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Los señores de la guerra y la nueva economía

La invasión de Irak forma parte de una respuesta anacrónica a una crisis global de la economía mundial, que no se solucionará limitando los costos de la guerra, reconstruyendo Irak, ni bajando los precios del petróleo.


De manera casi unánime los organismos económicos internacionales, incluyendo el FMI, han predicho que la invasión de Irak tendrá efectos recesivos para la economía mundial. La razón estaría en sus altos costos, y al hecho que su financiamiento restaría capacidad adquisitiva a la población en general.



Quienes afirman lo contrario se basan en que el aumento de la oferta mundial de petróleo, a partir del control norteamericano de los pozos iraquíes, hará bajar los precios del crudo, «liberando» ingresos capaces de aumentar la demanda global. Adicionalmente, el mismo efecto tendría la demanda que generará la reconstrucción de Irak y la modernización de su explotación petrolera.



Ambas explicaciones omiten que la invasión de Irak forma parte de una respuesta anacrónica a una crisis global de la economía mundial, que no se solucionará limitando los costos de la guerra, reconstruyendo Irak, ni bajando los precios del petróleo.



La guerra se produce en medio del derrumbe de un modelo de desarrollo capitalista tildado como nueva economía. Basado en el gran desarrollo de novedosas tecnologías, como las telecomunicaciones, una gama de nuevos materiales, la genética y la biotecnología, y en una novedosa red para el manejo de conocimientos, la nueva economía prometía la ampliación ilimitada de las fronteras de la inversión. Ese horizonte infinito aparentaba generar la oferta de capital necesaria para el crecimiento.



Teóricos, incluso de izquierda, afirmaron que se había generado un círculo virtuoso en el que la perspectiva ilimitada de ganancias hacía aumentar el valor de los títulos de inversión, creando así los recursos para el financiamiento de nuevas inversiones, lo que, a su vez, confirmaba el acierto de quienes especulaban al alza de tales valores.



Efectivamente, durante al menos dos decenios, el boom de los valores bursátiles hizo crecer globalmente la oferta de capital, permitiendo una reestructuración empresarial adecuada a los requerimientos de la nueva economía. Empresas sin valor material alguno o con un mínimo de inversiones físicas, se dispararon hacia la cima entre las empresas más capitalizadas y más valoradas en el mundo. A estas alturas, se sabe que en muchos casos lo que se estaba valorando en bolsas y mercados de valores era la capacidad de directores y gerentes de enmascarar la realidad y mentir a sus clientes. Manipulando por cierto hechos reales como son los desarrollos tecnológicos y científicos.



Ámbitos gerenciales y empresariales ajenos a cualquier sospecha de anticapitalismo militante comenzaron a hablar de una grave crisis de confianza del sistema global y de una amenaza a la sustentabilidad civilizadora del capitalismo, debido a la sucesión de escándalos en los mercados financieros.



Desconfianza que hasta ahora, fuera de las banalidades descriptivas, ninguna explicación oficial acerca del sorpresivo curso que tomó la nueva economía a partir de marzo del 2000, ha logrado desactivar.



En casi todas partes, el nivel de empleo ha bajado sustancialmente, y los ingresos, lejos de subir, han ido descendiendo nuevamente. En vez de honrar la promesa de buscar medidas protectivas frente a una mayor inseguridad laboral, mayores riesgos individuales en la seguridad social y la renuncia a pactos sociales protectores del bienestar, la acción estatal se concentra cada vez más en viabilizar políticamente niveles de vida inferiores a los alcanzados en el pasado.



Lo que queda de manifiesto es que la economía capitalista se dio un festín especulativo, financiado con una masiva expansión de capital virtual, cuyo resultado inevitable fue un endeudamiento global tanto privado como público nunca antes visto. Este está ahorcando financieramente por igual a los estados, incluso los más ricos, a las empresas productivas y a los hogares, poniendo a la economía mundial al borde del colapso.



La política post moderna del orden imperial y búsqueda de nuevos horizontes de expansión y acumulación no generará ninguna solución a esta situación. Ni siquiera admitiendo que una administración militar por parte de la alianza invasora de Irak sea capaz de realizar una reconstrucción del sistema petrolero de este país, garantizando a viejas y nuevas empresas norteamericanas, inglesas o anglo-holandesas, jugosas ganancias.



Por lo tanto, bajo ninguna circunstancia la acción militar puede generar un renovado dinamismo para la nueva economía. En vez de eso, los señores de la guerra han enterrado la tercera vía de los laboristas británicos, e insinúan el futuro de la economía mundial como el de la edad de piedra del imperialismo, donde el control de las materias primas decidía sobre la distribución mundial de la riqueza.



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*Economista y consultor internacional.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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