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Caterine Galaz: “No es necesario que tengamos niños y niñas migrantes dentro de las escuelas para trabajar el racismo o la xenofobia” MUNDO

Caterine Galaz: “No es necesario que tengamos niños y niñas migrantes dentro de las escuelas para trabajar el racismo o la xenofobia”

Luis Felipe de la Vega
Por : Luis Felipe de la Vega Investigador educativo.
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Doctora en Ciencias de la Educación, académica de la Universidad de Chile e integrante del GT de CLACSO Migraciones Sur-Sur, hoy se desempeña en la Dirección de Estudios de la Fundación PRODEMU. Investigadora sobre diversidad, sexualidad, género, migraciones y políticas públicas, en esta entrevista analiza la relación entre educación y migración. Sobre la situación de la niñez migrante señala: «No se puede solo explicar por la vulneración de derechos como niñez, sino que también la xenofobia, el racismo, el clasismo, etcétera, que provoca que ellos y ellas sean vulnerabilizados de forma diferente a las personas chilenas de la misma edad». Y agrega que, ante el bullying, «no estoy diciendo en todas las escuelas, sino que en algunas, se dice ‘esto es típico de niño’, se le resta importancia a las conductas de acoso».


La migración es un fenómeno de relevancia y repercusión mundial que despierta diferentes pasiones y no deja indiferente a nadie. Niños y niñas llegan a un nuevo país debido a procesos de movilidad de sus familias y deben participar de instituciones y culturas escolares que no conocen, así como enfrentarse a diferentes desafíos, entre ellos, el trato discriminatorio de la sociedad.

Conversamos sobre esta temática con Caterine Galaz. Doctora en Ciencias de la Educación, académica de la Universidad de Chile e integrante del GT de CLACSO Migraciones Sur-Sur, hoy se desempeña en la Dirección de Estudios de la Fundación PRODEMU.

-En sus trabajos de investigación sobre personas migrantes usted utiliza el concepto de “polivictimización”. ¿En qué consiste?
-Este concepto se utiliza en temas de vulneración de derechos de la niñez en general. En nuestro trabajo con la académica Iskra Pavez lo utilizamos porque vemos que, sobre los cuerpos de la niñez migrante, operan una serie de desigualdades y vulneraciones. La “bajada” que tienen las discriminaciones hacia ellos tienen especificidades y se cruzan entre sí, es decir, sufren diferentes y variadas formas de vulneración de derechos por diferentes temas, no solamente por ser niños o niñas, sino también por ser personas extranjeros o de cierta nacionalidad, por haber sido racializados, por estar en una determinada situación socioeconómica, etc. Hay una serie de factores que inciden en que sean mayormente vulnerabilizados y la expresión de esa vulnerabilidad es múltiple, puede ser violencias sexuales, simbólicas, físicas, psicológica, bullying cibernético, etc. Por eso se llama polivictimización, porque en el fondo hay una serie de factores que se combinan, supeditados por estas macroestructuras, que afectan en cómo se entiende al otro o la otra.

-Ustedes utilizan también el concepto de interseccionalidad.
-El concepto de interseccionalidad no nace de las ciencias sociales, sino que viene de las luchas sociales feministas y lo que intenta mostrar es cómo se confabulan entre comillas las diferentes desigualdades entre sí. Es decir, no hay una sola desigualdad operando, por ejemplo, la económica –que es la que más solemos ver–, sino que se articulan muchas veces la desigualdad de género, la adultocéntrica, la desigualdad por procedencia nacional, etcétera. Lo importante es ver que muchas veces hay sujetos ubicados en esas intersecciones, quienes están siendo invisibilizados al no ser cubiertos por ninguna política de apoyo, porque están en una conjunción en que no se puede explicar solamente su vulneración a partir de un único factor. Por ejemplo, la situación de la niñez migrante no se puede solo explicar por la vulneración de derechos como niñez, sino que también la xenofobia, el racismo, el clasismo, etcétera, que provoca que ellos y ellas sean vulnerabilizados de forma diferente a las personas chilenas de la misma edad.

