Publicidad

Tres «talibanadas»


Una



Veo una foto de los talibán y me pregunto: ¿Y si mañana, muy lejos, en lo remoto del futuro, se dice que en esa foto están los apóstoles, que el barbudo de la derecha, el de nariz aguileña, era el Judas (¿un informante de la CIA?), que el de por allá era la mística pura y el del centro carga la leyenda de que era capaz de caminar sobre las aguas, enfrentar y desafiar al imperio decadente de entonces con la pura fe o esquivar a pata pelada, en los desfiladeros pedregosos de la tierra prometida, los misiles de las hordas del mal?



Es un buen tema para un cuento de ciencia ficción. Pero es más que eso: ¿cuántos, hoy día, creen que allí, entre esos barbudos, está la verdad y que Osama bin Laden es un elegido? En la suma de los seguidores del Islam, los que están en esa posición son pocos. ¿Es eso un consuelo o una amenaza? Dato primero: qué poco sabemos de ese mundo, cuánto lo hemos percibido a través de estereotipos. Contrapreguntas: ¿Cómo nos percibirán a nosotros, «los occidentales», los ciudadanos árabes comunes y silvestres? ¿Creerán que todos somos como los estadounidenses?



Los ataques terroristas, más allá del horror, podrían ser una oportunidad para plantear preguntas de ese tipo. Temas bastante más fascinantes que la ya añeja e inútil polémica entre los liberales y conservadores de Renovación Nacional, por ejemplo.



Dos



Las versiones señalan que las autoridades estadounidenses ya están preparando el ambiente, asegurando a la población que la campaña de guerra durará por lo menos diez años. Una buena manera para iniciar el milenio. Una buena manera para asegurar la marcha a tope de la industria bélica -que cuando funciona es pura plata- y sortear los fantasmas de la recesión.



Después del rechazo a los atentados, igual uno no puede dejar de husmear que la preparación de la maquinaria de guerra para una represalia prolongada no es sentida por Estados Unidos como un «deber» que se realiza a contrapelo, sino -por el contrario- como un «deber» que se ejecuta con mucha satisfacción. La satisfacción del poderoso por ratificar su poderío y hegemonía.

Estados Unidos se prepara para ir a la guerra entre fanfarrias y clarines, casi con espíritu alegre y sin el apesadumbramiento que, a estas alturas de la historia humana, uno debiera esperar de todo hombre. Eso molesta. Y eso, digámoslo, despierta recelos sobre si la respuesta militar y política a los ataques no desbordará lo que la generó, buscando otros objetivos como, por ejemplo, afianzar aún más la hegemonía, enrrielar al curso del designio del Tío Sam a otros países por vía de las presiones políticas o financieras (Pakistán y sus deudas).



Tres



¿Y los muertos? ¿Qué fue de los muertos de las Torres Gemelas? ¿Qué será de sus familias, de sus hijos? ¿Quiénes, en el mundo del Islam, son insensibles a ese dolor? ¿Muchos? ¿La mayoría? ¿Por qué?



Y, claro, ¿quiénes, en occidente, fueron insensibles al dolor de los asesinados por los bombardeos estadounidenses en Sudán o en otros sitios? ¿También muchos? ¿También la mayoría?



¿No será, finalmente, una cuestión de pura insensibilidad? El otro, el distinto, percibido como enemigo. Como el «infiel» al que hay que eliminar, lo que -de paso- asegura acercarse al cielo. ¿Y quién carajos dijo que el cielo existe?



___________________________



Vea otras columnas del autor

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias