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Alianzas en la América del Sur


Chile pasará a ser miembro pleno del Mercosur el próximo año: tal, la promesa que nos llega desde Brasil, donde el presidente Lagos y su homólogo brasilero, Fernando Hnrique Cardoso, han estrechado bilaterales vínculos por estos días. Se trata, con todo, de una declaración de intenciones -de un «propósito» como precisara Fernando Henrique en Florianópolis hace un par de días-, y no por ahora de un hecho, o de un acuerdo sellado.

Que nuestro país deba ‘hacer cola’ para entrar propiamente en la colá del Mercosur, la alianza más importante entre países latinoamericanos en al menos las últimas tres décadas, habla tanto de la prolongada extensión de la aventura dictatorial en Chile (mucho más larga que en Argentina, Uruguay e incluso Brasil) como de un error de prioridades flagrante de los primeros gobiernos de la Concertación.

En efecto, cuando en 1985 el entendimiento entre los gobiernos democráticos de Argentina y Brasil cimentaba la apuesta del Mercado Común del Sur, la dictadura militar en Chile tenía aún para rato (y, por lo demás, sus tecnócratas -encandilados con el comercio global- apostaban a decirle «adiós a Latinoamérica»). En cuanto a los gobiernos de Aylwin y -sobre todo- Frei Ruíz-Tagle, es bien sabido que priorizaron la inserción de Chile en el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta), y sólo se pensó seriamente en Mercosur cuando la opción hacia el norte (por cuestiones de política interna norteamericana) se funó.

La tensión entre proyectos de alianza (económico-políticas) entre países del continente liderados desde el norte (Estados Unidos) y desde el sur (Latinoamérica) ha sido una constante en los últimos dos siglos en nuestro continente. Desde las políticas bolivarianas de la segunda década del siglo XIX al «panamericanismo» impulsado por presidentes estadounidenses a fines del mismo, de la Alianza para el Progreso y la OEA al Pacto Andino y la Alalc en el siglo XX, el dilema permanece.

La novedad que aporta el Mercosur es que estamos ante un proyecto de alianza -o, como decíase antaño, de «integración»- en que Brasil, el país más grande y (con sus 170 millones de habitantes) más poblado de América Latina, está por primera vez plenamente involucrado. Ni en las iniciativas bolivarianas ni en las de los años 60′ Brasil fue de la partida (su independencia, como es sabido, sólo vino a plasmarse luego de un largo intervalo imperial). De algún modo, o pais mais grande do mundo siempre ha sido un continente en el continente. Esto ha dado pie para que un distinguido historiador uruguayo (Alberto Methol Ferré), haya llegado a sostener incluso que el Mercosur, precisamente por comprometer a Brasil y por asentarse en una micro-alianza de suficiente peso crítico (Brasil + Argentina), es comparable en importancia con la alianza emancipadora de comienzos del siglo XIX.

Más allá de las especulaciones historicistas, y más allá también del carácter por ahora dominantemente económico-comercial del pacto (que su propio nombre subraya), el Mercosur es hoy por hoy el germen más serio de agrupación regional. Y se nota. En los últimos días tanto el presidente venezolano, Hugo Chávez, como un alto funcionario de la alicaída Comunidad Andina de Naciones (ex pacto Andino), manifestaron su abierto deseo de adherir al Mercosur. La Unión Europea, por su parte, ve con los mejores ojos la constitución de una alianza regional latinoamericana que multiplique sus posibles puntuales apoyos frente a megapotencias como Estados Unidos o Japón. La incógnita en todo esto es México; país ‘latinoamericano’ por cultura, pero ‘norteamericano’ por economía y Nafta (de hecho, el politólogo norteamericano Samuel Huntington, en su conocido ensayo The Clash of Civilizations? sostiene que México, habiendo entrado al Nafta, tendrá forzosamente que abandonar poco a poco su identidad latinoamericana).

La consolidación del Mercosur y el afianzamiento de instituciones de carácter latinoamericano son parte decisiva de la agenda de los años que vienen. En un mundo en que se aceleran los intercambios de todo orden y que cuenta, sin embargo, con instituciones políticas y económicas dependientes de sólo 3 o 4 potencias, la constitución de bloques regionales es una de las pocas posibilidades para los países del sur de intervenir en decisiones que tarde o temprano efectarán sus posibilidades de bienestar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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