En los últimos años -y con especial énfasis en los acontecimientos vinculados a los casos Inverlink, Gate, y Coimas-, ha ido quedando claro el que los de zapatos de marca, corbata de seda y traje de alta costura, símbolos para el goce mediático de la falsa imagen liberal, han llevado al país a su peor crisis de confianza en la nueva democracia.
En algún momento de la vida política, empresarial y comunicacional de Chile, los «líderes» hoy cuestionados pública y judicialmente, fueron colocados como modelo y ejemplo a seguir porque se asociaban a ellos cualidades altamente valoradas ya sea como indicadores de estatus o de gestión moderna. A saber, la facha dada por el buen vestir, siendo reflejo de ello los reportajes a la percha y la dieta de estos personajes; el lenguaje asociado al discurso liberal en lo valórico aunque permisivo más que abierto y democrático, allí está la clasificación de esta gente en el ala liberal de sus grupos y partidos; el «engolosinamiento» con la internet y la tecnología aunque en su dimensión esnobista, exclusiva y excluyente porque en verdad nunca impulsaron realmente la masificación de las maravillosas oportunidades que brinda esa tecnología.
Esos «líderes», de lindas corbatas, hablaban -y algunos lo siguen haciendo- de democracia, de igualdad de oportunidades, de justicia; pero lo hacían sólo en la superficie porque en las profundidades, en la oscuridad de las relaciones sociales construidas aprovechándose de la confianza pública y del poder coyuntural en la empresa o en el aparato del Estado, en realidad buscaban asegurar sus privilegios destruyendo de paso la libre competencia por el acceso a los contratos de obras públicas, a las concesiones de plantas revisoras de automóviles, a los créditos de las agencias públicas, a la compra de valores y acciones, etc.
Al conocerse los hechos que la justicia investiga uno se pregunta, con desazón, cuántos empresarios quedaron derrotados en el camino, no necesariamente por incapacidades propias, por estos falsos liberales jugaron sucio impidiendo la libre y sana competencia. Cuántos jóvenes profesionales habrán estrellado sus sueños de empresa contra las murallas del tráfico de influencias, levantadas por esos falsos liberales.
Ellos, en el discurso hablaron de liberalizar para abrir puertas, hablaron de integrar al desarrollo, de igualar oportunidades; pero debajo de la mesa «modernizaron» las viejas prácticas corporativas estructurando mafias en beneficio de sus propios intereses.
¿Se ha preguntado usted cuánta energía se ha perdido, de chilenos comunes y corrientes para el mejor servicio del país, por causa de los disfrazados de liberales?
En nombre del liberalismo hablaron de romper cadenas y ampliar la base de las relaciones usando intensamente de la tecnología, de la internet, etc.; pero la verdad es que cerraron los espacios, cooptaron las decisiones hacia sus beneficios personales y de grupos afines, horadaron la confianza pública, amenazaron la estabilidad de las instituciones y, sobre todo, afectaron seriamente la credibilidad de nuestros grandes y verdaderos líderes tanto del gobierno como de la oposición, tanto del sector público en el aparato del Estado como del empresarial en el andamiaje privado. Porque ahora: ¿a quién le creemos?
En nombre de lo moderno asociado a lo liberal, se enlodó sistemáticamente a los líderes que hablaban de valores permanentes como son: distinguir nítidamente entre lo público y lo privado, y proteger el interés común por sobre el interés particular. En nombre de la eficiencia, de la globalización, de la iniciativa privada, se desmanteló el Estado, se negó su modernización al no dejarla avanzar más allá de hablar de ella, ni más allá de los arreglos formales de imagen corporativa y ni más allá de la incorporación masiva de computadoras.
Y, de esa forma, a los verdaderos líderes se les neutralizó y al Estado se lo dejó en la incapacidad de ejercer su rol constitucional esencial: buscar, proteger y fomentar el bien común. El país quedó entonces sujeto a la libre presión según la capacidad económica de personas o grupos, al libre juegos de los poderes instalados para la influencia política y el derecho de los chilenos a la verdad de los hechos se dejó librado al poder vigente de los medios de comunicación.
En ese contexto, para fomentar este liberalismo de «facha y fachada», proliferaron las firmas consultoras y las oficinas de asesoría integradas por estos personajes «modernos» que van y vienen entre el sector público y el privado o que se mantienen en esa zona gris que implica su frontera, destinadas a aprovechar las ventajas de la información privilegiada, de las relaciones construidas desde el poder y de la capacidad de influencia adquirida.
Porque mas allá de cualquier otra consideración, la justicia ha ido demostrando que en la permanencia de sus respectivos cargos, en el sector público o en el privado, estos personajes organizaron mafias de privilegio y protección que permitieron el acceso ventajoso hacia los contratos, hacia los grupos de clientes cautivos, hacia los instrumentos de captación y crédito a bajo costo, para su posterior inversión en condiciones preferentes.
Para tener un Chile que sea más CHILE para todos, nuestros verdaderos líderes deben seleccionar adecuadamente a sus colaboradores y tener la fortaleza para sacar de su entorno a los tránsfugas y «vivarachos» disfrazados de liberales.
(*) Vicerrector Académico de la Universidad del Bío-Bío.
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