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Del desmadre a la racionalidad

Hay suficientes antecedentes de que ya comenzó un viraje, el que sin embargo es insuficiente para cambiar la imagen mundial de EE.UU. Pero si Obama es elegido presidente, el poder suave norteamericano, es decir, la influencia respaldada por la admiración, se recuperaría en gran parte y de súbito.


La política internacional norteamericana ha sido dominada por dos escuelas desde comienzos del siglo XX: la realista, «no tenemos amigos sino intereses en un mundo caótico», y la idealista, «no descansaré mientras haya mal en el mundo» (presidente Wilson). En la práctica, ambas se han combinado, pero a veces, tanto la una como la otra, se han desaguisado. Un ejemplo brutal de ese desmadre ha sido la política de la administración Bush, dirigida por los neoconservadores, que son una de las partes de la tríada de la nueva derecha que fundaron Reagan y Thatcher.

Lo sorprendente es que, a partir de fines del 2006, después de la derrota republicana en las elecciones del Congreso, la política exterior de Washington, sin reconocimiento explícito alguno, tuvo un giro, aunque insuficiente para cambiar la imagen internacional de EE.UU.

La guerra mundial contra el terrorismo, después del atentado del 11 de septiembre de 2001, fue el marco de un gran error. Incluyó la denuncia de un eje perverso, Corea del Norte, Irak, Irán, que patrocinaría el terrorismo. Al invadir Irak se proclamó la doctrina Bush, la guerra anticipada (que distinguió de la preventiva), y cuyo fin, además de eliminar armas de destrucción masiva que nunca se encontraron, era  la democratización del mundo árabe. Las tropas de ocupación sustituyeron al Estado iraquí por el caos, practicaron la tortura y utilizaron con preferencia el arma aérea, con un contraproducente alto número de bajas civiles.

Desde entonces, EE.UU. tiene las dos más largas guerras de la historia, en Afganistán e Irak. Y ambas han demostrado el notable fracaso de la «revolución de asuntos militares», la tecnologización de los combates (armas inteligentes, aparatos voladores no tripulados, etc.), en conflictos asimétricos, en que el adversario es la guerrilla. Washington, además, se echó al mundo encima por el desprecio a los tratados, la institucionalidad internacional y el multilateralismo. A lo que se suma la expansión de la OTAN a países balcánicos y caucásicos, que son cristianos ortodoxos, y la primera instalación de defensas antimisiles en Europa en las proximidades de la frontera rusa. Y el reconocimiento de la independencia de Kosovo, a pesar de la protesta rusa y sin el acuerdo de la ONU, ni considerando que Moscú tuvo una contribución esencial para poner fin a las hostilidades en esa región.

Las consecuencias inmediatas de esas políticas han sido abrir la caja de Pandora shií en los países árabes, por primera vez en siglos, y justamente en la zona petrolera más rica del mundo (son mayoría en Irak y en la ribera arábiga del golfo Pérsico), y la promoción del reclutamiento de más jóvenes musulmanes a la posmoderna red de redes de Al Qaeda, con su proyecto muy premoderno del califato.

No obstante, para ser honestos, hay que reconocer que esas políticas tuvieron sus semillas durante la administración Clinton, con las llamadas ingerencias humanitarias, una de cuyas consecuencias más notorias fue dividir un país, Yugoslavia, en seis; uno de los cuales, Bosnia y Herzegovina, con una población de 4,5 millones, tiene cinco presidentes y parlamentos, y está sometida desde hace más de 10 años a una supervisión internacional que incluye tropas. Otro de esos países, Kosovo, no tiene reconocimiento internacional, su parte norte está en el limbo, y también tiene supervisión extranjera. Y una región con población serbia desde hace siglos en Croacia, Krayina, sufrió la más completa limpieza étnica.

A partir del 2006, después de la renuncia de Rumsfeld, el secretario de Defensa, y la cuasi desaparición del escenario público del vicepresidente Cheney, hubo un rápido pero subrepticio cambio de la política.

En Corea del Norte, con la participación además de EE.UU., de China, Corea del Sur, Japón y Rusia, se logró finalmente un acuerdo para evitar la proliferación nuclear. Pyonyang está desmantelando sus instalaciones que podrían tener fines militares, y fue eliminado de la lista de países que patrocinan el terrorismo por Washington, lo que permite a EE.UU. compensarlo. En Irak, EE.UU. se abrió hacia la minoría suní, la base de Sadam Husein, y negocia con el gobierno, de mayoría shií, el retiro de las tropas norteamericanas; y Bagdad llegó a un acuerdo con Beijing, antes que con las empresas occidentales, acerca de inversiones petroleras, una concreción de la ahora llamada ruta de las perlas, desde China al golfo Pérsico.

