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Lavín se impone

Transcurridos tres meses de consagrado el negocio de las aguas, lo que se suponía sería un paso en falso del alcalde se ha ido transformando en otro peldaño más para consolidar su futuro.


Puntos más, puntos menos (dependiendo de la metodología con la que se mida), Joaquín Lavín lidera sostenidamente y por amplio margen, las encuestas de opinión.



Se especulan, se analizan y se aventuran una serie de factores para desentrañar esta especie de misterio en el que se ha convertido, particularmente para sus detractores, la adhesión ciudadana que concita el alcalde de Santiago. Pero la respuesta a los desvelos intelectuales de la izquierda está dada precisamente en aquello que se niega a aceptar: los chilenos reconocen en Lavín al político con más futuro, porque él ha demostrado que es un líder que piensa, trabaja y actúa como tal.



Cuando decidió vender los derechos de agua de la municipalidad de Santiago enfrentó un persistente show comunicacional que pretendía poner en duda su gestión, e incluso su honestidad, y revertir ese creciente liderazgo. Transcurridos tres meses de consagrado el negocio, lo que se suponía sería un paso en falso del alcalde se ha ido transformando en otro peldaño más para consolidar su futuro.



Mientras la comisión investigadora montada por la Concertación en la Cámara de Diputados agoniza bochornosamente (y por tercera semana consecutiva fracasa la sesión, porque ni siquiera los concejales acusadores están interesados en asistir), Lavín está dedicado a cumplir tareas en materia de infraestructura urbana, inversión social, programas de empleo, seguridad ciudadana, espacios de recreación y otros.



He ahí la primera pista para los estudiosos de este fenómeno: el líder resiste la incomprensión, porque tiene la capacidad de impulsar medidas que bajo una óptica reduccionista suenan impopulares, pero que responden a una evaluación seria de las necesidades de las personas.



Hoy el país se remece ante la avalancha de denuncias de corrupción que comprometen a miembros de la Concertación, incluidos ex ministros, parlamentarios y alcaldes, las cuales van dando forma a lo que el propio gobierno teme pueda convertirse en la más grave e irreversible crisis de la coalición. Imponiéndose una vez más por sobre la lógica política convencional, de acuerdo a la cual el drama del adversario debe convertirse en la ocasión precisa para contribuir a su desprestigio, Lavín confirma su apoyo a las medidas adoptadas por el presidente Lagos para combatir la corrupción.



Segunda pista para entender por qué los chilenos creen en Lavín: posee la madurez necesaria para poner las cosas en su lugar y resiste la tentación de obtener dividendos momentáneos, porque su prioridad es el interés superior de un país y no las cuotas de poder de un sector político determinado.



Ahora bien, la prudencia y generosidad con la que el líder de la Alianza por Chile ha reaccionado ante las graves acusaciones que enfrentan hoy el gobierno y sus partidos políticos no le ha impedido reivindicar el valor de un elemento esencial de la democracia: la alternancia del poder. El relevo periódico de las opciones políticas de gobierno es, en la práctica, el mecanismo que garantiza a la ciudadanía la buena salud de las instituciones públicas y previene que el acostumbramiento al poder genere un clima en el que la corrupción se haga habitual e impune.



Lavín, con sencillez y sentido de la oportunidad, le ha recordado a la Concertación que la democracia exige la capacidad para saber estar tanto en el gobierno como en la oposición, y probablemente, a esa disposición se deba buena parte de su éxito.



A estas alturas, más que simples puntos de popularidad el político con más futuro según las encuestas de opinión se ha convertido en realidad en la gran esperanza de una creciente mayoría de chilenos que reconocen en él a un líder distinto, marcado por un estilo de servicio público sólido pero refrescante, acorde con los tiempos y las prioridades reales del país.



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