malogrado ex primer ministro japonés se caracterizó por la flexibilización monetaria, inversión público-privada y reformas estructurales, que lograron inicialmente un despegue de la estancada economía japonesa, aunque ella aún no ha logrado capitalizar todo su potencial. Es por ello que el Gobierno de Boric debe observar esta experiencia y capturar sus mejores resultados, como también su nombre.

Para materializar la estrategia, la dupla fundamental de Gobierno debe unir al joven Presidente y al flemático ministro de Hacienda en la consumación de la disciplina más controvertida de los tiempos modernos: la economía política. La razón es evidente, el ministro no es político y el Presidente no es economista, por lo que juntos podrán desarrollar lo que –a mi juicio– es el estatismo inteligente, conformado por una ecuánime ponderación de las fallas de mercado y Estado en la gestión nacional y que es el argumento central para iniciar un plan de largo aliento, que involucra varios gobiernos. La transición a un estatismo inteligente se basa en cuatro pilares, que es necesario visibilizar y difundir.

El primer pilar debe ser la neutralidad fiscal. La mayor virtud del Estado es que debe ayudar al buen vivir, sin perturbar ni dejar que otros (antisociales y delincuentes) afecten sus libertades  individuales, culturas colectivas, ni sus dotaciones, actuando con un rol cuidador, regulador y potencializador de las iniciativas de la sociedad, que busquen desarrollar los ámbitos mejoradores del bienestar social generalizado (con equidad distributiva como restricción en las ecuaciones que deberán conducir el modelo político económico). Esto no es una consigna, sino que es la orientación que debe tomar el Estado, con la reducción escalonada del rol subsidiario, paternalista y de laxitud social, cuidando los alcances de la operación de mercado en la conducción del país. Esto mandata al Estado a formular una política de neutralidad ante los distintos tipos de  agentes privados (que se diferencian por tamaño y sector) y, en especial, desincentivadora de aquellos ineficientes.

Lo anterior significa que las usuales preferencias no pueden continuar, el Estado debe ser un crisol para aquellas y aquellos abocados a incorporar innovación, mejorar productividad y aumentar la creatividad en las industrias, los mercados y la economía. La idea no es original, los orígenes están en “el buen salvaje” y en el “velo del ignorancia”, los cuales pueden ser reformulados para propiciar que cada individuo reciba y otorgue en la sociedad, en mérito a sus capacidades y dotaciones, oportunidades de contribuir a ella, con una justa retribución, en cada una de las dimensiones en las cuales participa en el proyecto colectivo de país.

El segundo pilar debe ser la transformación a un Estado digital. La enorme y variada asimetría de información presente en la economía y en la operación del mercado, permiten múltiples arbitrajes e ineficiencias asignativas, que normalmente favorecen la inequidad distributiva. Esto es una pesada herencia que deja la versión extrema de libre mercado que adoptó Chile en la dictadura y que se mantuvo relativamente intacta durante los gobiernos democráticos que enfocaron a una deliberada, sistemática y efectiva reducción de la capacidad del Estado por  conocer e intervenir en la planificación social, en las relaciones laborales del empleador y sus trabajadores y de las transacciones del propio mercado.

Esta decisión, que consiste en la ausencia relativa de control estatal impuesta por el tipo de modelo neoliberal chileno, constituye la fortaleza por la cual los agentes económicos de mayor poder han concentrado las actividades productivas y comerciales, sin permitir un contrapeso real, avalado en gran parte en la ignorancia que tiene el Estado del quehacer privado. Sin embargo, hoy la tecnología digital y los medios informáticos permitirán al Estado fortalecer su rol en las dimensiones de regulador, supervisión, fomento a la producción, seguridad ciudadana, provisión de derechos esenciales, tributario y recaudatorio.

Para ello es necesario materializar una estrategia digital integral, que incorpore en el Estado la potencialidad de la ciencia de datos y el control digital, con los cuales se podrá mejorar la gestión pública. Además, se debería avanzar en una batería inicial de medidas que desencadenen la transformación en distintos  ámbitos: identidad digital, un sistema digital de pago universal, escuela digital, salud digital, apoyo digital a la agricultura, capacitación laboral digital, servicios públicos digitales y la decisión de implantar definitivamente el teletrabajo tanto en el sector público como en el privado, tal como se evidenció en pandemia.

La transición ecológica es el tercer pilar de la Boricnomics. La transición ecológica debe ser entendida como el  proceso gradual de cambio del sistema económico, desde considerarlo aislado respecto al medioambiente a uno abierto, donde existen flujos reales de energía, recursos y residuos, que afectan a múltiples comunidades de seres vivos, incluyendo a los humanos. Este cambio de paradigma tendrá importantes consecuencias sobre cómo el Estado deberá actuar con las empresas e individuos, que normalmente maximizan beneficios y utilidad, respectivamente. 

