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¿Dónde está la realidad?

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En 1859 Oliver Wendell Holmes iniciaba la publicación de una serie de artículos sobre la fotografía, a la que consideraba como el invento más importante de su tiempo, definiéndola como «un espejo con memoria». Holmes vaticinó una revolución en la manera en que las personas percibían y entendían el mundo, y tal vez sea ésta la más importante de las profecías cumplidas de la época contemporánea.

Lo que se inició con la fotografía -que en último término es un medio mecánico de separar la imagen de su soporte material- fue una especie de desmaterialización de la realidad, que en adelante pasaría a ser modelada por volátiles apariencias.

Esta pérdida de sustancia le otorgaría a la realidad flexibilidades, movilidades y velocidades que no tenía cuando estaba sujeta a las rigideces de la materia. Al mismo tiempo, aparecieron nuevas relaciones y jerarquías de valor. Así por ejemplo, Holmes especuló con el advenimiento de una época en la que «la imagen podría convertirse en algo mucho más valioso que el objeto, al que terminaría por desechar».

De este modo el aspecto se liberaba de la materia y la imagen, concebida inicialmente como representación de la realidad, terminaba por desplazarla, instalándose en su espacio o más bien en el vacío que dejó el retiro de esta realidad desechada.

Con el paso del tiempo se fueron perfeccionando las técnicas para captar cada vez mayor cantidad de apariencias de la realidad, como el color. Con el cine, se agregaron el movimiento y el sonido. Es cierto que hubo intentos por usar el sonido en el cine en forma antinatural y asincrónica, más como contrapunto que como apoyo de la imagen. Pero terminó imponiéndose el uso naturalista (1).

El crítico literario Alone definió al cine como una mentira «tan consistente y perfecta que deslumbra». Este inmenso poder de seducción terminaría por convertir su mentira en verdad.

En 1929 moría Wyatt Earp, uno de los legendarios sheriff del oeste. Sus hazañas serían llevadas muchas veces al cine, donde cobraron mucho más potencia que en la vida real. Pero lo interesante es que a sus funerales asistieron Tom Mix y William S. Hart, los cow boys cinematográficos. Es como si los actores, es decir los vaqueros de mentira, hubiesen concurrido a tomar el relevo de Earp, que en ese mismo momento perdía su verdad para transferirla a esos fantasmas del celuloide.

Hoy vivimos en un inmenso vacío saturado de imágenes. Las profecías que formuló Wendell Holmes a mediados del siglo XIX se han cumplido en una medida que el autor tal vez no imaginó. En el mundo del consumo los objetos no tienen valor por sí mismos si no están asociados a una cantidad de imágenes publicitarias. Casi todos los ritos sociales son filmados. No hay matrimonio que no sea grabado en video y finalmente esa cinta es quizás lo único que queda cuando el matrimonio se desecha. Lo más sólido que parece haber en este mundo, la economía, se mueve a través de pulsos y señales electrónicas que transiferen la riqueza a la velocidad de la luz de un punto a otro del planeta.

Por otra parte, el proceso de desmaterialización de la realidad ha avanzado hasta el punto que hoy se habla de realidades y mundos virtuales, y no tenemos ninguna certeza acerca de la sustancia de nuestro propio mundo. Nadie puede garantizarnos que éste no sea un engaño de los sentidos.

(1) Los datos sobre historia del cine están tomados de Cine y memoria en el siglo XX, de Jacqueline Mouesca y Carlos Orellana.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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