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Congreso de la UIPM y neoaislacionismo

Como señaló el ex Canciller de México, Jorge Castañeda, en una visita reciente a Santiago: «la pregunta no es si va a haber o no un nuevo orden. Este va a surgir igual. La pregunta es si va hacerlo con o sin la participación y el aporte de nuestros países».


La neumonía asiática y el peligro que los casi 200 (de un total de 1200) parlamentarios de ese continente que asisten al 108 Congreso de la Unión Interparlamentaria Mundial traigan el virus a Chile ha sido el principal generador de titulares en la escasa cobertura que ha tenido este evento. El otro ha sido su costo. El mensaje es : estas grandes conferencias internacionales, aparte de salirnos caras, sólo traen plagas y enfermedades. Esto es absurdo. Con un tercio de su comercio exterior con Asia, a Chile vienen miles de asiáticos, en los que algunos parlamentarios más no hacen gran diferencia. Las medidas de seguridad hay que tomarlas igual.



Mas allá de este hecho puntual, esto refleja, de parte de algunos sectores, una actitud que se ha puesto de manifiesto, con especial vigor, en los últimos meses: pretender que Chile puede, cual tortuga, meterse dentro de su caparazón; ignorar lo que ocurre en el resto del mundo y con eso, de alguna manera, evitar los problemas planetarios. Esto no tiene ni pies ni cabeza. De muestra, algunos botones.



El 11 de marzo pasado -por una de esas casualidades, fecha del retorno a la democracia en Chile en 1990- tuvo lugar en La Haya la apertura oficial del Tribunal Penal Internacional (TPI), ocasión que, de más está decirlo, pasó desapercibida en Chile. América Latina tiene un lugar prominente en él, con tres de los dieciocho jueces (uno de Brasil, otro de Bolivia, y una de Costa Rica, Elizabeth Odio Benito, que ocupa una de las vicepresidencias). El fiscal, cargo clave, es el destacado abogado argentino Luis Moreno Ocampo. Chile, pese a contar con prominentes penalistas y juristas especializados en derechos humanos, ha quedado excluido de este proceso, por propia decisión: aún no hemos ratificado el Estatuto de Roma por el que se estableció el TPI, ya que parlamentarios de oposición presentaron un requerimiento al Tribunal Constitucional cuestionando la constitucionalidad de esta nueva corte, el que fue acogido. Con ello somos el único país sudamericano no miembro. Ya hay 89 Estados Parte, pero Chile no está entre ellos.



Por otro lado, con ocasión de las deliberaciones en el Consejo de Seguridad de la ONU con relación a la situación de Irak, surgieron voces diciendo que Chile no tenía nada que hacer en ese organismo, que había sido un error candidatearse para él y que lo único que este mal concebido «afán de protagonismo» nos traía eran problemas. Así como Chile no debe ser parte del TPI, tampoco debería serlo del Consejo de Seguridad, ya que ello sólo sería «meterse en las patas de los caballos». La actitud es la misma («detengan el mundo que me quiero bajar») y, según ella, Chile no debe tener opinión ni voz sobre los problemas internacionales, ni estar en los foros en que se discuten y deciden.



Algo similar está ocurriendo con el Congreso de la UIPM, centenaria asociación que agrupa a parlamentarios de todo el mundo. Los Parlamentos son la institución democrática por excelencia, el lugar donde tiene lugar y se forja la deliberación y el intercambio por el cual las sociedades deciden las normas y reglas de acuerdo a las cuales se van a regir. Debería ser un gran orgullo que un chileno, el senador Sergio Páez, haya sido electo presidente de tan augusta institución y que Chile, por ende, pueda tener gran incidencia en las propuestas y sugerencias que ella pueda hacer a la arquitectura del nuevo orden internacional que está emergiendo en este cambio de siglo. Nada de ello, sin embargo, parece llamar la atención en nuestro medio, centrado mas en los detalles domésticos y logísticos del encuentro que en los temas de fondo.



Para bien o para mal, estamos en un cambio de era, de lo cual el 11-S y la actual guerra en Irak no son sino dos de sus manifestaciones mas dramáticas. La globalización significa que la distinción clásica entre asuntos internacionales y los internos se hace cada vez mas tenue, sino insostenible. Los temas «inter-mésticos» acaparan la atención hoy en materia de comercio, derechos humanos, medio ambiente y género, entre otros. Los mecanismos de gobernabilidad global se hacen indispensables, y frente a ello es posible tomar dos actitudes.



Una de ellas, cada vez más presente en algunos sectores en Chile en el último año, es el neoaislacionismo. Esto es el autoexcluirse de la construcción del nuevo sistema internacional. Ello es respetable, pero hay que atenerse a las consecuencias: esto significa que Chile pasaría a ser un receptor pasivo de las decisiones de otros, incluyendo a los países latinoamericanos. Implica decir, a contrapelo de una tradición de más de un siglo, que queremos que Chile «no cuente, ni sea tenido en cuenta» en política internacional.



La otra, que pareciera bastante mas razonable y en consonancia con nuestros intereses y trayectoria, entiende que Chile, por su historia, pero también por su solidez económica y el prestigio de su transición, está en una posición inmejorable para aportar a la gestación de este nuevo orden, individualmente o «en yunta» con otros. Como señaló el ex Canciller de México, Jorge Castañeda, en una visita reciente a Santiago: «la pregunta no es si va a haber o no un nuevo orden. Este va a surgir igual. La pregunta es si va hacerlo con o sin la participación y el aporte de nuestros países».



La globalización, a diferencia de la neumonía asiática, no puede detenerse en los controles de inmigración de Pudahuel. Llegó y está con nosotros para quedarse. Pretender que podremos evitar sus efectos enterrando la cabeza en la arena es una simple ilusión.





(*) Director del Programa Internacional de la Fundación Chile 21 y profesor de Ciencia Política en la UDP.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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