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Bernardo Leighton y el sentido de la política


Al conmemorarse el 10° aniversario de la muerte del ex ministro y Vicepresidente de la República, quisiera desde la mirada de Bernardo Leighton el humanista, describir el desafío de humanización que nos impone un mundo y, en menor medida, un país en donde el mercado, la competencia, el individualismo, las desigualdades y la indiferencia, subsisten como la peste de la que nos hablaba Albert Camus quien también recordaba que el deber de los cristianos y agregaría yo de los humanistas cristianos, era gritar, aunque, a veces, él no les oía.



Cuando nos planteamos ese desafío y miramos la realidad de Chile, evidentemente la magnitud de la tarea es mucho menor. Nuestro país es sin duda una de las reconocidas excepciones entre los países en desarrollo a nivel regional y mundial, pero esas mismas condiciones hacen moralmente más urgente el deber de continuar humanizando nuestra sociedad.



Los gobiernos democráticos instalados en Chile al iniciar la década de los 90, recibieron de la dictadura no sólo una triste herencia en materia de derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales, sino que debieron hacerse cargo de un modelo económico sustentado en una cultura individualista, competitiva, orientada al lucro y excluyente de una gran parte de nuestra población de los beneficios del desarrollo. La reducción del porcentaje de pobreza en la mitad durante los gobiernos de la Concertación, nos ha colocado como el único país de la región en condiciones de dar cumplimiento a las metas de erradicación de la pobreza fijadas por las Naciones Unidas para el año 2015; junto con ello, los índices de alfabetización, escolaridad, acceso a la educación y a la salud, figuran entre los mejores de la región, pero sin duda tenemos que hacer más porque hay muchas y muchos compatriotas a quienes todavía no llegan plenamente esos beneficios.
Los significativos avances realizados por los gobiernos de la Concertación han permitido que Chile ostente los primeros lugares en los índices de desarrollo humano, sin perjuicio de que aún queden signos de una inquietante desigualdad, tanto en términos de ingresos como de las posibilidades de una verdadera integración social.



Sabemos, y quienes estamos hoy circunstancialmente por primera vez en un cargo de gobierno lo entendemos muy bien, que la efectiva solución de esos pecados sociales exigen una conjunción de voluntades políticas y de reformas destinadas a reparar las injusticias.



Pero lo que se impone hoy, en el ejemplo de don Bernardo, es plantearnos lo que a cada uno corresponde hacer de manera inmediata, desde nuestro particular espacio en la sociedad. Creo que lo que primero que debe ocuparnos es quebrar la indiferencia, gritar a la manera de Leighton desde la convicción y el ejemplo, que una sociedad injusta no puede hablar de Dios, de la democracia o del desarrollo, más que blasfematoriamente y que como cristianos, como humanistas o como políticos o políticas humanista-cristianos no podemos permanecer tranquilos ante estas realidades.



Debemos sin demora, profundizar la reflexión sobre las bases doctrinarias que dieron origen a nuestra comunidad de hombres y mujeres libres, y allí, inspirados entre otros, en la Doctrina Social de Iglesia Católica, pero también en los valiosos aportes de otras religiones o credos, y en las visiones laicas comprometidas con la persona, su dignidad y derechos, alimentar el proyecto social y económico de la Concertación para los tiempos que vienen.



En eso encontraríamos hoy a don Bernardo. Hagamos un esfuerzo, como el lo hiciera durante toda su vida, de saber lo que significa una economía al servicio de los derechos humanos y de la justicia social. Trabajemos con los técnicos que tienen la responsabilidad de diseñar las propuestas económicas y financieras, para esclarecer los caminos y las opciones posibles que hagan del desarrollo una realidad para cada chilena y chileno. Sigamos avanzando en incorporar la ética a la economía, sin tratarlas como dimensiones separadas. Ese es el valor de la política.



Inspirados en el humanismo de Leighton se impone también un esfuerzo de reafirmación del valor insustituible de la política para consolidar los cambios sociales teniendo como centro, principio y fin a la persona humana.



En estos tiempos es preocupante ver la denostación sistemática de la actividad política y la convicción de muchas y muchos jóvenes de que ese es un terreno alejado de lo cristiano y que vale más la pena la participación en obras asistenciales o de beneficencia. En nombre del ejemplo de don Bernardo debemos luchar fuertemente contra esa tendencia y recordar que la política ha sido reconocida como una de las forma más elevada de la solidaridad y del compromisos con los demás.



Me permito señalar esto, porque existe entre nuestros jóvenes una valiosa tendencia a participar en iniciativas destinadas a reparar algunas consecuencias de las injusticias, como proporcionar alimentación, vivienda básica o compañía a muchas personas en situación vulnerable, lo que sin duda es loable, pero lo que en ningún caso conduce a revertir la estructura de injusticia, acción que requiere claramente de un proyecto político.



Tenemos que ser capaces de transmitir a las y los jóvenes esta diferencia y en esa línea motivar su participación electoral, en el ejemplo de Leighton, quien desde muy joven, junto a sus actividades de solidaridad, entendió el valor de fundar un Partido político no confesional, pero si inspirado en la Doctrina Social de la Iglesia.



A diez años de su partida, Bernardo Leighton no solo nos legó un testimonio de vida y un modelo de político humanista, sino también nos sigue dando luces para que a partir de la revalorización de la política sigamos cambiando el mundo y construyendo un Chile más humano, más digno y más justo.



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Patricio Santamaría, ex subsecretario general de Gobierno

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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