Además, Washington se allanó a sumarse a las negociaciones de la Unión Europea con Teherán, también para evitar la proliferación nuclear, en que participan indirectamente Rusia y China, e incluso trascendió que EE.UU. e Irán podrían establecer oficinas de representación en sus respectivas capitales después de las elecciones norteamericanas. Y ese diálogo ha sido propuesto por carta pública nada menos que por cinco ex secretarios de Estado, tres republicanos, James Baker,  Henry Kissinger y Colin Powell, y dos demócratas, Madeleine Albright y Warren Christopher. Aunque por supuesto, más de algún neoconservador, gritó ¡traición!

odo ello intensificó las negociaciones en el Oriente Próximo. Qatar hizo de buen componedor entre las facciones libanesas, Turquía logró intercambios entre Siria e Israel, y Egipto, entre este último y la Autoridad Palestina.

Las relaciones norteamericanas con China también han mejorado notablemente. Bush le hizo notar a Taiwán que cualquier movimiento hacia la independencia le haría perder el apoyo de los EE.UU. y, a pesar de la oposición de los grupos de presión pro tibetanos y pro taiwaneses de su propio partido, asistió a la inauguración de las olimpiadas en Beijing. El secretario del Tesoro (Hacienda) Paulson, en el número septiembre/octubre de Foreign Affairs publicó un artículo titulado «Un compromiso económico estratégico: fortaleciendo los vínculos entre EE.UU. y China», en que concluyó que, según su experiencia, la vía multilateral, y no la unilateral, es la mejor para resolver los problemas mundiales, y que el camino que China siga afectará la capacidad de EE.UU. para lograr sus metas políticas, económicas y de seguridad.

La administración Bush también ha presionado para dar más peso en las instituciones internacionales, como el Fondo Monetario, el Banco Mundial, el G8, a países como China, India y Brasil, lo que no se ha logrado por la fuerte oposición europea. Hoy, sin embargo, después de la explosión de los mercados financieros, es Europa la que propone negociar un nuevo Bretton Woods con la participación de esos países en desarrollo con el obvio beneplácito de Washington.

Por el lado demócrata, Albright ha dicho públicamente que las ingerencias humanitarias, que son miradas con recelos por los países en desarrollo y que dirigió durante la administración Clinton, «son imposibles en el clima de hoy».

Repito, este viraje es insuficiente para cambiar la imagen mundial de EE.UU. Sin embargo, si Obama es elegido presidente, el poder suave norteamericano, es decir, la influencia respaldada por la admiración, se recuperaría en gran parte y de súbito. Y los cambios de la administración Bush aliviarían la tarea del nuevo presidente, en especial dentro de su propio país, lo que le permitiría enfocarse en otros temas. Me permito citar tres, por orden de aparición, no de importancia.

A comienzos de este año, dos ex secretarios de Estado, Georges Shultz y Henry Kissinger, ambos republicanos, y uno de Defensa, William Perry, y el ex senador Sam Nunn -los dos demócratas-, propusieron un mundo libre de armas nucleares, a lo cual se han sumado otros 14 ex secretarios de Estado y de Defensa y consejeros de Seguridad Nacional de EE.UU., en una reunión en Oslo, Noruega. En otras palabras, sostienen que las potencias reconocidamente nucleares podrían colaborar a evitar la proliferación al comenzar a cumplir con el pilar de desarmamentismo de ese tratado.

Más recientemente, Henry Kissinger y George Shultz, publicaron un artículo bajo el título «Construyendo un interés común con Rusia», en que se refieren, con críticas, a la expansión de la OTAN, al despliegue en Europa Central de la defensa antimisiles, a  la independencia de Kosovo, etc. Y junto con apoyar los acuerdos negociados por el presidente Sarkozy para superar el conflicto con Georgia en el Cáucaso, proponen como hoja de ruta para esa construcción a los acuerdos de Sochi, entre los presidentes Bush y Putin, que incluyen, entre otros temas, la no proliferación nuclear, el cambio climático, Irán, la energía y las posibles vinculaciones entre los sistemas antimisiles defensivos. Cómo también tener presente las sensibilidades de Rusia.

El tercer tema, como es obvio, es la nueva arquitectura financiera internacional, que debe comenzar a explorarse de inmediato. Europa dio el primer paso en EE.UU. y dará el segundo esta semana en Asia. Y si bien corresponde que Bush la cite, debería haber de inmediato una reunión informal con el presidente electo de los EE.UU. y sus asesores económicos. Y si éste fuera Obama, como todo parece indicarlo, daríamos un salto con garrocha.

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