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Frivolidad, indignidad e irresponsabilidad en la política chilena


La clase política de este país parece haber perdido absolutamente la brújula. Parecemos un país de chacota, frívolo, indigno e irresponsable. No hablamos de escándalos y conductas personales ridículas o aberrantes, sino de comportamientos colectivos e institucionales. Quizás un resabio de la impunidad y la prepotencia heredada del autoritarismo: cada cual cree que puede hacer cualquier cosa que le convenga, independiente de la dignidad de su cargo o su responsabilidad ante el país.



Al menos tres ejemplos de gravedad distinta ilustran esta situación en las últimas semanas.



El primero corresponde a un asunto de frivolidad colectiva, impulsada por los medios de comunicación de derecha y por los poderes fácticos, pero en lo que todos de alguna manera cayeron. Hasta hace diez días se había decretado recesión psicológica, como lo llamaría la dispareja pareja Allamand-Schaulsohn; pesimismo dramático lo llamarían otros.



Y ahí van los intelectuales de todos los pelajes haciendo sesudos análisis del por qué del pesimismo, del que nadie era consciente salvo los que lo inventaron, de cómo superarlo; y los empresarios agarrando papa y diciendo que el pesimismo era por la desconfianza, y los políticos con plata prometiendo re-entrar a la vida pública para inyectar optimismo a la gente. Todos coinciden en que no hemos superado ninguna crisis, que no hay reactivación y que las cosas irán para peor, es decir, que hay razones para este pesimismo que nadie cuestiona.



Y en diez días se nos dice que tenemos pensar positivo y mirar las cosas de otra manera. Algunos empresarios felices con su viaje en la comitiva presidencial deciden que ahora todo está mejor, otros -y ese evento fue sin duda positivo para el país- se reúnen en un desayuno con el Presidente, se nos avisa que la reactivación ya comenzó y los medios publican que el clima y el estado de ánimo del país ha cambiado y que todo va para bien. Ya se acabó el pesimismo, dicen los mismos que decretaron pocos días atrás que ese era el mal de Chile.



¿No es un poco ridículo? ¿Alguien puede realmente tomarse en serio que la identidad chilena cambia en días y por efecto de una campaña comunicacional o por gestos, algunos muy interesantes, de las cúpulas? ¿No estuvimos ante una farsa de unos pocos interesados -con poder y medios de comunicación- que engatusaron a todos los otros? ¿No es el máximo de frivolidad y desfachatez decirles a los chilenos cómo son y cómo cambiar? Me parece simplemente un atentado a la inteligencia de un país.



El segundo es el más grave de todos y concierne a una cuestión de decencia y dignidad. En cualquier país del mundo estaría en la justicia militar y ya preso un comandante en jefe de la Armada, que después de dejar la embarrada con la compra de submarinos, ocultar información sobre los crímenes de la dictadura y amenazar por un diario con sus expresiones de molestia si se procesa al principal criminal que ha tenido la historia de Chile, anuncia que se va porque encontró una peguita mejor, ser senador, usando todo el capital de influencia en la opinión pública que le dio su cargo militar.



Por supuesto que sólo a dirigentes políticos desquiciados se les ocurre un maniobra como ésta. Pero a esos los conocemos. Lo que sorprendió a todos es la indignidad y la indecencia del máximo oficial, que sin ningún respeto por su responsabilidad estatal, vuelve a fojas cero el esfuerzo hecho por algunos sectores castrenses de devolverle la dignidad institucional que las Fuerzas Armadas perdieron durante el régimen militar y que han arriesgado varias veces durante el régimen democrático. Hay que resaltar aquí, por el contrario, la enorme dignidad, firmeza y sentido de Estado y de país con que el Presidente Lagos enfrentó el problema. Y también, entre otros, la actitud del presidente del Senado.



El comportamiento de Arancibia encuentra su raíz en la prepotencia e impunidad de ciertos sectores económicos, políticos y militares. Pero también en un clima de irresponsabilidad de la clase política que parece favorecer esa idea tan patriótica, cual es que el que tiene plata y poder haga lo que quiera y no se preocupe del resto.



Este es el mensaje de irresponsabilidad social que transmite el proyecto de rebajar los impuestos, nuestro tercer ejemplo de una clase política que pierde la brújula. En Chile los ricos, personas o empresas, pagan muy pocos impuestos y además evaden. No usen el argumento de la reactivación para seguir empeorando la distribución del ingreso, porque los impuestos que no se van a pagar no van a ir a ninguna inversión, sino a aumentar los viajes a Cancún y Orlando, o a comprar más Path Finders para «la gorda o el gordo» o los «peques y lolos» de los barrios adinerados, que nunca han pertenecido a la clase media porque ésta desapareció sociológicamente debido al modelo económico.



Y los sectores de bajos ingresos que antes pertenecían a ella no van a recibir ningún beneficio con la rebaja a los ricos y la pérdida de recursos estatales. Es una broma que sea un antiguo ministro de Hacienda, de tanta inteligencia y sentido humanitario en otra época, que haga de este proyecto inicuo una bandera. Y, para variar, que casi todos caigan en la trampa y en vez de denunciar la irresponsabilidad moral de este proyecto, busquen subirse al carro de los que piensan que la igualdad es un lujo que no nos podemos dar por ahora (es decir, nunca).



No se quejen, entonces, de que la gente se sienta lejana de la política. Y no porque no le interese, porque le interesa mucho. Pero si ella consiste en frivolizarlo todo decretando nuestros estados de ánimo según los intereses de los poderosos, en traicionar la fe pública abandonado los cargos institucionales a los que se ha accedido por intereses personales o en arreglarle la situación a los ricos con pretextos de que es bueno para la economía del país, entonces se está destruyendo lo único que nos sostiene como país: la fe en que la política sirve para el bien de la sociedad.



Me imagino que muchos se preguntarán si ésta es la manera de «responder a los problemas y preocupaciones de la gente», de lo que se alardea tanto, y si no era mejor la política tradicional, que discutía ideas y proyectos más que intereses de los grupos mejor posicionados.



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