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Cacao, chocolate y crisis climática Opinión

Cacao, chocolate y crisis climática

Mark Gerrits
Por : Mark Gerrits Chocolate maker.
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“Las campanas de alarma son ensordecedoras y la evidencia es irrefutable: las emisiones de gases de efecto invernadero por la quema de combustibles fósiles y la deforestación están asfixiando nuestro planeta y poniendo a miles de millones de personas en riesgo inmediato”.

Estas palabras corresponden a la declaración de António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, ante el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), dado a conocer estos días.

Y es que la crisis climática y ambiental nos golpea la puerta todos los días, aunque muchas veces no queramos verlo, y el planeta reclama acciones concretas y decididas para que la situación no empeore y, en el mejor de los casos, revertirla. Esas acciones nos involucran a todos: a cada persona e institución sobre la faz de la Tierra y ya no podemos rehuir de esa enorme responsabilidad.

Como personas, ciudadanos comunes y corrientes, debemos ser conscientes de nuestras decisiones de consumo porque tras ellas radican las causas de la crisis climática-ambiental; como empresas, debemos ser capaces de encontrar la forma de ofrecer productos o servicios alineados con los principios de sustentabilidad ambiental y social, porque esa es la única forma ética de pararse en el mundo en pleno siglo XXI.

En Óbolo hemos asumido esa responsabilidad desde el inicio, porque la elaboración de chocolate también tiene una huella importante sobre el medio ambiente; una huella que puede ser positiva o negativa dependiendo de las decisiones que se tomen, empezando por definir el origen del cacao con que se trabajará. ¿Dónde se cultiva? ¿Cuántos kilómetros recorre antes de transformarse en chocolate? ¿qué métodos de cultivo utiliza? ¿Quiénes lo cultivan? Las respuestas a esas preguntas no sólo determinan la huella ambiental del producto final, sino también reflejan la convicción de querer hacer las cosas de la única forma que el mundo puede tolerar: ambiental y socialmente sustentable.

Es muy distinto consumir chocolate elaborado con cacao africano -que, en efecto, probablemente es el chocolate que has estado consumiendo toda tu vida-, que uno hecho con cacao proveniente de la Amazonía, de donde es nativo. Veamos por qué…

Actualmente el 70% del cacao mundial se produce en los países tropicales del continente africano, donde fue introducido a principios del siglo XIX. Desde entonces se ha convertido en una de sus actividades agrícolas más importantes, debiendo -para ello- talar la selva originaria para liberar terrenos para el cultivo de cacao.

En el caso de Costa de Marfil, por ejemplo, la cubierta forestal originaria del país ha pasado de 12 millones de hectáreas de bosque en 1960 a menos de 3 millones en 2020, lo que supone que solo existe alrededor del 10 % del bosque original. Y se prevé que desaparecerá totalmente si no se toman medidas urgentes.

De todo el territorio marfileño, solo un 4% está cubierto por selva tropical, y en 13 de las 23 zonas protegidas del país la población de primates ha desaparecido por completo, mientras que los elefantes están en peligro de extinción tras la desaparición de su hábitat. Y la situación se repite de forma bastante similar en otros países del continente africano.

El crecimiento de los monocultivos de cacao en África ha implicado la pérdida de masa forestal y biodiversidad lo que, a su vez, se traduce en la reducción de la capacidad de absorción de CO2 desde la atmósfera, y en el desequilibrio hídrico de los terrenos. Los monocultivos, en general, son todo lo opuesto a las Soluciones Basadas en la Naturaleza (SBN) que el mundo debe implementar de forma decidida para enfrentar la emergencia climática.

Por otro lado, el cacao producido en África debe viajar largas distancias hasta llegar a Europa donde mayoritariamente es procesado y transformado en el chocolate que luego llega a países como Chile listo para su consumo, o en forma de cobertura que luego simplemente se derrite y mezcla con otros ingredientes para hacer el producto final. Podrán imaginar la huella de carbono que se esconde detrás de los empaques llamativos de un chocolate que ha tenido que viajar tanto.

¿Cuál es la alternativa, entonces? La otra cara de la moneda está dada por el cacao que crece naturalmente en la Amazonía, de donde es nativo, es decir, es parte de la biodiversidad primaria de la selva amazónica: ahí comparte la tierra, el agua y el aire en armonía con otras especies características de ese ecosistema.

En la Amazonía el cultivo de cacao suele hacerse en plantaciones que combinan varias especies nativas de la selva en los llamados sistemas de cultivo agroforestal. Éstos combinan especies frutales y forestales en un mismo lugar y tiempo, imitando las asociaciones de bosque natural primario del cual el cacao es parte.

Evidentemente ese entorno ambiental equilibrado es el idóneo para el desarrollo del cacao orgánico, a la vez que sirve de sustento a la biodiversidad local y ayuda a reducir la degradación de los bosques locales. Como es de suponer, los cultivos biodiversos como estos son, además, más resilientes al cambio climático.

Un ejemplo de ello es lo que ocurre en Pangoa, localidad ubicada en plena selva central peruana, donde la Cooperativa Agrícola que reúne a productores de cacao lleva varios años promoviendo la producción del cacao nativo fino de aroma en sistemas agroforestales y, en algunos casos, biodinámicos.

En Óbolo trabajamos con cacao nativo de Pangoa, no sólo porque es producido de forma respetuosa con el medio ambiente y con la comunidad, sino también porque su cercanía con Chile facilita y acorta su traslado, con la consecuente disminución de su huella de carbono. Como empresa B certificada, nos hemos comprometido a apoyar y promover la sustentabilidad social y ambiental en cada etapa de la elaboración de nuestro chocolate, porque asumimos la responsabilidad de nuestras decisiones y estamos conscientes de que también somos parte del cambio que el mundo necesita para reencausar su rumbo.

Es necesario, sin embargo, que los consumidores también hagan su parte: sabemos que, a nivel global, la demanda define las características de la oferta. Chile es el principal consumidor de chocolate de Latinoamérica, por lo tanto, nuestra decisión de compra respecto a este producto -y a todos los demás- puede tener efectos importantes frente a la crisis climática y ambiental global.

Considerando todo lo anterior, te invitamos a reflexionar sobre el origen del próximo chocolate que compres, y a ser parte de la solución que el planeta clama.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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