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Cría cuervos…


La versión cínica de «cría cuervos y te sacarán los ojos» es muy conocida: «cría cuervos y tendrás muchos». Parece que el mayor criador de cuervos de la historia contemporánea jamás escuchó ninguno de los dos refranes



Durante años crió cuervos en Latinoamérica, aves de mal agüero del Caribe, de centro y Sudamérica, pajarracos adornados con gafas oscuras, sables y gorros emplumados. Los engordó hasta que se fueron muriendo, los paisanos los fueron matando – como en el caso de algún chivo – o se les alborotó tanto el gallinero que tuvieron que dejar de graznar.



También montó una próspera granja de córvidos en Oriente Medio, pero allá se equivocó y resultó que los huevos que empolló eran de buitre, lo cual no sólo es peligroso, porque en lugar de sacarte los ojos te pueden devorar las tripas, sino porque a la larga, con los años y el roce diario, llegas a apestar a cadáver tanto como ellos.



En 1979 la revolución islámica del ayatolah Jomeini -otro cuervo, esta vez engordado por criadores franceses- amenazaba con extenderse por el mundo musulmán. La solución fue cebar a su buitre vecino, Sadam Hussein, y darle alas en forma de misiles, aviones y bidones de gas sarín.



Irak atacó Irán y cortó el vuelo de los radicales islámicos, no sin que antes los aprendices de la Yihad islámica intentaran extenderse por Egipto asesinando a Anwar el Sadat, y los talibán consiguieran hacerse con el control de Afganistán.



La Unión Soviética, preocupada por tanto pajarerío cerca de sus repúblicas de mayoría musulmana, decidió invadir Afganistán, y el criador de cuervos buscó por los alrededores a un pájaro que le hiciera el trabajo sucio de sacar al ejército rojo de la ruta de la seda.



Encontró el cuervo perfecto, un agorero pajarraco saudí con dinero propio al que sólo faltaba que le sugirieran el ojo que debía sacar. Bin Laden se encargó de reorganizar a los talibán y cumplió el encargo del gran criador: echó a los soviéticos.



Pero un cuervo, es un cuervo…, y el primero de ellos, el iraquí, un día le preguntó a la embajadora de su criador si no le importaría que volase también por los cielos por donde sus antepasados habían volado libremente durante siglos. La embajadora, en Babia y sin saber de lo que le hablaban, le contestó que podía hacer lo que quisiera, que el gran criador estaría siempre al lado de su querido cuervo. Una semana después Sadam Husseín invadió Kuwait. El criador empezaba a sentir el mal olor en su ropa.



Hubo que echar al pájaro de allí, pero se respetó la vida del cuervo en agradecimiento a los servicios prestados.



Mientras tanto, el cuervo afgano, ya sin paganos marxistas en Kabul, giró la cabeza y vio tropas paganas instaladas cómodamente en Ryad. Enseñado desde pequeño, el cuervo atacó a su criador a los ojos. Las dos torres cayeron con un estrépito que perdurará por años.



Ahora los cuervos de Oriente Medio, los que nunca debieron ser criados ni cebados, debían ser desplumados. Ahora, el gran criador está matando cuervos a cañonazos y, mañana, miles de pajarracos pueden salir en desbandada dispuestos a sacar los ojos de todo el mundo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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