A pesar de lo lejano que pueda parecer la lucha de la nación saharaui, apoyarla debiera ser para los chilenos un compromiso, una convicción y una necesidad. Esto es así porque está íntimamente relacionada con el principio de autodeterminación de los pueblos, el respeto a los derechos humanos y el cumplimiento de la legalidad internacional, valores fundamentales que sostienen nuestra política exterior. Además, se trata de aportar a la solución pacífica del conflicto mediante el reconocimiento diplomático a la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), acción que sumaría fuerzas para que Marruecos vuelva a sentarse a la mesa de negociaciones, aceptando la posibilidad de la independencia.
Haciendo un poco de historia, en 1975 España abandonó su antigua colonia del norte de África, pasando por encima de la voluntad de la población y legitimando el reparto del Sáhara Occidental entre sus vecinos Marruecos y Mauritania. Una masiva inmigración llamada «la «marcha verde» concretó las pretensiones de soberanía marroquí, inteligentemente convertidas por el rey Hassan II en una reivindicación nacional, aunque sin respaldo jurídico de ningún tipo, puesto que la Corte Internacional de La Haya definió que no existían bases para invocar título alguno de dominio sobre ese territorio.
Luego de la invasión, los independentistas dirigidos por el Frente Popular para la Liberación de Saguía El-Hamra y Río de Oro (POLISARIO), se trasladaron a campamentos de refugiados en la región argelina del Tinduf e iniciaron la guerra contra ambos países ocupantes, consiguiendo derrotar a Mauritania y controlar una porción del suelo patrio.
En 1991 las Naciones Unidas lograron que las partes establecieran el alto al fuego y acordaran un Plan de Arreglo, el cual incluía la realización de un referéndum donde los saharauis decidirían libremente su destino. No obstante, durante 14 años Marruecos se opuso a la constitución de un padrón de votantes basado en el censo español de 1974 y terminó por desechar la consulta, pues su resultado más probable sería la independencia.
Por esto es que no se trata de dos partes equivalentes, enfrentadas por una disputa de intereses contrapuestos que el resto del mundo quiere ayudar a resolver. Es, en realidad, una ocupación ilegal tratada con cortesía o incluso simpatía por algunas potencias durante la guerra fría y que hoy toman más en cuenta el equilibrio de poder en la zona y la estabilidad interna de Marruecos, ya que la monarquía autoritaria y conservadora que lo rige podría caer si permite la autodeterminación saharaui, dando paso, supuestamente, a la emergencia de grupos islámicos radicales.
Este es uno de esos problemas que despiertan naturalmente la solidaridad con los más débiles, con aquellos que defienden sus derechos, pero ¿porqué debiéramos meternos en este asunto?, ¿qué ganamos?.
En primer lugar, nos encontramos acá con uno de los últimos casos de descolonización pendientes, sujeto al escrutinio de la comunidad internacional a través de la Cuarta Comisión de la ONU, instancia a la cual Chile pertenece. Nuestro país posee una larga tradición diplomática en este tema, pues compartió tempranamente los sueños de gobernarse por sí mismos de una parte importante de la humanidad, quienes todavía en la segunda mitad del siglo XX eran parte de los imperios que Europa había construido y que se resistía a desmantelar. Es vital mantener esta conducta debido a que constituye una porción relevante del patrimonio con que contamos para participar en el sistema global y sostiene nuestra credibilidad ante el resto de las naciones.
En segundo lugar, la política exterior chilena se basa, entre otras premisas, en ayudar a dotar a la globalización de normas que permitan gobernarla, por lo cual alcanza fundamental importancia el fortalecimiento del derecho internacional y del multilateralismo, único instrumento válido para solucionar de manera pacífica las controversias. Dicho de otra manera, la pretensión marroquí de desconocer la potestad del pueblo saharaui para decidir su destino, contrariando el mandato de las Naciones Unidas, constituye una violación del orden internacional y merece no sólo nuestro repudio, sino que una presencia activa en los esfuerzos por superar tal situación.
En tercer lugar, la brutal represión a las protestas que se están llevando a cabo en el Sáhara Occidental y la negación del carácter único y distinto de la Nación saharaui es un atentado a los derechos humanos de toda una comunidad, reclamando de nuestra parte acciones concretas para defender uno de los valores que consideramos sustanciales para la convivencia universal.
En cuarto lugar, no podemos soslayar el hecho que estos habitantes del desierto comparten con nosotros el componente hispánico de su cultura, convirtiéndose en los únicos mahgrebíes que hablan español y que, por lo mismo, cuando puedan tener un Estado seguramente se integrarán al mismo colectivo iberoamericano al cual pertenecemos.
En quinto lugar, esa región es abundante en recursos naturales como petróleo, gas, fosfatos y productos del mar, desmintiendo la imagen de país pobre que interesadamente se ha querido imponer, con el objeto de disimular las dificultades para explotar sus riquezas que se derivan de la precaria condición legal de la ocupación marroquí.
En sexto lugar, una buena relación entre Chile y la RASD permite potenciar los vínculos con Argelia, gigante del norte de África que respalda al frente POLISARIO y que nos ofrece grandes posibilidades de desarrollo conjunto en todos los ámbitos.
En todo caso, es necesario reconocer que la causa saharaui tiene importantes aliados en Chile, existiendo múltiples expresiones de adhesión de todos los partidos políticos, el acuerdo unánime de la Cámara de Diputados pidiendo el reconocimiento de la RASD en 1999 y gestiones que casi fueron exitosas, entre las que podemos citar las realizadas ante el Presidente Aylwin y su Canciller Silva Cimma, y el compromiso del ex Ministro de Relaciones Exteriores Juan Gabriel Valdés el que, al igual que en ocasiones anteriores, no pudo concretarse por no se que sinrazones y opacidades propias de los laberintos del poder.
Tenemos una vez más la oportunidad de ejercer positivamente nuestras responsabilidades internacionales, evitando la reanudación de la guerra mediante el respaldo a la vía diplomática. El Presidente Lagos tiene en su mano un poderoso incentivo para la paz si reconoce a la República Árabe Saharaui Democrática. Confiemos en que prevalecerá la causa de los justos.
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Cristián Fuentes es cientista político