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Los rusos cifran en Dmitri Medvédev sus esperanzas de una vida mejor

«Ya estamos tan hartos de revoluciones, de la caída del nivel de vida, queremos un respiro», subrayó Medvédev ante sus electores y recalcó la importancia de la continuidad de las políticas y de mantener la estabilidad en el país.


En un país donde se ha impuesto el capitalismo salvaje y a pesar de que la riqueza se concentra en manos de unos pocos, muchos ven en la apuesta oficialista a la Presidencia de Rusia, Dmitri Medvédev, al «candidato de la esperanza».



Según un sondeo del Centro Levada, uno de cada dos rusos cree que su vida mejorará después de las elecciones presidenciales del 2 de marzo, frente a un 36 por ciento que opina lo contrario.



Lo cierto es que en Rusia el 14 por ciento de la población, 22 millones de personas, aún vive por debajo del umbral de la pobreza, por lo que el Gobierno prometió a finales de 2007 elevar el salario mínimo a partir de diciembre de 2008 hasta el nivel de subsistencia, estimado en 3.800 rublos (153 dólares).



A pesar de que la clase media en Rusia parece que comienza lentamente a ser una realidad, según revelan algunos estudios, la elevada inflación, que en 2007 alcanzó el 11,9 por ciento y que ha puesto los productos básicos por las nubes, obliga a la gran mayoría de los rusos a vivir al día.



No obstante, los anuncios que invitan a seguir un modo de vida consumista inundan las calles de las grandes ciudades y las tiendas de lujo ocupan los rincones más cotizados de los centros urbanos.



Los centros comerciales, que «se multiplican como setas» y están siempre abarrotados de compradores compulsivos y víctimas de la moda, reúnen en un mismo espacio todas las tiendas de moda europeas con las novedades de la última temporada y a precios siempre superiores que en sus países de origen.



Otros espacios comerciales son únicamente de mirar y no tocar, al alcance tan solo de una clientela muy exclusiva.



A pocos metros, una abuela vende manzanas, pepinillos, col, setas o cualquier fruta o verdura de cosecha propia en las escaleras del metro para ganarse unos rublos, ya que con su pensión, equivalente a aproximadamente un 20 por ciento del sueldo medio, se ve obligada a buscar alternativas a su precaria situación.



Mientras, el alcalde de Moscú habla de bonanza económica y pide al fabricante alemán de coches deportivos Porsche que venda más automóviles en Rusia para dar respuesta a la «alta demanda» de estos vehículos.



Según la revista «Finans», los multimillonarios en Moscú hace tiempo que superan en número a los de Nueva York y la mayoría de rusos con fortunas superiores a los mil millones de dólares tienen registradas en la capital rusa sus empresas.



No es de extrañar entonces, cada dos por tres, ver limusinas circulando por las calles de las grandes ciudades.



Sin embargo, si uno echa una mirada al interior del coche, quizás se sorprenda al ver a una pareja media de recién casados que ha puesto todo su empeño en que en el día más feliz de su vida no falte de nada, aunque mañana tengan que subirse de nuevo a un Lada.



Es «el quiero y no puedo» de una sociedad impaciente que vive inmersa en el capitalismo más feroz, sin haber tenido tiempo de procesar los cambios.



Es el país de los contrastes, donde los ingresos reales no se corresponden con el modo de vida soñado, donde la sociedad del bienestar no es por el momento más que un concepto y la apariencia, en consecuencia, lo es todo.



Así, siempre será mejor un coche de importación que un Lada, aunque luego su orgullo propietario haga de taxista pirata por las noches para costearse el mantenimiento de su vehículo, o un móvil de última generación, pese a que en casa la ropa se siga lavando a mano.



«Ya estamos tan hartos de revoluciones, de la caída del nivel de vida, queremos un respiro», subrayó este miércoles Medvédev ante sus electores y recalcó la importancia de la continuidad de las políticas y de mantener la estabilidad en el país.



Medvédev indicó que Rusia necesita de «decenios de desarrollo sostenible» y, a guisa de ejemplo, citó la historia de Europa, que -dijo- «tuvo un respiro de varios decenios después de la guerra».



EFE

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