Peregrina me pareció la idea, dejada caer por el Presidente Lagos, sobre una posible postulación de Chile para organizar el Mundial de Fútbol del 2010. No entiendo las ventajas para el país de mezclar una fecha capital como el segundo centenario de la Independencia, con la celebración de un megaevento deportivo que, por su proyección y masividad, absorbería energías, intereses y recursos que sin duda se van a necesitar en ese momento para otros menesteres.
Lagos ha puesto varias veces énfasis en la efeméride del 2010, fijándola como un hito respecto al cual establecer y estimular grandes objetivos nacionales. Resulta muy oportuno este designio. En Chile existe actualmente la difusa sensación de que se está viviendo todavía una etapa histórica de provisionalidades y ajustes, de complejas definiciones internas, de peligroso desequilibrio entre el desarrollo político y económico, reeditándose la vieja metáfora del país centauro.
Por más que se proclamen hacia dentro y hacia fuera los méritos y éxitos del decenio de los 90, todos sabemos que persisten demasiados cabos sueltos y que esta situación no puede seguir así. Alguna salida tiene que encontrar esta democracia que es democracia a medias, este liberalismo tan profundamente antiliberal, esta clamorosa apertura al mundo de una sociedad cerrada y monolítica de puertas adentro.
La conmemoración de sus siglos de vida republicana enfrenta a Chile con estas incómodas aporías y le obliga a activar sus capacidades para superarlas. La expectativa del 2010 supone, así, todo un programa de tareas para el decenio, a través del cual, el país se encuentre consigo mismo (con su fértil diversidad, con su cohesión interna) y se proyecte hacia los ideales de democracia viva y armónico desarrollo, que son los idola fori que han cautivado a la sociedad civil de los últimos tiempos.
En tal contexto, la idea de incrustar el Mundial de Fútbol en las fechas del Bicentenario, me parece simplemente un despropósito. Habrá muchas cosas que celebrar, reflexionar y proyectar en ese momento de encuentro colectivo de los chilenos y habrá que aprovechar esta oportunidad única. Es verdad que la tendencia a convertir la política en espectáculo resulta cada vez más tentadora en un mundo progresivamente dominado por lo simbólico y virtual. Pero el espectáculo debe estar a la altura de cada ocasión. Por supuesto, una efeméride de esta categoría tendrá sus festejos masivos, sus grandes ceremonias públicas, su oportunidad para el show business, pero no se puede permitir que sea fagocitada por eventos que se apartan claramente de la línea gruesa de la celebración principal.
Que el fútbol siga cultivando sus incruentas pasiones tribales, que fomente el legítimo sentimiento de pertenencia en una sociedad que ofrece tan pocos estímulos para asociarse. Pero creo que el 2010 no se puede mezclar con los goles y los toperoles. Ya tenemos suficiente fútbol semana a semana y día a día. Lo menos oportuno sería aumentar de modo abrupto la dosis, precisamente en el momento en que los actores principales deben ser numerosos grupos, comunidades, minorías, instituciones cívicas muchas veces olvidadas, que buscan su lugar y su voz para imaginar y desplegar un Chile plural, inclusivo y amistoso de cara al 2010.
De la idea última del Mundial recupero un aspecto positivo: el propósito de abrir el Bicentenario hacia Argentina, que lo celebra el mismo año. Surge ahí un capítulo a explorar: cómo hacer de esta celebración un argumento de cercanía y fraternidad, no sólo hacia la República del Plata, sino hacia todos los demás países vecinos. Es una bella tarea para los viejos y jóvenes cultores de la Patria Grande y/o de la otra patria.