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La moraleja Massad: la gente irresponsable denuncia los problemas


Quizás porque los halagos a la conducción y a los resultados macroeconómicos del ‘modelo chileno’ fueron tantos y de tan diversos orígenes que finalmente se terminó por demostrar que sigue siendo verdad aquello de que ‘no hay peor droga que una victoria’. Sucede que hace ya algunos años la economía chilena comenzó a tener problemas y la primera respuesta fue negar tal fenómeno.



Por ejemplo, en junio de 1998 el entonces ministro de economía en ejercicio, Alvaro García, declara en una entrevista a El Mercurio:



«…debemos tener claro que Chile no está en crisis, nosotros tenemos algunos problemas como resultado de la crisis de otros países. Nuestra economía es sólida y va a seguir siéndolo…».



En el último trimestre de 1998 el crecimiento del PIB fue negativo por primera vez en la década.



Poco antes, en julio de ese mismo año, Eduardo Frei, en su calidad de Presidente de la República, afirmaba ante empresarios del mundo:



«Queremos decir con toda claridad que la crisis no se ha presentado ni está en nuestros países…».



Pero la crisis ya estaba en Chile y para mantener la imagen de éxito del modelo todos los argumentos giraron en torno a que la crisis venía de Asia, es decir, la economía chilena era sólida y desgraciadamente la crisis asiática nos interrumpe la fiesta del crecimiento con igualdad.



Con el tiempo los mercados internacionales ‘se calmaron’. Definitivamente la crisis asiática no se convirtió en una nueva recesión mundial y la economía norteamericana estaba en el ciclo de expansión más largo de su historia… pero el modelo chileno seguía con problemas. Algunos dardos apuntaron a la política monetaria; internacionalmente algunos hablaron de ‘la crisis Massad’ (la idea es de R. Dornbusch, famoso profesor de muchos economistas chilenos). Pero por alguna razón que los ‘especialistas’ nacionales no lograban aprehender la crisis persistía.



Pero la coyuntura permitió otra salida: el enemigo del modelo esta vez toma la forma de enemigo interno; léase salario mínimo.



Carlos Massad, presidente del Banco Central, argumenta:



«En momentos como éste, donde todavía hay niveles de desempleo relativamente altos, no se puede tener al mismo tiempo mejores salarios y más empleo…».



Nótese que independientemente de la voluntad de Massad, al decir ‘en momentos como este’ esta reconociendo cierto nivel de crisis en la economía y una de las características visibles de la crisis es el alto nivel de desempleo.



La discusión del tema del salario mínimo fue realmente afiebrada, enfermiza, chata, insensible, tecnócrata, panfletaria y de un nivel teórico tan bajo que el mismísimo Hayek (o a un nivel menor, Friedman) se avergonzaría de sus seguidores.



El criticado incremento del salario mínimo -y responsable de la crisis y de la lenta reactivación- fue en 1998 cerca de un tercio de un 1% del Producto Interno Bruto. El reajuste de este año zanjado en el Congreso fue menos de un décimo de un 1% del PIB. Las pérdidas anuales por la baja del precio del cobre significan a lo menos 63 veces el monto global anual del reajuste actual del salario mínimo. Pero sobre el tema del cobre ni Massad ni los que intentan terminar con el salario mínimo nunca dicen nada (o al menos nada acertado).



Ya a esta altura el tema de la crisis y de la reactivación traslada su énfasis al seguimiento de la evolución de la economía norteamericana y sus efectos sobre la economía mundial.



Massad dice:



«…en todo el mundo se está revisando las proyecciones económicas a la baja. Nosotros no podemos quedarnos al margen de la situación externa…»



Aunque suena a algo así como ‘la moda es bajar las proyecciones Ä„pongámonos a la moda!’, sabemos que se quiso decir otras cosa: las razones de la ausencia de reactivación son exógenas.



En el mensaje del 21 de mayo Ricardo Lagos confirma:



«ni la economía mundial, ni la nuestra, reaccionaron como lo habíamos proyectado».



Pero al charquicán de explicaciones se le agregó otro ingrediente: el desánimo. La lógica sería esta: ‘un claro ambiente de pesimismo es el que impide que empresarios felices inviertan y que trabajadores felices trabajen. Economistas fuera, psiquiatras bienvenidos. El consejo es ‘si hay problemas económicos tome antidepresivos’. Claro que empresarios pesimistas se ponen alegres invirtiendo en las Islas Caimán.



El ministro de Hacienda, Nicolás Eyzaguirre, comparte esta receta contra la depresión, ya que frente a lo que antes se llamaba fuga de capitales nos dice:



«No me preocupa en lo absoluto y lo encuentro un movimiento natural en un mundo globalizado».



A abril de este año, posiblemente el desánimo, hizo que empresarios sacaran del país hacia ‘paraísos fiscales’ de Centroamérica -particularmente las Islas Caimán- una cifra superior en 135 veces al aumento anual actual del salario mínimo. Pero para Eyzaguirre esto es natural y… la reactivación no llega.



Así toma fuerza la siguiente tesis: el modelo entró en una nueva fase caracterizada por el agotamiento relativo de sus bases dinámicas. Ya no son algunos problemas al interior del modelo, sino el mismo modelo el que comienza con problemas, pero explicitar esto no es tolerable.



Massad responde de inmediato:



«Cuando se señala que el modelo está agotado, se abre una caja de Pandora…».



Esto que equivale a plantear algo así como ‘el modelo o el caos’ (¿suena conocido?).



El actual presidente del Banco Central fijó rápidamente su posición:



«…abrir esta discusión me parece de una irresponsabilidad mayúscula…»



Es el mismo Massad que en noviembre del 2000 llama a profundizar la flexibilidad del mercado del trabajo, el Massad que mantenía -a fines de los 90- tasas de interés inexplicablemente altas, el que traslada los problemas objetivos a subjetivos, el que sistemáticamente ha tenido que revisar a la baja las proyecciones de crecimiento, el que llama a congelar los salarios, el mismo Massad que hace ya años que no entiende por qué el precio del cobre ha sido persistentemente bajo, en fin… para ese mismo Massad discutir los problemas de fondo de la economía chilena es de una irresponsabilidad mayúscula.



Nótese que la reactivación de la economía chilena puede haber comenzado ayer a las 12 de la noche o que su visión de la crisis haya sido acertada. En este caso eso no importa. Lo que importa es que por razones -que seguramente tienen más de 27 años- Massad pertenece a un conjunto de economistas que no acostumbra a abrir la discusión, sino a cerrarla unilateralmente.



Es bueno tener presente un manifiesto firmado por más de cuarenta economistas connotados a nivel mundial -incluyendo a varios premios Nobel- donde hacen el siguiente llamado de atención:



«Los abajo firmantes estamos preocupados por la amenaza que supone para la ciencia económica la imposición del monopolio intelectual. Hoy en día, los economistas están sometidos a un monopolio en el método y en los paradigmas, a menudo defendidos sin un argumento mejor que el de que constituyen la ‘corriente principal’. Los economistas abogan por la libre competencia pero no la practican en el campo de las ideas.»



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Juan Radrigán A. es economista e investigador del Centro de Estudios sobre Transnacionalización, Economía y Sociedad (Cetes).

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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