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Aprender a andar


Nuestro país quedó lesionado luego de una dictadura tan prolongada. Diecisiete años es mucho tiempo para una «excepción» que nos vendó los ojos, nos tapó los oídos y nos fajó las piernas. Después de diez años de democracia protegida, de democracia en libertad bajo fianza, emergemos de esa convalecencia con grandes ínfulas, tal vez demasiadas, para lo que el esqueleto social chileno puede resistir. Compartimos la intención de esas ansias de libertad, entendemos la urgencia, el apuro por recuperar el tiempo perdido e insertarse en la modernidad. Para poder correr tenemos que reaprender a andar.

Nuestra propuesta para alcanzar esos objetivos sugiere que la columna vertebral del aprendizaje es la expresión libre. El fin de la censura es solo un requisito previo, es solamente el escenario vacío, o la cancha si usted quiere; la plenitud de la expresión necesita un director, un iluminador, buenos actores y un público receptivo. El montaje del teatro de la libertad no puede llevarse a cabo, lamentablemente, de un día para otro. Aunque hoy parezca horrible, los resabios del toque de queda, la censura, la autocensura, el miedo generalizado y otras lacras de la represión, aún hacen sentir sus efectos en nuestra sociedad. Al plantear temas como la pena de muerte, el aborto terapéutico o la aceptación de la homosexualidad, cuestiones que ya no son «tema» en los países que tanto admiramos, nos encontraremos ante una fuerte resistencia que surge desde sectores conservadores que manejan un gran poder comunicacional y convocatoria para frenar cualquier iniciativa de cambio respecto de las referidas cuestiones.

Si bien el resorte plebiscitario es la expresión más pura del ejercicio democrático, nos parece que el Presidente Lagos habría cometido un error al proponer este mecanismo para abordar la pena de muerte. Aunque es tentador provocar la reforma constitucional que permita consultas directas al soberano, para acceder a otros cambios muy apetecibles, sería imprudente entregar el tema del crimen y el castigo a una respuesta que surge de un electorado que no ha tenido la oportunidad de informarse ni enriquecerse de los frutos de un debate serio que destaque principios objetivos que puedan reducir la carga emocional que suscita el tema de la pena de muerte. ¿Era de primera prioridad legislar sobre la pena de muerte?

No nos parece aconsejable que el gobierno en que se cifran tantas esperanzas enfrente fracasos a consecuencia de ejercicios precipitados respecto de los cuales no hemos tenido la oportunidad para escribir un buen libreto, ni tiempo para los ensayos que desemboquen en una excelente presentación de la obra de la libertad, en cualquiera de sus expresiones. Que no se queme el Presidente, pero todos los que podamos hacerlo debemos encarar las llamas y combatir la censura de la única forma eficaz que es la práctica de la expresión libre sin fronteras. Aprendamos a andar para poder correr.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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