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Populismo

Por lo anterior, la aspiración de la UDI de hacerse con la marca de «partido popular» no es algo superficial. Cuando buena parte de la izquierda ha, si no renunciado, puesto en el congelador el término, resulta sintomático -sintomático de lo que es la UDI como expresión de voluntad de poder- que sea ese partido el que quiera rescatar ese cuño.


El debate sobre la necesidad, utilidad, oportunidad y validez del paquete impositivo que el gobierno pretende aprobar en el Congreso -particularmente el alza en un punto del Iva- ha estado marcado por varios calificativos hacia el gobierno. Hay uno sobre el que vale la pena reflexionar: cuando se dice que las explicaciones para justificar el aumento del IVA, apelando a la necesidad de financiar la agenda social, muestran que se trata de un discurso «populista».



Convengamos que tras los escándalos de corrupción, hay que tener más celo para verificar que los dineros públicos se gastan de manera correcta. Y que el desvío o ineficacia en el uso de esos dineros, justamente por la precariedad de sus destinatarios, es doblemente censurable.



Pero aceptemos también que, dada la desigualdad existente en el país -una de las más marcadas del mundo-, y la realidad de vivir en un país pobre y con amplias capas de la población en la pobreza, es innegable que el Estado debe ir en ayuda de esos ciudadanos para amortiguar, en parte, esa desigualdad. Para eso necesita los impuestos.



Para algunos, que están convencidos que lo anterior debe idealmente suprimirse para dejar la tarea de la equidad al «chorreo» del modelo capitalista, lo expresado, en efecto, no es más que un discurso populista. O sea, una arenga destinada a envalentonar o seducir, mediante engaño, a las masas. En tiempos en que el término está desacreditado, me pregunto si lo anterior no será, por el contrario -y bajo la condición de que se haga bien, sin derroche ni desvíos-, la expresión de una política «popular».



El matiz no es menor. Pero imagino cómo reaccionaría buena parte de la oposición, y de la prensa que habla desde sus códigos, si el gobierno dijera que con los impuestos desea llevar a cabo una política popular.



Seguro, además, que en la misma Concertación habría muchos que arriscarían la nariz, porque hay muchos en el oficialismo que olvidaron sus principios fundantes y de tanto circular por cócteles y recepciones de barrio alto han cultivado esa alergia a la pobreza que no los hace redoblar los esfuerzos para combatirla -trabajando con los pobres, en contacto con ellos-, sino que sentir asco por ella y quienes la padecen.



Quizás si lo más triste de todo esto es constatar que la marejada economicista de derecha tanto ha permeado al oficialismo que lo inhibe de usar ciertos términos que, en un tiempo, significaron mucho: «popular», por ejemplo; y para qué decir «pueblo», que lanzado en medio del actual cacareo que es el debate político sonaría a balazo. ¿Si se cancela el verbo, qué queda para el concepto y las acciones que de él se pueden construir?.



Por lo anterior, la aspiración de la UDI de hacerse con la marca de «partido popular» no es algo superficial. Cuando buena parte de la izquierda ha, si no renunciado, puesto en el congelador el término, resulta sintomático -sintomático de lo que es la UDI como expresión de voluntad de poder- que sea ese partido el que quiera rescatar ese cuño.



Pero en esa disputa hay algo de fondo. Que tiene que ver cómo nuestra sociedad asumirá la tarea de combatir no sólo la pobreza, sino fundamentalmente las desigualdades. Si se asienta la fórmula del «chorreo» -vale decir, propiciar las condiciones para el mayor de los enriquecimientos, sin asco a la concentración económica e incluso los monopolios, apostando a que esa acumulación de riqueza en un porcentaje bajo de la población destile o escurra hacia abajo- lo popular puede llegar a ser patrimonio de la UDI.



La otra fórmula, de nuevo, podría llegar a sonar a subversión. O sea, al intento de subverir, dar vueltas, el estado de las cosas.



* Jefe de Prensa de Radio Bío Bío de Santiago.



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