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Cura en palacio


¿Dónde se critica más al gobierno de Lagos? Obvio: en el Partido Socialista. No son pocos los que en esa tienda se han sentido heridos por las designaciones del gobierno. Los refunfuños se multiplican en Santiago, pero ya se han hecho evidentes en Concepción, Puerto Montt, Antofagasta. Desde esa perspectiva se podría decir que sí, que la descentralización Ä„va!



El Presidente ha privilegiado en primer lugar a los democratacristianos, generosamente representados, luego al PPD y finalmente a los socialistas (los radicales son cuento aparte). Por si esto fuera poco, en el PS además la cosa se evalúa en referencia a las diferentes tendencias internas, por lo que la posibilidad de dejar satisfecho al conjunto de la colectividad es simplemente nula.



Pero el asunto podría tener otra lectura: que Lagos, a pesar de su doble militancia, es más PPD que socialista. Adentrarnos en esa tesis podría ser una maldad.



La voluntad presidencial de designar a sus colaboradores sin someterse a la voluntad o presión de los partidos fue uno de los primeros signos de Ricardo Lagos. Fue bien acogida, mayoritariamente (y no sólo por el desprestigio de la clase política), pero implica un riesgo mayor: que las estacas estén bien afiladas cuando, al primer tropiezo, se le quiera cobrar la cuenta. El punto es si los partidos, y particularmente el PS, tienen a estas alturas el poder, la influencia y la estructura para pasar esa cuenta. Eso se duda.



La última designación del Presidente fue la del capellán de La Moneda. El elegido, el cura Percival Cowley, también podría alinearse como un nuevo obsequio para la DC.



Cowley se mueve bien entre varios prohombres democratacristianos, es un cura «político», tiene cara de ello, y, mal que mal, cumplió -entre otras- la delicada misión de «abuenar» a la familia del PDC cuando la colectividad se había trizado luego del escándalo del «Carmengate», la trampa o fraude del padrón electoral que favoreció a Patricio Aylwin contra Gabriel Valdés en la designación de quien sería finalmente el presidenciable de la Concertación I, recién reinstalada la democracia. El cura fue de visita a casa de ambos -o, al menos, de uno de ellos-, llevando el mensaje de la reconciliación partidaria. O sea, el tipo sabe de esas lides.



Los socialistas, en este caso, nada pueden alegar. Aunque en el PS crece la influencia de los católicos -obviamente a través de la virtual «toma» de la colectividad por parte de los ex militantes del Mapu-, costaría encontrar un sacerdote vinculado a la colectividad, aunque en asuntos de sotanas nada es imposible. Que en el PS se reconozca que cada día crece el lote de los «pechoños» es prueba suficiente. Que Cowley haya sido recomendado por el socialista José Miguel Insulza (ex Mapu-OC, por cierto), confirma la tesis.



Por cierto, el gobierno abrirá espacio en La Moneda a otros cultos, partiendo por los evangélicos, que podrán tener su pastor en el palacio. La medida, a pesar de haber causado disgusto en ciertos sectores de la Conferencia Episcopal, no puede ser criticada: sería impresentable.



Lo que nadie se pregunta es qué hace un capellán en La Moneda, si se le paga y a costa de quién, por qué existe. Son preguntas básicas que nadie se formula.



Claro, los zares tuvieron sus Rasputines; Estela Martínez, viuda de Perón, a López Rega, «El Brujo»; Eduardo Frei Ruiz-Tagle al cura Miguel Ortega, hermano de su cuñado Eugenio, casado (Eugenio) con su hermana Carmen. Lagos tendrá a Cowley.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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