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Recuerdo: Cristián Bustos remata segundo en el Ironman de Hawai

Recuerdo: Cristián Bustos remata segundo en el Ironman de Hawai

El 12 de octubre de 1992 el triatleta chileno superó a 1.349 deportistas de su especialidad y se consolidó como subcampeón mundial, superado solamente por su enconado rival de esos años; el estadounidense Mark Allen.


Esta vez no había dejado absolutamente nada al azar: había viajado con suficiente anticipación, había conseguido -¡por fin!- una bicicleta adecuada, había entrenado duramente -y sin ninguna distracción- durante los últimos ochos días.

Se levantó a las cinco y media de la mañana. Y aunque estaba en Hawai, hizo lo que acostumbraba en casa: puso la tetera al fuego, preparó el cuáker, eligió las frutas, seleccionó los jugos. A las seis inició sus ejercicios de elongación y, a las siete, cuando estaba en el punto de partida, su cuerpo estaba lo suficientemente temperado para iniciar la prueba de natación.

Junto a él, con los mismos afanes e ilusiones, se apretujaban -y empujaban- los 1.350 triatletas que habían superado las vallas eliminatorias para competir en la prueba más dura que se conoce: el Ironman. Y no había transcurrido un minuto de la prueba cuando pensó que sus proyectos de llegar entre los diez primeros se derrumbaban: en el mismo momento en que esa multitud se lanzaba al agua, otro competidor que pechaba por avanzar le dio un puñetazo.

Le afloró el carácter a Cristián Bustos. Después de tanto sudor derramado, no iba a dejar inconclusa su participación por un ardor en el ojo.

Cincuenta y dos minutos y 35 segundos después había recorrido los 3.800 metros que exigía la natación. Estaba cinco minutos más atrás del puntero. Pero, mientras se secaba, se enfundaba la polera blanca, se ajustaba el casco protector y se montaba a la bicicleta que había adquirido en dos millones y medio de pesos, estaba seguro de que de ahí en adelante todo marcharía mejor.

Fueron 15 mil los atletas que se inscribieron en 1992 para el Ironman. El cedazo dejó en competencia a la décima parte. Y de ésos, había uno que parecía invencible: el estadounidense Mark Allen, vencedor de las tres versiones anteriores. Y se indicaba al estadounidense Scott Tinley y al australiano Greg Welch como los únicos capaces de destronarlo.

Bustos, sin embargo, se tenía fe. En Pucón, en enero, le había ganado al gringo. Y había andado cerca de él en las competiciones internacionales durante toda la temporada. Había terminado quinto en Tahiti, duodécimo en Menphis, cuarto en el Ironman de Japón, primero en Louisiana, tercero en Batton Rouge, trigésimo noveno -con muchos inconvenientes- en el Mundial de Canadá.

Cuatro triatletas -los favoritos y el alemán Wolfgang Dittrich- lo superaban cuando comenzó su pedaleo. El ciclismo era su prueba más débil, y los 180 kilómetros de recorrido se le antojaban eternos. Pero confiaba en sus piernas y en su bicicleta.

Recorridos sesenta kilómetros, el puntero era el alemán Jurgen Zack. Y a cien metros lo amagaban -en ese orden- Bustos, Allen, Dittrich, el finalandés Pauli Kiuri y Welch.

El chileno había estudiado bien el trazado y sabía que venían 22 kilómetros muy duros, de continua subida. Tensó los músculos, fijó la vista en la rueda con la cabeza casi apoyada en el manubrio y pedaleó sin pensar en nada más que en la victoria.

En ese esfuerzo gastó 4 horas 34 minutos y 16 segundos, tiempo suficiente para llegar entre los primeros a la prueba de trote, de extenuantes 42,195 kilómetros.

Se preocuparon los rivales: los antecedentes señalaban que éste era el punto fuerte de Bustos. Y así se confirmó cuando, en un momento de la carrera, Bustos quedó solitario al frente, con casi tres minutos de ventaja sobre Mark Allen.

En el kilómetro 25, el campeón mundial demostró toda su potencia. Le dio alcance al chileno. Durante varios minutos estuvieron codo a codo. Después se alejó. Pero nadie más se acercó a Bustos.

Allen llegó a la meta estableciendo una nueva marca mundial: 8 horas, 9 minutos y 8 segundos, casi media hora menos que en su registro anterior. Y detrás de él quedó Cristián Bustos, agotado y feliz:

“La gente me aplaudía y me desmoroné. Era algo increíble, y en un momento pensé que estaba soñando. Sentía un cansancio dulce y algo de sed. Eso era todo. Bebí un vaso de agua, miré al cielo y, aunque quise contenerme, me puse a llorar”.

Segundo en el mundo. Lo que tanto había soñado cuando se entrenaba solo, y sin medios, en los parajes solitarios de su parcela en Peñalolén.

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