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El eterno retorno

«El capítulo de los derechos humanos no ha terminado, más bien, abierta la espita, ya nadie va a detener las demandas de mayor información, de mejor información, incluso de toda la información».


Durante los dos últimos años se ha hablado profusamente sobre el cierre de la transición. Este ambiguo eufemismo cubre sin duda contenidos muy distintos según quién lo pronuncie, pero lleva tras de sí una sensación generalizada de cansancio ante un proceso político que sigue la pauta del eterno retorno.



Se vuelve cíclicamente sobre los mismos problemas y cíclicamente también se cierran las puertas a su solución. Recuerdo que la escritora española Rosa Montero decía que, cuando visitaba Chile, le daba la impresión de arribar a un aerolito congelado en el tiempo, revolviendo siempre los mismos dolores, mientras el resto del mundo avanzaba y bullía.



La llegada de Ricardo Lagos a la presidencia reavivó la esperanza de un cierre digno y ordenado a un paréntesis histórico demasiado largo y destructor. El regreso de Pinochet justamente unos días antes de la toma de mando, se unió a una seguidilla de hechos jurídicos y políticos que parecían converger hacia un punto de no retorno. Se iba a romper, al fin, el círculo maldito que tenía al país rehén de una historia que nadie quiere asumir.



El nuevo Mandatario estimuló una Mesa de Diálogo casi agónica; impulsó la filosofía del funcionamiento autónomo de las instituciones; se la jugó en su relación con la cúpula de las FF.AA. para que se desentrampase un silencio institucional que reventaba ya por todos los costados.



Piezas en el puzzle



Desde luego, todo esto se ha hecho en medio de los equilibrios y equilibrismos peculiares del actual cuadro político, pudiéndose objetar a Lagos cesiones y ocasionales acomodos. Pero ¿quién no se pierde alguna vez en su paso por un laberinto? Lo cierto es que el nuevo escenario ha ayudado a superar ciertos tabúes, a arrancar, aunque sea con fórceps, algunas esenciales confesiones, a avanzar con traspiés en básicos reconocimientos de responsabilidades.



Parecía incluso que el gobierno podría conducir con éxito el conjunto de partidas que se están jugando en distintos tableros: en el Parlamento, en los cuarteles, en los Tribunales de Justicia, al interior de los partidos políticos oficialistas y opositores, en las organizaciones de Derechos Humanos.

Pero vivimos un proceso que se muestra reacio al orden. Siempre sobran o faltan piezas en el puzzle y eso altera los planes de los más astutos estrategas. El caso más sonado ha sido la reciente entrega de informaciones por parte de los diversos miembros de la Mesa de Diálogo.



Toda esta operación organizada por el ex ministro Pérez Yoma tenía una intención canceladora de una etapa histórica inconfortable. Pérez Yoma descubrió el huevo de Colón. ¿Hay problemas? Pongamos a hablar cara a cara a los distintos afectados. Suspendamos sobre sus cabezas, como espada de Damocles, la idea de que ésa es la última oportunidad. Instalemos en la opinión pública la expectativa de encontrarnos en el principio del final de la tragedia.



Test de la blancura

Sin embargo, este pretendido diálogo tenía algo de simulacro. Los objetivos de cada parte (FF.AA., representantes de las víctimas, funcionarios de gobierno, dirigentes de las llamadas fuerzas morales, personas sabias) discrepaban sustancialmente entre sí.



Pero había un test de la blancura que pondría a prueba a la mesa-promesa: la solvencia de la información obtenida, transformada en eficacia concreta de respuesta a la pregunta sobre el paradero de los detenidos-desaparecidos.



En las últimas semanas la sensación en los círculos políticos apuntaba hacia una frustración respecto a los resultados que se iban a hacer públicos. Por eso se rumoreó la intervención final del general Izurieta para ampliar la cantidad de información.



Los documentos llegaron y la reacción precipitada y demasiado optimista de Lagos revelaban un nerviosismo de gobernante que tenía que presentar como un éxito notable los resultados de una apuesta legítima, pero de alto riesgo. A esto hay que añadir las declaraciones de los máximos jerarcas de las FF.AA. en el sentido de que se había hecho un enorme esfuerzo, que ahí estaba todo lo que se podía saber, que ya no merecía la pena investigar en este asunto hacia adelante.



Pero las inexactitudes, las contradicciones, las insuficiencias técnicas, han ensombrecido en estos días el primer optimismo. El capítulo de los derechos humanos no ha terminado, más bien, abierta la espita, ya nadie va a detener las demandas de mayor información, de mejor información, incluso de toda la información.



Tiene razón el gobierno en valorar el reconocimiento de responsabilidades por parte de las FF.AA. Es un viraje histórico. Pero esta confesión ya no puede calmar a los que han sufrido durante tanto tiempo. Tampoco a los que a nivel nacional e internacional están esperando el desenlace de este tremendo episodio.



Es muy difícil, a estas alturas, poner puertas al campo. A no ser que se quiera entrar de nuevo en el eterno retorno. Pero esta vez va a ser mucho más difícil administrar las omisiones, las tácticas dilatorias, los eufemismos, las dobles verdades.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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