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La vida es una tómbola

En el mejor de los casos, la corrupción política obedece a una carencia insoslayable: la ausencia de una legislación clara sobre el financiamiento de los partidos políticos que ponga fin a los hombres del maletín que se mueven en la oscuridad cobrando cheques y vales vista para los partidos y candidatos.


En 1962, la polvorienta España franquista convertía la película Tómbola en la más taquillera del año y recibía con alborozo a Marisol, la niña prodigio que la protagonizaba, como la encarnación de los más tiernos y puros valores de la senectud del caudillo Francisco Franco. El tema principal de la película era la canción del mismo nombre que decía más o menos así: «La vida es una tómbola/ tom-tom tómbola/ la vida es una tómbola/ tom-tom tómbola/ de luz y de color/ de luz y de color…»



Como se ve, la letra era repetitiva e intrascendente. Pero como todo el mundo sabe que la vida es una tómbola, la canción ha pasado de generación en generación y ha servido de fondo musical para anuncios y programas de TV hasta el día de hoy. Tan cierto es que la vida es una tómbola que la ingenua e inocente Marisol acabaría creciendo, recuperaría su nombre auténtico de Pepa Flores y se haría militante del Partido Comunista, cansada de haber sido utilizada como la niña del régimen.



Llevo pensando en esta canción desde que al presunto triple cohechador Patricio Tombolini le fastidiaron sus vacaciones en Tahití. No sólo porque Tombolini y tómbola tienen similitudes fonéticas, sino porque estas cosas -como las guerras- se sabe dónde empiezan, pero nunca dónde acaban.



Hoy seis diputados, un 5 por ciento de la cámara baja de Chile, están sometidos a una petición de desafuero por parte del ministro en visita Carlos Aránguiz. De prosperar dicha solicitud, el oficialismo y la oposición quedarían empatados en la Cámara de Diputados, configurándose así un escenario inédito en nuestra eterna transición.



Sin embargo, sólo un diputado (Rebolledo, PPD) parece estar directamente implicado en los delitos imputados a Tombolini. Otro (Letelier, PS) podría haber incurrido en una acción inhabilitante de su cargo en conexión con lo que haya hecho Tombolini, según se desprende de las informaciones publicadas. Un tercero (Pareto, DC) habría sido acusado de recibir un soborno para montar un circo con las corruptelas de Tombolini y Rebolledo. El circo lo habría financiado el mismo corruptor original (el plantero Filippi y sus asociados). Dos diputados más (Jiménez, DC, y Lagos, PRSD) habrían servido de payasos en el circo cayendo en presuntos delitos o causas de inhabilitación. Un sexto (Pérez, PPD) está en el limbo informativo.



Me resulta difícil creer que en la tómbola de la vida al guatón Jiménez, que era el líder de la Pastoral Universitaria de la Universidad Católica a comienzos de los años 80, le haya tocado el premio de acabar de manera tan ominosa su brillante carrera política, expulsado junto a Pareto de la DC, el partido de sus amores. Prefiero pensar que ha sido teatrero y torpe antes que delincuente.



Pero a estas alturas de la vida, cuando en la lista de los conocidos ya hay hasta asesinos confesos, cualquiera pone la mano en el fuego por otro. Por eso, hay que esperar un fallo judicial en firme. Desgraciadamente no es esa la actitud de la dirección de la DC que ha preferido amputarse un brazo cuando se le ha roto una uña, aún a costa de enlodar la trayectoria de dos personas.



Desde España, lo que está ocurriendo en Chile guarda notables similitudes con los casos de corrupción política que comenzaron a descubrirse en los últimos dos períodos de gobierno de Felipe González (1988-1996), quien pasea frecuentemente por Chile de la mano del senador Fernando Flores y que puede ser tomado como ejemplo de muchas cosas, pero no de su capacidad de luchar contra la corrupción.



En el mejor de los casos, la corrupción política obedece a una carencia insoslayable: la ausencia de una legislación clara sobre el financiamiento de los partidos políticos que ponga fin a los hombres del maletín que se mueven en la oscuridad cobrando cheques y vales vista para los partidos y candidatos. En el peor de los casos se trata de simples ladrones, como ocurrió aquí con Aída Álvarez, la recaudadora oficial de los socialistas españoles, quien al tiempo que allegaba recursos al partido distraía jugosas comisiones que le permitían hasta tener un frigorífico para sus numerosos abrigos de pieles.



La segunda causa no tiene arreglo, porque de todo hay en la viña del Señor. Pero los ladronzuelos no prosperan en un entorno transparente, por eso se hace mucho más urgente que -para evitar la primera de las razones y minimizar la segunda- se aborde una legislación estricta sobre el financiamiento de los partidos políticos. El tema no es del gusto de los políticos y aunque estos días se hable de ello, lo más probable es que si no hay un clamor ciudadano no se haga nada al respecto y se limiten a decir que hay que dejar actuar a la Justicia, pese a que ello les cause momentáneamente un daño irreparable.



La prueba de que el financiamiento de los partidos es un asunto que los políticos no quieren tratar en serio es que pese a que la corrupción provocó el fin de los gobiernos de Felipe González y el ascenso al poder de José María Aznar, éste último no ha promovido una legislación al respecto en los seis años que lleva gobernando.



Otra lección que dejó la etapa de la corrupción política en España es que no hay que hacer leña del árbol caído. El Presidente español Aznar ha sido aupado al poder en dos ocasiones por los errores de sus opositores. En 1996 por las corruptelas del gobierno de González que tocaron a las más altas instituciones del país. Pero ya lo había sido en 1987, cuando fue elegido presidente de la región autónoma de Castilla y León. Entonces Aznar atacó con dureza a su antecesor, el socialista Demetrio Madrid, quien había sido procesado por presuntas irregularidades en octubre de 1986. Madrid, que no estaba obligado a ello, dimitió de su cargo para defenderse. De hecho, ha sido el único político español que habiendo sido imputado en un proceso, ha dimitido.



En marzo de 1993, el Tribunal Supremo dictó sentencia definitiva y exculpó totalmente a Demetrio Madrid, que vivió un calvario de seis años y perdió para siempre lo que parecía ser una prometedora carrera política. Y es que, lo dicho, la vida es una tómbola.



(*) Director de El Mundo Radio y subdirector del diario El Mundo de Madrid.



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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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