-¿Cómo afecta la polivictimización en la experiencia educativa de los y las estudiantes migrantes?
-Lo que hemos visto en las investigaciones que hemos hecho es que afecta en todo sentido, a nivel de aprendizaje, a nivel de trayectoria académica o a nivel de salud mental. Por ejemplo, en oportunidades sus familias los cambian de colegio para protegerlos, precisamente para evitar estas presiones. Hay algunos colegios que son más abiertos hacia la migración, pero puede ocurrir que se generen ciertos guetos, porque en el fondo son las únicas escuelas que los y las reciben. Tienen proyectos educativos más interculturales, lo cual favorece, que está bien, por un lado, pero está el riesgo siempre de que termine siendo un gueto de población migrante y que las personas chilenas se vayan de esos colegios. También, el hecho de que no haya planes de intervención en algunas escuelas contra el bullying xenófobo hace que la niñez busque protegerse, por ejemplo, entre los pares de la misma nacionalidad.

Lo que vimos también en algunas escuelas es que hay una cierta normalización del trato discriminatorio, por parte de la adultez, tanto de directivos como algunos docentes. No estoy diciendo en todas las escuelas, sino que en algunas, en que se dice “esto es típico de niño”, se le resta importancia a las conductas de acoso. Hay una normalización de ciertas prácticas como “no importantes”, y por lo tanto, no hay intervención. Los planes de convivencia suelen ser muy generales, que al final no cubren nada, no cubre ni la LGTBfobia, ni tampoco la xenofobia interna. En la mayoría de las escuelas la interculturalidad es vista como una especie de folklorización, como solamente realizar algunas fiestas, algún acto –aunque eso ya es un avance–. Sin embargo, hay que ir más allá, desarrollando proyectos educativos que sean interculturales, en que, solo por dar un ejemplo, si en las matemáticas llegan de otra manera a un resultado eso no se invalide o que en otras asignaturas, como lenguaje, leamos a autores latinoamericanos, etc.

-Las últimas décadas han mostrado avances en esta materia, desde las políticas educativas. ¿Cuáles son a su juicio las principales deudas?
-Creo que una de las cosas importantes es el paso desde la secundaria al nivel terciario. Hay gente que queda estancada, porque, si bien las personas pueden acceder a la educación secundaria estando en una situación irregular, luego hay un problema para entrar a la universidad o terciaria. Ahí hay un tema que no se ha resuelto normativamente y está siendo importante porque llevamos más de 20 años con una mayor intensidad en la llegada de población migrante. En las escuelas falta que pasemos a verdaderos planes interculturales, entendiendo que la gente se va a quedar, que van a ser nuestras vecinas, que van a estar en nuestro colegio y que tenemos que hacer proyectos más integrados, que impliquen reconocimiento, validación de esas personas, de sus culturas, de sus países. Tenemos que combatir el nacionalismo excesivo que hay en Chile en todo sentido y la escuela en eso es un agente importante. Entonces, hay que ver de qué manera deconstruimos eso, cómo podemos, por ejemplo, establecer programas de contenidos que sean mucho más latinoamericanos. Tenemos programas muy occidentalizados, a los que falta el reconocimiento de otras culturas, qué decir con los pueblos indígenas.

Tanto los proyectos educativos como los planes de convivencia debieran tener unos mínimos comunes, que apunten al reconocimiento de la diversidad social, que está en todos los territorios: ahora encontramos gente extranjera también en Aysén, en Punta Arenas, en Putre… Se requieren planes educativos que sean más acordes a la diversidad local. Los planes de convivencia no pueden invisibilizar situaciones, ni ser solo reactivos frente a determinadas situaciones. Por ejemplo, yo también trabajo temas de sexualidad y la gente reacciona a cuando hay una persona que se declara trans, pero ¿por qué no hacerlo antes?, ¿por qué, en vez de reaccionar, mejor planificar y hacer un trabajo más de proyección y de formación previa? Lo mismo con el tema de la xenofobia, no es necesario que tengamos niños y niñas migrantes dentro de la escuela para trabajar el racismo o la xenofobia. Se necesita que los planes de convivencia sean más concretos, que ataquen el bullying de cualquier tipo y que sean más formativos.

-¿Cómo se ha dado la relación al interior de las escuelas entre estudiantes chilenos y migrantes?
-Sobre las relaciones en la escuela no se puede generalizar, depende mucho de los proyectos educativos. La mayoría de las personas migrantes están en la educación pública, donde sabemos ha habido y aún existen problemas de financiamiento y recursos. Y eso implica que los espacios físicos a veces sean más degradados, que los docentes sean más mal pagados. Hay una serie de factores estructurales que hacen que sean las escuelas que viven diferentes tensiones, debido a que los recursos se tienen que distribuir considerando diferentes necesidades. A esta situación estructural hay que agregar que no en todas las escuelas hay proyectos educativos que hayan logrado generar propuestas interculturales de buenas relaciones entre padres, madres, docentes y estudiantes.

