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Los empresarios chilenos y la democracia

Si vemos las dos formas de capitalismo hoy existentes en el mundo, veremos que contra todo lo que se dice el capitalismo renano es superior al anglosajón. El primero protege mucho más a los trabajadores y tiene un Estado más fuerte, capaz de dar orientación estratégica al país.


Leí con atención en La Segunda del día miércoles a un joven empresario de una importante y tradicional viña, quien produce un muy buen vino tinto en botellita redonda. Era presentado como uno de los 70 líderes empresariales del siglo 21, y como un precursor en la tarea de abrirse al comercio exterior.



Fue muy claro al explicar las razones de su éxito: cuando Augusto Pinochet salió del gobierno se abrieron para Chile los grandes mercados capitalistas, una buena parte gobernada por gobiernos democráticos. Con ello reconocía con hidalguía que la democracia había traído nuevas oportunidades de negocios para las empresas privadas.



Bien por ellas y bien por Chile.



Las cifras son bastante claras. Bajo el régimen militar Chile creció al 2,9 por ciento. Bajo la democracia lo hizo sobre el 6,6 por ciento. La tasa de desempleo bajo los neoliberales fue de un 18,1 por ciento; bajo la democracia fue de un 7,4 por ciento.



Uno se alegra cuando ve que los empresarios reconocen los beneficios de la democracia, incluso para el capital. Sin embargo, mi vista comenzó a nublarse cuando el joven empresario declaró que no creía mucho en las proyecciones de crecimiento de la economía hechas por el ministro de Hacienda y del gobierno. Y cuando se le preguntó qué consejo le daría a Ricardo Lagos, las nubes que turbaban mi vista se transformaron en tormenta de desasosiego y desesperanza.



Su recomendación era que el Presidente no subiera los impuestos. Nada más. Me recordó a ese viejo promotor del libremercadismo extremo: «Señores empresarios, enriquézcanse».



Al día siguiente saltó la polémica sobre las denuncias de la CUT, supuestamente acogidas por el Ministerio del Trabajo. Ahora es el más alto líder empresarial quien arremete contra Ricardo Solari, transformado en villano antiempresarial.



Las razones se repiten. Para volver a crecer al 7 por ciento se requieren menos regulaciones estatales, menos impuestos y menos reformas laborales en favor de la estabilidad y protección de los trabajadores.



La receta parece obvia: en tiempos de crisis hay que trabajar más duro. Los salarios deben ajustarse a la baja, pues hay que «apretarse el cinturón». Las protecciones sociales son caras, como el seguro de desempleo, por lo que deben ser reducidas. Los impuestos deben bajar, pues inhiben la inversión. Mejor es el dinero invertido en trabajo que en burocracia estatal.



¿Es cierto todo esto?



Si vemos las dos formas de capitalismo hoy existentes en el mundo, veremos que contra todo lo que se dice el capitalismo renano es superior al anglosajón. El primero protege mucho más a los trabajadores y tiene un Estado más fuerte, capaz de dar orientación estratégica al país.



Al argumento que estos son países ricos que puedan darse estos lujos, digamos que cuando no se los dieron vino el colapso de 1929. Y que fue con políticas keynesianas y con un mayor aporte del Estado en la economía que Estados Unidos y Europa salieron adelante tras la gran depresión.



Además, bajo Patricio Aylwin los impuestos fueron aumentados en algo más de 800 millones de dólares, y como vimos, el crecimiento se aceleró y la inversión como porcentaje del BID pasó de 18 por ciento bajo el autoritarismo al 24,6 por ciento con el primer gobierno de la Concertación. Bajo Eduardo Frei saltó a un 30 por ciento.



Por todo ello, nuestros empresarios deben renovarse en su discurso y prácticas.



Están soplando vientos distintos desde el norte. Paul Krugman, Amartya Sen, Dani Rodrick y el nuevo Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, deben ser leídos en estas lejanas latitudes del sur del mundo.





* Abogado y cientista político, director ejecutivo del Centro de Estudios del Desarrollo (CED).



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