Las consecuencias de perseguir objetivos de corto plazo, la búsqueda del crecimiento económico (sin considerar su desarrollo) y la maximización del valor de mercado de las empresas, han afectado el fundamento del sistema económico que es la inversión (y  su complicada cadena), al llegar a provocar un elevado nivel de incertidumbre climática, que afecta a todos los ámbitos del quehacer nacional. La única seguridad que existe hoy es que la variación del clima seguirá aumentando, junto con la temperatura promedio del planeta, provocando desbalance y pérdida de la certidumbre del comportamiento de los sistemas naturales. Esos mismos sistemas que fueron capaces de absorber los residuos de la actividad antrópica, por casi 250 años de combustión masiva de fósiles y liberación de CO2 iniciado con la Revolución Industrial. Aunque la pregunta que se hace respecto a si los cambios hacia una economía verde y pequeña como la chilena importan en el agregado mundial, tiene una primera respuesta desalentadora. No, es un efecto marginal.

Sin embargo, el efecto reputacional de ser líder en el proceso de reconversión es, sin lugar a dudas, un catalizador para que las potencias decidan lentamente adoptar los compromisos que podrán revertir el colapso ecológico del planeta, donde Chile y el Presidente Boric tienen la posibilidad de tomar un liderazgo real a nivel mundial, por las ventajas energéticas, geográficas y territoriales, entre ellas: el desierto de Atacama, las aguas marítimas jurisdiccionales, el potencial de agricultura ecosustentable y las maravillas naturales de la Macrozona Sur, que permite apostar por potenciar decididamente al turismo sustentable en ella y como destino mundial.

El cuarto pilar es una política industrial formulada con inducción hacia atrás. La planificación, diseño y adopción de un nuevo modelo industrial es una aspiración que normalmente se utiliza en campaña, pero llegado el momento de gobernar se diluye en la realidad que impone un sistema privado de producción. Es decir, a las preguntas básicas de la economía –¿qué producir?, ¿cuánto producir?, ¿cómo producir?, ¿para quién producir?–, casi exclusivamente, las responde en Chile el sector privado. Esto es coherente con un sistema económico descentralizado. Dado que cada empresa respondería mejor estas preguntas, en el pasado se propuso que cada empresa es como una isla de planificación central (R. Coase), reduciendo con ello la justificación de la intervención del Estado en el desarrollo de la economía.

En parte existe evidencia sobre la falla del Estado para liderar la economía cuando es burocrático, lento, ignorante y capturado por grupos de interés. Compuesto, además, por empleados públicos sin las competencias requeridas en el mundo productivo. Por esta razón, la alternativa de futuro es impedir que las fallas del mercado (miope) y el Estado (incapaz) gobiernen la política industrial. Para ello, se debe disponer de los cambios constitucionales que permitan al nuevo Estado (inteligente) participar directamente en sectores productivos olvidados por el mundo privado, regular contingentemente las industrias monopólicas y transformarse en un apoyo para que las empresas mejoren su productividad, competitividad e innovación en forma sustentable.

Lo anterior es factible haciendo inducción hacia atrás desde un punto de equilibrio deseado del futuro, obtenido por el juego entre el  Estado, las personas y las empresas. Este punto de equilibrio se debe caracterizar por las aspiraciones colectivas consensuadas referidas a bajas emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), mejor distribución de la riqueza, menor asimetría de información entre el Estado, las empresas y los consumidores, más y mejores servicios públicos para las ciudadanas y ciudadanos y un entorno tributario claro, justo y que no cambie con cada Gobierno y su ideología (aumentos por la izquierda, disminuciones por la derecha). Una política industrial inteligente cubre todos los sectores productivos y de servicios con los cuales se podrá retomar la senda del desarrollo económico y contribuir a un nuevo Estado social de derecho (y obligaciones).

En un ambiente hostil desde lo político, expectante en lo social e incierto desde lo internacional y climático, la Boricnomics debe compensar adecuadamente las expectativas económicas y la economía del mundo real, en la cual el mercado sea parte de un modelo de estatismo inteligente. Con ello, se podrá conducir a Chile por un corredor que vaya aumentando gradualmente el bienestar común, cuidando al medioambiente con intercambios energéticos inteligentes. De esta forma se podrá nivelar la cancha, mediante los cuatro pilares, con mayor prosperidad para la generación actual y potenciador del bienestar de las próximas generaciones.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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