Hemos encontrado casos de escuelas que promueven que directamente no lleguen personas migrantes. Les dicen “vaya mejor a la escuela de allá, que hay un proyecto mejor para ustedes” y las derivan, para evitar “tener el problema”. La lógica es que, si incluyo otra población va a ser más problemas, sobre todo si llegan hijos de personas en situación de irregular. Preexiste esa idea de que la migración es un problema y no un aporte. En segundo lugar, hay muchos prejuicios con ciertas nacionalidades, no solo de apoderados hacia ciertos estudiantes, sino que también dentro del profesorado, en que hemos encontrado mucha invisibilización del bullying xenófobo, del racismo interno o incluso conductas –no mayoritarias– que pueden ser xenófobas o racistas. Algunos estudiantes nos dicen “a mí me tratan diferente que a otra persona”, “a mí me deja fuera”, “a mí me llama la atención más veces”. Pese a ello, hay muchos docentes que le están poniendo muchas ganas, sin ningún tipo de experiencia y con mucho autoaprendizaje y que intervienen en base al sentido común y en pos de los derechos de todas las personas.

Los niños y las niñas buscan una salida a este tipo de situaciones que viven. Entonces, se agrupan y defienden entre pares. Yo lo que veo es que dentro de la escuela falta mucha intervención en ciertas situaciones, porque se actúa solo cuando los casos llegan al límite.

En relación al tema del racismo con la población haitiana, más que por el lenguaje –que a veces sirve como una excusa–, lo que veíamos con algunas niñas haitianas que nos contaban que habían sido muy sexualizadas en sus cuerpos, así también algunas dominicanas y colombianas. Eso se expresaba en tocaciones, bullying psicológico, malas palabras hacia ellas, mucho “ándate a tu país” o expresiones de denostación por el color de piel. El color de piel y la sexualidad es la vía para hacer bullying. Eso pasa mucho y no solo entre estudiantes, también ocurre fuera, por ejemplo, cuando salen del colegio en la calle, con adultos que les dicen cosas en las calles. Las niñas y los niños haitianos, dominicanos y colombianos denuncian harto racismo.

Dentro de este escenario, las personas colombianas, venezolanas y dominicanas han aprendido a reaccionar. Sin embargo, las haitianas tienen una forma de reacción que consiste más en tener bajo perfil, tratar de evitar el problema. La forma de entender la figura del profesor también es diferente para ellos y ellas, pues consideran que el profesor o la profesora es una autoridad. Incluso más que los padres y madres, o sea, lo que diga el profesor, es más ley que lo que digan ellos. Todo va a depender del docente que te toque: si es bueno y proactivo, va a ser un factor protector, pero si no, puede que el profesor piense cosas como “no pasa nada” o “esto es típico de niños”, eso invisibiliza y genera que las niñas y los niños se retraigan mucho más.

Ahora, tampoco generalizaría, también hay estudiantes, profesores y directivos que están empeñados en generar un cambio. Lo que pasa es que no hay una “bajada”, aquí es como todo autoproducido, es decir, el profesor que tiene la sensibilidad lo hace o el directivo que tiene el interés genera un cambio interno en la escuela. Pero no hay una cuestión transversal, es todo muy variado. Entonces, yo lo que creo que falta son unos mínimos que todas las escuelas deberían tener, sean privadas, públicas, religiosas o no religiosas. Luego viene el Proyecto Educativo, pero incluso antes de ello, los mínimos no están muy claros o son muy básicos; no hay en temas de xenofobia, de LGTBI fobia, depende de cada proyecto educativo, de la sensibilidad interna, depende de los docentes que haya, si las niñeces son más activas. Hay que decir que ahora hay más conciencia de los derechos también, por lo que a veces estudiantes son los que se mueven en algunos colegios. Los padres y las madres también son más activos, hemos visto en los últimos 10 años cómo madres y padres de otros países están en las directivas, en los centros de padres y las madres, etcétera. Entonces creo que eso ayuda a mover la frontera, pero como política pública estamos muy al debe.

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